¡Amor y paz!
Los dos ciegos del
Evangelio recurren hoy a la piedad del Señor para que los cure. Jesús comprueba
que ellos tienen fe, y luego de que les ha devuelto la vista les pide no divulgar
el acontecimiento. Pero ellos no le hacen caso.
Algo similar nos puede
pasar a nosotros, si es que reconocemos que tenemos algún tipo de ceguera y, por
supuesto, si creemos en el Señor Jesús y en que Él puede curarnos. Seguramente,
luego de que el Señor actúe, de que tomemos conciencia del prodigio que ha
operado en nuestra vida, daremos testimonio de Él. Es lo que hacemos quienes, a
pesar de nuestra debilidades y limitaciones, nos damos a la tarea de
evangelizar. Ojalá usted haga otro tanto.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentarlo, en este viernes de la I Semana de
Adviento.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo
9,27-31.
Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: "Ten piedad de nosotros, Hijo de David". Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: "¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?". Ellos le respondieron: "Sí, Señor". Jesús les tocó los ojos, diciendo: "Que suceda como ustedes han creído". Y se les abrieron sus ojos. Entonces Jesús los conminó: "¡Cuidado! Que nadie lo sepa". Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región.
Comentario
Es una estampa muy propia
de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que
viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David».
Dos ciegos que desean,
buscan y piden a gritos su curación.
Tal vez no conocen bien a
Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el
auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de Jesús.
Como tantas otras personas
que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas.
Una vez más se demuestra
la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no
andará en tinieblas».
El Adviento lo estamos
viviendo desde una historia concreta. Feliz o desgraciada. Y las lecturas nos
están diciendo que este mundo nuestro tiene remedio: éste, con sus defectos y
calamidades, no otros mundos posibles.
Que Dios nos quiere
liberar de las injusticias que existen ahora, como en tiempos del profeta. De
las opresiones. De los miedos.
Cuántas personas están
ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien
quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad,
la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no
todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les
quiere salvar.
Pero nos podemos hacer a
nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿Nos damos
cuenta de que necesitamos ser salvados?
¿Seguimos a ese Jesús como los ciegos
suplicándole que nos ayude? ¿De qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras
causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la
distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No
necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a
distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy?
¿O preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y
caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados
por la última ideología de moda?
El Adviento nos invita a
abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo
hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al
encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra
situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la
esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros.
La Iglesia peregrina hacia
delante, hacia los tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso
durante el Adviento se nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera,
exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús».
Al inicio de la
Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro, creyendo lo que
decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de
nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su fuerza, nos
cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una
súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento, porque
estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos salva y
nos fortalece. La que nos devuelve la luz.
En este Adviento se tienen
que encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Págs. 27-30
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Págs. 27-30