miércoles, 22 de diciembre de 2010

María canta la grandeza del Señor

¡Amor y paz!

El Magníficat, o cántico de María, retrata perfectamente el alma de María, sus sentimientos, pero sobre todo la conciencia que tiene de Dios. Nos presenta a una mujer que sabe perfectamente “en quién ha puesto su confianza”.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 4ª. semana de Adviento.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 1,46-56. 

María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Comentario

La lectura del evangelio es continuación de la de ayer. El cántico del "Magníficat" que entona María, está claramente inspirado en el cántico de Ana. Se ha hablado, con un poco de exageración, de su carácter subversivo, se ha convertido en oración diaria de la iglesia que lo recita en el oficio vespertino de vísperas. Incluso algunos le atribuyen a su recitación poderes casi mágicos, como si fuera un talismán. María reconoce la grandeza de Dios, expresa su alegría y agradecimiento porque el Señor se fijó en su pequeñez. Anuncia proféticamente las alabanzas que recibirá de parte de la iglesia, no por ella misma, sino por lo que Dios realizó en su persona. María anticipa el feliz anuncio que hará Jesús, de que Dios toma partido por los pobres, que dispersará a los soberbios y derribará del trono a los poderosos, para enaltecer a los humildes y colmar de bienes a los hambrientos; que de la riqueza de los pocos que las poseen no quedará nada, porque serán repartidas entre los pobres. Todo un programa de transformación de nuestro mundo que, dos mil años después del nacimiento de Jesús, no ha sido realizado sino muy parcialmente. Y eso porque los cristianos no acabamos de tomarnos en serio el evangelio. Porque no nos hemos empeñado en anunciarlo y realizarlo. Toda una tarea para este tercer milenio que amanece.

Alguien puede decirnos que se trata de esperanzas terrenas, reivindicaciones sociales que solo afectan al más acá, olvidándose de la dimensión trascendente del hombre, de su vocación espiritual... Tendríamos que responderles que la salvación de Dios comienza a realizarse aquí en la tierra, como lo anunciaron Ana y María, como comenzó a realizarlo Jesús predicando el evangelio a los pobres, curándolos de sus enfermedades e, incluso, alimentándolos en el desierto cuando por seguirle lo habían dejado todo. Las santas mujeres de la Escritura dan gracias por todo: por el pan, por los hijos, por la intervención de Dios a favor de los pobres y humildes, por un orden social más justo e igualitario, por el cumplimiento de las promesas hechas en el pasado, por la posibilidad de mirar el futuro con esperanza y en actitud confiada, por la salvación total que implica el cuerpo, la dignidad, el alma, los sueños, las más concretas e inmediatas necesidades, pero también las más recónditas y fundamentales, como encontrar que la vida tiene sentido cuando somos amados, y estar seguros de que el amor no muere nunca.
Hagamos nuestras las palabras de María en estas vísperas de Navidad, y cantemos con ella la alabanza de quien también ha hecho en nosotros maravillas.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).