¡Amor y paz!
La razón y la fe son los criterios que deben
orientar nuestra vida. Son como las alas de un ave: no podría volar con sólo
una de ellas, so pena de estrellarse, tarde o temprano. Sin embargo, algunos se obstinan en
desconocer la otra. O se atrincheran en
una fe mal entendida, cerrada a los avances de la ciencia, o se encierran en el
lado de la ciencia, o en lo que parece serlo, sin atender a otras maneras de
ver el mundo y el hombre, las que nos sugiere la fe en Dios.
Este tiempo de Cuaresma es una oportunidad para
encontrarnos con Jesús, revisar nuestros caminos y corregir nuestro rumbo.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Tercer Domingo de Cuaresma.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 4,5-42.
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber". Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva". "Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?". Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna". "Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla". Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí". La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad". La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar". Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo". Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo". En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?". La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?". Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: 'uno siembra y otro cosecha'. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos". Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice". Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".
Comentario
En medio de una noche oscura como la boca de un
lobo, el Capitán del barco reconoció a lo lejos la luz de otra embarcación que
venía directamente hacia ellos. En seguida dio una orden al telegrafista.
Ordénele a esa embarcación que cambie su rumbo diez grados a estribor. Un
momento después llega un mensaje a la cabina del Capitán: “Ustedes deben
cambiar su rumbo diez grados a babor”. El Capitán pide que el mensaje esta vez
sea más explícito: “Soy el Capitán Baquero, le ordeno que gire su rumbo diez
grados a estribor”. Mientras pasa todo esto, la luz se va acercando de manera
rápida y peligrosa. Se recibe un nuevo mensaje en la cabina: “Soy el marinero
Barragán. Le sugiero que gire su rumbo diez grados a babor”. El Capitán muy
contrariado y viendo que la luz ya está demasiado cerca envía una última
advertencia: “Estoy al mando de un buque de guerra. Modifique su rumbo diez
grados a estribor o no respondo por lo que pueda pasar”. La respuesta que llega
los deja a todos estupefactos: “Modifique su rumbo diez grados a babor. Tampoco
respondo por lo que pueda pasar. Estoy al mando de un faro. Usted verá”.
La samaritana que llega a mediodía al pozo de
Jacob, a las afueras de Sicar, en busca de agua, se encuentra, sorpresivamente,
con que un judío, con rostro cansado, le pide de beber. “Jesús, cansado del
camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Los discípulos habían
ido al pueblo a comprar algo de comer. En eso, una mujer de Samaria llegó al
pozo a sacar agua, y Jesús le dijo: – Dame un poco de agua”. La sorpresa
aumenta cuando este atrevido personaje le termina ofreciendo agua viva sin tener
si quiera un balde y una soga para sacar una gotas de agua del profundo pozo.
“Jesús le contestó: – Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está
pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. Pero, sin duda,
las sorpresas apenas comenzaban, pues más tarde se sintió confrontada con la
verdad de su vida. “Jesús le dijo: – Ve a llamar a tu marido y vuelve acá. La
mujer le contestó: – No tengo marido. Jesús le dijo: – Bien dices que no tienes
marido; porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes, no es tu
marido. Es cierto lo que has dicho”.
Muchas veces salimos al encuentro de los demás
revestidos con nuestras armaduras para defendernos y no dejar entrar a los
otros en nuestra vida. Pero es frecuente que nos tropecemos con la sorpresa de
descubrirnos vulnerables y nos veamos obligados a cambiar nuestro rumbo para
abrirnos a nuestra propia verdad. Es lo que le pasó al capitán del barco con el
que comenzamos esta reflexión. Se sentía seguro y fuerte, pero tuvo que dejar a
un lado su propio camino, porque estaba navegando hacia su propia destrucción.
Algo parecido pasa cuando nos encontramos con la Palabra de Dios; ella nos
confronta y nos ayuda a descubrir nuestra propia verdad. “Porque la Palabra de
Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos y
penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de
la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón”
(Hebreos 4,12).
Este tiempo de Cuaresma nos invita a revisar
nuestros caminos y corregir nuestro rumbo. Como la samaritana, El encuentro con
Jesús pone en evidencia el camino equivocado que estamos siguiendo, al dejarnos
guiar solamente por nuestros criterios.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano académico de la Facultad de Teología de la
Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá