miércoles, 16 de noviembre de 2011

Por sencillo que sea nuestro trabajo, convirtámoslo en acto de amor a Jesús

¡Amor y paz!

El P. José Aldazábal hacía ver que la lectura de hoy es difícil de interpretar, porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, que había vivido una experiencia similar.

Es difícil deslindar las dos, y tal vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha encomendado y de las que tendremos que dar cuenta.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 19,11-28.
Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro. El les dijo: "Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: 'Háganlas producir hasta que yo vuelva'. Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: 'No queremos que este sea nuestro rey'. Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más'. 'Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades'. Llegó el segundo y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más'. A él también le dijo: 'Tú estarás al frente de cinco ciudades'. Llegó el otro y le dijo: 'Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado'. El le respondió: 'Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses'. Y dijo a los que estaban allí: 'Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más'. '¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!'. Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia". Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. 
Comentario

    Hagamos lo que hagamos, aunque solo sea ayudar a alguien a atravesar la calle, se lo estamos haciendo a Jesús. Incluso ofrecer a alguien un vaso de agua es dárselo a Jesús. Esta es una pequeñísima enseñanza, pero cada vez más importante. No hemos de tener miedo de proclamar el amor de Cristo ni de amar como Él amó.

        El trabajo que hagamos, por pequeño y humilde que sea, convirtámoslo en un acto de amor a Cristo. Pero por hermoso que sea el trabajo, no nos apeguemos a él, debemos estar dispuestos a dejarlo. El trabajo no es nuestro. Los talentos que Dios nos ha dado no son nuestros, nos han sido dados para que los usemos por la gloria de Dios. Seamos generosos y usemos todo lo que tenemos por el buen maestro. 

        ¿Qué tenemos que aprender? A «ser mansos y humildes» (Mt 11,29): si somos mansos y humildes aprenderemos a orar. Si aprendemos a orar perteneceremos a Jesús. Si pertenecemos a Jesús aprenderemos a creer, y si creemos aprenderemos a amar, y si amamos aprenderemos a servir.

Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
El amor más grande, cap. 5; El trabajo y el servicio
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