miércoles, 21 de mayo de 2014

“Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes”, pide Jesús

¡Amor y paz!

Qué hermosa la comparación con la que hoy describe Jesús la unión de los discípulos con él.

Él es la vid, la cepa. Los fieles son los sarmientos. De la vid pasa la savia, o sea, la vida, a los sarmientos, si «permanecen» unidos a la vid. Si no, quedan secos, no dan fruto y se mueren. El verbo «permanecer», en griego «menein», aparece 68 veces en los escritos de Juan: once de ellas en este capítulo 15.

Dios Padre es el viñador, el que quiere que los sarmientos no pierdan esta unión con Cristo. Ésa es la mayor alegría del Padre: «que deis fruto abundante». Incluso, para conseguirlo, a veces recurrirá a la «poda», «para que dé más fruto».

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evanvgelio y el coentario, en este miércoles de la 5ª. Semana de Pascua.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Juan 15,1-8. 
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»

Comentario

De entre las varias comparaciones que tienen como clave la vid y la viña el pueblo de Israel como una viña plantada por Dios, que se queja amargamente de que la viña en la que había puesto su ilusión no le da frutos; los viñadores malos castigados porque no pagan al dueño-, ésta de la cepa y los sarmientos es la que más íntimamente describe la unión vital de Cristo con sus seguidores.

La metáfora de la vid y los sarmientos nos recuerda, por una parte, una gozosa realidad: la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que esta comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid del Padre que da su fruto en los sarmientos» (CEC 1108).

Esta unión tiene consecuencias importantes para nuestra vida de fe: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

Pero, por otra parte, también existe la posibilidad contraria: que no nos interese vivir esa unión con Cristo. Entonces no hay comunión de vida, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo?

En un capítulo anterior, el evangelista Juan pone en labios de Jesús otra frase muy parecida a la de hoy, pero referida a la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 56-57). La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego se prolonga -se debe prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 108-111