viernes, 22 de agosto de 2014

“Amarás a tu Dios… Amarás a tu prójimo”

¡Amor y paz!

Cuando alguien canta lo hace en torno a una nota fundamental que le da firmeza a su canto, tejiendo notas y más notas en torno a ese tono que sabe que es el que puede alcanzar fácilmente sin deteriorar su voz. Ese es el "Cantus Firmus" del trovador. Y el "Cantus Firmus del cristiano es el amor. En torno a Él se teje toda la vida del hombre de fe en su relación con Dios y en su relación con el prójimo.

Los mandamientos de la Ley, si no tienen ese sentido del amor se convierten en letra muerta, que a pesar de ser cumplida puntualmente, se quedaría sin el auténtico sentido que nace del darlo todo en amor a Dios y de servir al prójimo en un amor igual al que nosotros recibimos en Cristo Jesús. Ama, ama y haz lo que quieras; pues entonces jamás te convertirás en un hipócrita ni en un malvado.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la XX Semana del Tiempo Ordinario.

La iglesia celebra, asimismo, la Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia. Que ella interceda por nosotros.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Mateo 22,34-40. 
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". 

Comentario

El Señor nos ha convocado a la Eucaristía no sólo para hablarnos al oído del amor que nos tiene, sino para hacernos experimentar ese amor; pues, efectivamente, Él da su vida como rescate nuestro para liberarnos de la esclavitud del pecado, para hacernos hijos de Dios y llamarnos a participar eternamente de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.

Él sabe que muchas veces no sólo se han secado nuestros huesos, sino que se nos ha secado el alma y vivimos angustiados y desorientados como ovejas sin pastor. Pero Él jamás se ha olvidado de nosotros. Él ha entregado su vida para restaurarnos y ha infundio su Espíritu en nosotros para que no sólo volvamos a la vida de hijos de Dios, sino para que también colaboremos en la construcción de su Reino entre nosotros.

¿Volverá la vida en medio de nuestras arideces? ¿Florecerán nuestros desiertos? Cuando se pierden la fe y la esperanza, el amor languidece; entonces se vaga sin sentido por la vida. Muchos han convertido en autómatas a sus hermanos, haciendo de ellos sólo un engranaje de la máquina productiva para lograr sus intereses egoístas.

Los que creemos en Cristo no podemos cerrar los ojos ante los huesos de nuestro prójimo, calcinados por la injusticia, por el egoísmo, por sistemas económicos injustos. El Señor ha derramado su Espíritu en nosotros para que nos pongamos en pie y amemos a nuestro prójimo en la misma medida en que nosotros hemos sido amados por Él. Vivamos con lealtad esta misión que Dios nos ha confiado, pues el Señor no sólo nos liberó de nuestras esclavitudes y nos dio su Vida, sino que nos ha enviado a proclamar su Evangelio, no sólo con los labios, sino con la vida misma.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser fieles a la vida y al Espíritu que Él ha infundido en nosotros, no sólo para que los disfrutemos, sino para que también los hagamos llegar a las gentes de los cuatro puntos cardinales. Amén


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