¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y
meditar el Evangelio, en este lunes de la 15a semana del Tiempo Ordinario,
Ciclo C.
Dios nos bendice...
Lectio Divina: Mateo 10,34 - 11,1
Lectio
Lunes,
15 Julio , 2019
Tiempo
Ordinario
1) Oración inicial
¡Oh Dios, que muestras
la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al buen
camino!, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este
nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del
Evangelio según Mateo 10,34-11,1
« No penséis que he
venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he
venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera
con su suegra; y enemigos de cada cual son los de su casa. «El que ama a su padre
o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija
más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es
digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por
mí, la encontrará «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a
mí, recibe a Aquel que me ha enviado.
«Quien reciba a un
profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un
justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. «Y todo aquel que dé de
beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser
discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.» Y sucedió que, cuando
acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para
enseñar y predicar en sus ciudades.
3) Reflexión
• En el mes de mayo
del año pasado, la V Conferencia de los Obispos de América Latina, que tuvo
lugar en Aparecida del Norte, Brasil, elaboró un documento muy importante sobre
el tema: “Discípulos y Misioneros/as de Jesucristo, para que en El nuestros pueblos
tengan vida”. El Sermón de la Misión del Capítulo 10 del Evangelio de San
Mateo, que estamos meditando en estos días, ofrece muchas luces para poder
realizar la misión de discípulos y misioneros de Jesucristo. El evangelio de
hoy presenta la parte final de este Sermón de la Misión.
• Mateo 10,34-36: No
he venido a traer la paz, sino la espada. Jesús habla siempre de paz (Mt 5,9;
Mc 9,50; Lc 1,79; 10,5; 19,38; 24,36; Jn 14,27; 16,33; 20,21.26). Entonces cómo
entender la frase del evangelio de hoy que parece decir lo contrario: " No
penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino
espada. ”? Esta afirmación no significa que Jesús estuviera a favor de la
división y de la espada. ¡No! Jesús no quiere la espada (Jn 18,11) ni la
división. Lo que el quiere es la unión de todos en la verdad (cf. Jn 17,17-23).
En aquel tiempo, el anuncio de la verdad que indicaba que Jesús de Nazaret era
el Mesías se volvió motivo de mucha división entre los judíos. Dentro de la
familia o comunidad, unos estaban a favor y otros radicalmente en contra. En
este sentido la Buena Nueva de Jesús era realmente una fuerte división, una
“señal de contradicción” (Lc 2,34) o, como decía Jesús, él traía la espada. Así
se entiende la otra advertencia: “Sí, he venido a enfrentar al hombre con su
padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada
cual son los de su casa.
Era lo que estaba
aconteciendo, de hecho, en las familias y en las comunidades: mucha división,
mucha discusión, como consecuencia del anuncio de la Buena Nueva entre los
judíos de aquella época, unos aceptando, otros negando. Hasta hoy es así.
Muchas veces, allí donde la Iglesia se renueva, el llamado de la Buena Nueva se
vuelve una “señal de contradicción” y de división. Personas que durante años
vivieron acomodadas en la rutina de su vida cristiana, no quieren ser
incomodadas por las “innovaciones” del Vaticano II. Incomodadas por los
cambios, usan toda su inteligencia para encontrar argumentos en defensa de sus
opiniones y para condenar los cambios como contrarios a los que pensaban ser la
verdadera fe.
• Mateo 10,37: Quien
ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de
mí. Lucas presenta esta misma frase,
pero mucho más exigente. Dice literalmente: «Si alguno viene junto a mí y no
odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus
hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.” (Lc 14,26). ¿Cómo
combinar esta afirmación de Jesús con aquella otra en la que manda observar el
cuarto mandamiento: amar y honorar al padre y a la madre? (Mc 7,10-12; Mt
19,19). Dos observaciones: (a) El criterio básico en el que Jesús insiste es
éste: la Buena Nueva de Dios ha de ser el valor supremo de nuestra vida. No
puede haber en la vida un valor más alto. (b) La situación económica y social
en la época de Jesús era tal que las familias eran obligadas a encerrarse en sí
misma. No tenían condiciones para mantener las obligaciones de convivencia
comunitaria como, por ejemplo, el compartir, la hospitalidad, la comunión
alrededor de la mesa y la acogida a los excluidos. Ese repliegue individualista
sobre ellas mismas, causado por la coyuntura nacional e internacional,
provocaba las siguientes distorsiones: (i) Imposibilitaba la vida en la
comunidad. (ii) Reducía el mandamiento “honora el padre y la madre”
exclusivamente a la pequeña familia nuclear y no alargaba a la gran familia de
la comunidad. (iii) Impedía la manifestación plena de la Bondad de Dios, pues
si Dios es Padre/Madre, nosotros somos hermanos y hermanas unos de otros. Y
esta verdad ha de encontrar su expresión en la vida en comunidad. Una comunidad
viva y fraterna es el espejo del rostro de Dios. Convivencia humana sin
comunidad es como un espejo rajado que desfigura el rostro de Dios. En este
contexto, lo que Jesús pide “odiar al padre y a la madre” significaba que los
discípulos y las discípulas debían superar la cerrazón individualista de la
pequeña familia sobre si misma y alargarla a la dimensión de la comunidad.
