martes, 3 de mayo de 2016

Todos los que creen en Jesús no perecerán sino que tendrán vida eterna

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes en que en América celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. (En Europa se celebra la fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago).

Dios nos bendice...

Evangelio según san Juan 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él." 
Comentario


1.1 El Papa Juan Pablo nos regaló en abril de 1999 una preciosa reflexión sobre el valor de la Cruz como insignia para el mundo. De ese mensaje entresacamos nuestra reflexión de este día. La numeración aquí es nuestra.

1.2 “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Éstas son las palabras, este es el último grito de Cristo en la cruz. Con esas palabras se cierra el misterio de la pasión y se abre el misterio de la liberación a través de su muerte, que se realizará en la Resurrección. Son palabras importantes. La Iglesia, consciente de su importancia, las ha asumido en la liturgia de las Horas, que cada día se concluye así: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.

1.3 Hoy queremos poner estas palabras en labios de la humanidad. Hoy queremos poner estas palabras de Cristo en labios de todos estos hombres, porque estas palabras, este grito de Cristo sufriente, sus últimas palabras no solamente cierran; también abren. Significan una apertura al futuro.

1.4 “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Estas palabras abren. Esperamos que estas palabras sean también las últimas palabras para cada uno de nosotros, las que nos abran a la eternidad.

2. La Cruz, lugar de amor y profecía

2.1 Cristo por nosotros se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Con estas palabras, la liturgia resume lo que aconteció en el Gólgota, hace ahora dos mil años. El evangelista Juan, testigo ocular, narra los acontecimientos dolorosos de la pasión de Cristo. Cuenta su dura agonía, sus últimas palabras: “Todo se ha consumado” (cf. Jn 19, 30) y cómo un soldado romano traspasó su costado con una lanza. Del pecho atravesado del Redentor salió sangre y agua, prueba inequívoca de su muerte (cf. Jn 19, 34) y don extremo de su amor misericordioso.

2.2 “Despreciado y evitado”. como dijo Isaías, está Cristo en el hombre afrentado y aniquilado en la guerra y en cualquier lugar donde triunfe la cultura de la muerte; “triturado por nuestros crímenes” está el Mesías en las víctimas del odio y del mal de todos los tiempos y en cualquier lugar. “Como ovejas errantes” parecen a veces los pueblos divididos y marcados por la incomprensión y la indiferencia.

3. Luz de esperanza

3.1 Sin embargo, en el horizonte de este escenario de sufrimiento y de muerte, brilla para la humanidad la esperanza: “A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará (...); mi Siervo justificará a muchos”. La cruz, en la noche del dolor y del abandono, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de la resurrección. Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, mientras por medio de ella queremos proclamar al mundo el amor misericordioso del Padre por cada hombre.

3.2 Sí, hoy es el día de la misericordia y del amor, el día en el que se ha llevado a cabo la redención del mundo, porque el pecado y la muerte han sido derrotados por la muerte salvífica del Redentor.

4. Oración

4.1 Divino Rey crucificado, que el misterio de tu muerte gloriosa triunfe en el mundo.

4.2 Haz que no perdamos el valor y la audacia de la esperanza ante los dramas de la humanidad y ante cada situación injusta que mortifica a la criatura humana, redimida con tu sangre preciosa.

4.3 Al contrario, haz que con renovada fuerza proclamemos: Tu cruz es victoria y salvación, porque con tu sangre y tu pasión has redimido al mundo.

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