martes, 9 de enero de 2018

«El Señor levanta del polvo al desvalido»

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios y el comentario, en este martes de la 1ª semana del Tiempo Ordinario, Ciclo B.

Dios nos bendice...

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel (1,9-20):

En aquellos días, después de la comida en Siló, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en su silla junto a la puerta del templo, Ana se levantó y, con el alma llena de amargura, se puso a rezar al Señor, llorando a todo llorar.
Y añadió esta promesa: «Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida, y no pasará la navaja por su cabeza.»
Mientras ella rezaba y rezaba al Señor, Elí observaba sus labios. Y, como Ana hablaba para sí, y no se oía su voz, aunque movía los labios, Elí la creyó borracha y le dijo: «¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? A ver si se te pasa el efecto del vino.»
Ana respondió: «No es así, Señor. Soy una mujer que sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor. No creas que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción.»
Entonces Elí le dijo: «Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.»
Ana respondió: «Que puedas favorecer siempre a esta sierva tuya.»
Luego se fue por su camino, comió, y no parecía la de antes. A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron. Llegados a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó de ella.
Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: «Al Señor se lo pedí.»

Palabra de Dios

Salmo

1S 2,1.4-5.6-7.8abcd

R/.
 Mi corazón se regocija por el Señor, mi salvador

Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación. R/.

Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía. R/.

El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece. R/.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,21-28):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Palabra del Señor

Comentario

1.   (año II) 1 Samuel 1,9-20

a) Se nos cuenta el nacimiento de Samuel, y se nos asegura que ha sido por don gratuito de Dios. Ana, la esposa estéril de Elcaná, va a ser madre. Hay un claro paralelismo con el caso de Abrahán, cuya esposa Sara es estéril.

Dios mismo toma la iniciativa. Como lo ha hecho tantas veces en la historia: en el caso de Isaac o de Moisés o de Juan Bautista. Ahora va a nacer Samuel, el hijo que parecía imposible, pero que va a ser providencial para la historia de Israel. Dios se sirve de padres estériles o de circunstancias impensadas para llevar a cabo sus planes de salvación. Así se ve que no es por las fuerzas humanas como se salva el mundo, sino por don de Dios.

ORACION/DEFINICIÓN: La escena está bien narrada. Ana acude al templo de Silo -donde está el Arca de la alianza- y allí reza entre sollozos ante Dios, pidiendo su ayuda y prometiendo que le consagrará a su hijo por toda la vida si se lo concede. El sacerdote Eli interpreta mal las voces entrecortadas de la mujer. La respuesta de Ana es una de las mejores definiciones de lo que muchas veces es la oración en nuestra vida: «Estoy afligida y me desahogo con el Señor». El sacerdote rectifica, reconoce su error y bendice a la mujer.

Dios también la bendice, y Ana y Elcaná tienen por fin el hijo deseado. Si «Ana» significa en hebreo «Dios se compadece» y «Samuel», «Dios escucha», nunca mejor impuestos estos nombres que en este caso.

b) ¿Qué hacemos nosotros cuando fracasamos, cuando no vemos resultados a corto plazo y nos encontramos tristes y solos? ¿Qué actitud adoptamos cuando nos sentimos estériles, o cuando vemos que la Iglesia no es como tenía que ser, o nuestra comunidad no funciona, o nuestra familia está pasando momentos difíciles, o cuando nuestro propio futuro no lo vemos nada claro?

¿Nos fiamos de Dios? ¿Le rezamos? ¿«¿Nos desahogamos con él», como Ana? A veces nos puede pasar que nos sentimos tan protagonistas, nos fiamos tanto de nuestras propias capacidades o de los medios técnicos, que cuando nos fallan nos hundimos.

El ejemplo de Ana nos puede ayudar. Parecía imposible, y fue madre nada menos que de Samuel, el gran juez de Israel, el que consagró a los primeros reyes. No somos nosotros los que conducimos la historia de la Iglesia y la de la humanidad, sino Dios.

Tendríamos que hacer nuestro el himno de Ana, que decimos hoy como salmo responsorial. Es un cántico de alegría y de gratitud, predecesor del Magníficat de María: «Mi corazón se regocija por el Señor, mi salvador... la mujer estéril da a luz siete hijos... él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre». Un canto que alaba a Dios porque hace caso a los humildes y deja en evidencia a los que se creen importantes.

2.   Marcos 1,21-28

a)   Todos estaban asombrados de lo que decía y hacía Jesús. Son todavía las primeras páginas del evangelio, llenas de éxitos y de admiración. Luego vendrán otras más conflictivas, hasta llegar progresivamente a la oposición abierta y la muerte.

Jesús enseña como ninguno ha enseñado, con autoridad. Además, hace obras inexplicables: libera a los posesos de los espíritus malignos. Su fama va creciendo en Galilea, que es donde actúa de momento. Es que no sólo predica, sino que actúa. Enseña y cura. Hasta los espíritus del mal tienen que reconocer que es el Santo de Dios, el Mesías.
Fuera cual fuera el mal de los llamados posesos, el evangelio lo interpreta como efecto del maligno y por tanto subraya, además de la amable cercanía de Jesús, su poder contra las fuerzas del mal.

b) Nos conviene recordar que Jesús sigue siendo el vencedor del mal. O del maligno. Lo que pedimos en el Padrenuestro, «líbranos del mal», que también podría traducirse «líbranos del maligno», lo cumple en plenitud Dios a través de su Hijo.

Cuando iba por los caminos de Galilea atendiendo a los enfermos y a los posesos, y también ahora, cuando desde su existencia de Resucitado nos sale al paso a los que seguimos siendo débiles, pecadores, esclavos. Y nos quiere liberar. Cuando se nos invita a comulgar se nos dice que Jesús es «el Cordero que quita el pecado del mundo». A eso ha venido, a liberarnos de toda esclavitud y de todo mal.

Por otra parte, Jesús nos da una lección a sus seguidores. ¿Qué relación hay entre nuestras palabras y nuestros hechos? ¿Nos contentamos sólo con anunciar la Buena Noticia, o en verdad nuestras palabras van acompañadas -y por tanto se hacen creíbles- por los hechos, porque atendemos a los enfermos y ayudamos a los otros a liberarse de sus esclavitudes? ¿de qué clase de demonios contribuimos a que se liberen los que conviven con nosotros? ¿repartimos esperanza y acogida a nuestro alrededor?

El cuadro de entonces sigue actual: Cristo luchando contra el mal. Nosotros, sus seguidores, luchando también contra el mal que hay en nosotros mismos y en nuestro mundo.


J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 19-23