Jesús mismo practicó lo que enseñó a los otros. Su familia quería llamarlo para
que volviera, y así la familia se encerraba en sí misma. Cuando le dijeron:
“Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”, él respondió: “¿Quién
es mi madre y quiénes son mis hermanos?. Y mirando a las personas a su
alrededor dice: “Aquí están mi madre y mis hermanos. Quien hace la voluntad de
Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc 3,32-35). ¡Alargó la
familia! Y éste era y sigue siendo hasta hoy el único camino para que la
pequeña familia pueda conservar y transmitir los valores en los que cree.
• Mateo 10,38-39: Las
exigencias de la misión de los discípulos. En estos dos versículos, Jesús da
dos consejos importantes y exigentes: (a) Tomar la cruz y seguir a Jesús: Quien
no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Para percibir todo el alcance de
este primer consejo, es conveniente tener presente el testimonio de San Pablo:
“Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo
está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo.” (Gal 6,14). Cargar
la cruz supone, hasta hoy, la ruptura radical con el sistema inicuo vigente en
el mundo. (b) Tener el valor de dar la vida: El que encuentre su vida, la
perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Sólo se siente
realizado en la vida aquel que fue y es capaz de darse enteramente a los demás.
Pierde la vida aquel que quiere conservarla sólo para sí. Este segundo consejo
es la confirmación de la experiencia humana más profunda: la fuente de vida
está en el don de la propia vida. Dando se recibe. Si el grano de trigo no
muere, ..… (Jn 12,24).
• Mateo 10,40: La
identificación del discípulo con Jesús y con el propio Dios. Esta experiencia
tan humana de don y de entrega recibe aquí una aclaración, una profundización.
“Quien os recibe, a mí me recibe; y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me
ha enviado”. En el don total de sí el discípulo se identifica con Jesús; allí
se realiza su encuentro con Dios, y allí Dios se deja encontrar por aquel que
le busca.
• Mateo 10,41-42: La
recompensa del profeta, del justo y del discípulo. Para concluir el Sermón de
la Misión sigue una frase sobre la recompensa: "Quien reciba a un profeta
por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por
ser justo, recompensa de justo recibirá.
«Y todo aquel que dé
de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser
discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.»
En esta frase existe
una secuencia muy significativa: al profeta se le reconoce por su misión como
enviado de Dios. El justo es reconocido por su comportamiento, por su manera
perfecta de observar la ley de Dios. El discípulo no es reconocido por ninguna
calidad o misión especial, sino sencillamente por su condición social de gente
pequeña. El Reino no está hecho de cosas grandes. Es como un edificio muy
grande que se construye con ladrillos pequeños. Quien desprecia al ladrillo,
nunca tendrá el edificio. Hasta un vaso de agua sirve de ladrillo en la
construcción del Reino.
• Mateo 11,1: El final
del Sermón de la Misión. Fin del Sermón de la Misión. Y sucedió que, cuando
acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para
enseñar y predicar en sus ciudades.
Ahora Jesús se va para
practicar aquello que enseñó. Y es lo que veremos en los próximos días
meditando los capítulos 11 y 12 del evangelio de Mateo.
4) Para la reflexión personal
• Perder la vida para
poderla ganar. ¿Has tenido alguna experiencia de sentirte recompensado/a por
una entrega gratuita de ti a los demás?
• Aquel que os recibe
a vosotros a mí me recibe, y aquel que me recibe a mí, recibe a aquel que me ha
enviado. Detente y piensa en lo que Jesús dice aquí: él y Dios mismo se
identifican contigo.
5) Oración final
Señor, dichosos los
que moran en tu casa
y pueden alabarte
siempre;
dichoso el que saca de
Ti fuerzas
cuando piensa en las
subidas. (Sal 84,5-6)
Orden
de los Carmelitas