¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, con el método de
la lectio divina, hoy miércoles de la
2ª semana de Pascua.
Dios nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,17-26
17 En aquellos días, el
sumo sacerdote y todos los de su partido, es decir, el grupo de los saduceos,
llenos de rabia 18 prendieron a los apóstoles y los
metieron en la cárcel pública. 19 Pero el ángel del Señor
abrió por la noche la puerta de la cárcel, los sacó les dijo:
20 — Id y anunciad al
pueblo en el templo todo lo referente a este estilo de vida.
21 Dóciles a este mandato,
entraron de madrugada en el templo y se pusieron a enseñar. Entre tanto, el
sumo sacerdote y los de su partido convocaron al Sanedrín y a todos los
ancianos de Israel y mandaron a buscarlos a la cárcel. 22 Pero,
al llegar allá los alguaciles, no los encontraron; así que se volvieron y les
dieron este informe:
23 — Hemos
encontrado la cárcel bien cerrada y a los guardias custodiando las puertas,
pero al abrir no hemos hallado a nadie dentro.
24 Al oír esto, el
prefecto del templo y los jefes de los sacerdotes se quedaron perplejos,
pensando qué habría sido de ellos, 25 hasta que alguien llegó
diciendo:
— Los hombres que
metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo.
26 Entonces el prefecto
fue con los alguaciles y trajo a los apóstoles, aunque sin violencia, pues
temían que el pueblo los apedrease.
La Palabra de Dios no puede estar aprisionada (cf. 2 Tim 2,9): este episodio constituye una demostración de la verdad de esta afirmación. La casta sacerdotal anda preocupada: no sólo está el furor teológico que produce a los saduceos ver anunciada la resurrección, en la que no creen, sino que a esto se añade también la envidia que sienten, es decir, el temor a perder la influencia sobre el pueblo. Los apóstoles, encarcelados, experimentan que «el ángel del Señor acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8). Los salva para que puedan ir al templo y ponerse a predicar «todo lo referente a este estilo de vida».
Dios protege a los
anunciadores del Evangelio. Cuando Dios quiere una cosa, toda oposición humana
resulta inútil y ridícula. En efecto, el resto del relato está repleto de
humor: Dios se ríe de sus adversarios, según el Sal 2, citado en la plegaria
comunitaria de los creyentes. El gran despliegue de autoridad, dado que el Sanedrín
está presente esta vez al completo, sólo sirve para verificar la mofa divina:
los apóstoles no están en la cárcel, aunque en la cárcel todo se encuentra en
orden. Sin embargo, llega alguien a decir que están de nuevo enseñando al
pueblo. La mofa es completa, y el engorro crece de manera desmesurada. En
efecto, ¿quién puede resistir a Dios?
Evangelio: Juan 3,16-21
16 En aquel
tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por
medio de él. 18 El que cree en él no será condenado; por el
contrario, el que no cree en él ya está condenado por no haber creído en el
Hijo único de Dios. 19 El motivo de esta condenación está en que la
luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque
hacían el mal. 20 Todo el que obra mal detesta la luz y la rehúye por
miedo a que su conducta quede al descubierto. 21 Sin embargo,
el que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz para que se vea que todo
lo que él hace está inspirado por Dios.
La revelación puesta en marcha antes continúa subiendo en este fragmento y llega hasta la fuente de la vida: es el amor del Padre el que entrega al Hijo para destruir el pecado y la muerte. Entrevemos aquí concadenadas dos categorías joaneas clásicas: el amor y el juicio. Los vv. 16s expresan una idea muy entrañable para Juan: el carácter universal de la obra salvífica de Cristo, que tiene su origen en la iniciativa misteriosa del amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo, fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un Dios que «es amor» (cf. 1 Jn 4,8-10). Esta es la elección fundamental del hombre: aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo, este amor no juzga al mundo; es más, lo ilumina (v 17).
Con todo, el amor que se
revela entre los hombres, los juzga. Los hombres, situados frente a la
propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus libres opciones.
Quien cree en la persona
de Jesús no es condenado, pero quien lo rechaza y no cree en el nombre del Hijo
de Dios hecho hombre ya está condenado (v. 18). Y la causa de la condena es una
sola, a saber: la incredulidad, mantener el corazón cerrado y sordo a la
Palabra de Jesús. Al final de esta revelación, a la que Jesús ha llevado a
Nicodemo -y, con él, a todos los hombres-, al discípulo no le queda otra cosa
que hacer suya la invitación a la conversión y al cambio radical de vida. La
luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo
orgullo, hasta el más escondido. Quien acepta a la persona de Jesús y deja
sitio a un amor que lo trasciende encuentra lo que nadie puede conseguir por sí
mismo: poseer la verdadera vida.
MEDITATIO
¿Quién puede detener la
Palabra? Dios está dispuesto a hacer prodigios en favor de los anunciadores de
su Palabra porque es palabra de vida. Pero pensamos a veces: «¿Por qué no los
hace también hoy? ¿No son necesarias también hoy las intervenciones milagrosas
para hacer salir la Palabra del pequeño grupo, del gueto a veces, de los ya no
tan numerosos fieles?». Sin embargo, será bueno señalar que el Señor no
preserva de la cárcel a los anunciadores, sino que los libera, con mayor o
menor rapidez, de ella. La impotencia de la Palabra dura una noche, en
ocasiones años, a veces épocas, pero la Palabra avanza irresistible «hasta
los confines de la tierra».
A los que gemían bajo la
bota del comunismo les parecía que había terminado la época de la fe. En
aquellas regiones sólo quedaban unos pocos viejos, los jóvenes parecían
irremisiblemente perdidos para la fe y el futuro se presentaba oscuro. Después,
de improviso, vino el hundimiento del régimen comunista. Ya ha su-cedido
innumerables veces a lo largo de la historia. Constantino llegó después de la
más violenta de todas las persecuciones. Una persecución que parecía poner en
duda la misma existencia del cristianismo. Hay tantas formas de prisión como de
liberación. El Señor va acompañando el camino de su palabra y, de diferentes
modos, se hace presente a sus anunciadores, acampando junto a ellos y
liberándolos de las presiones externas e internas.
ORATIO
Debo convencerme, Señor,
de que, cuando tú quieres algo, eres irresistible. Pero no debo inquietarme ni
tener miedo, ni deprimirme, ni rendirme. Cuando tu Palabra parece encadenada,
cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto, no puedo perder la
confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más peligrosa de
hoy.
Concédeme la certeza
interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la certeza
interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito. Y es
que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de
los corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo,
cuando decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el
mundo geográfico y el mundo de los corazones.
Concédeme, Señor, no dudar
nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que debo sembrar siempre tu
Palabra, sin «adaptarla» demasiado, para que quizás sea mejor aceptada y
acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra en todo
momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de mi
aislamiento.
Las almas sencillas no
necesitan medios complicados: dado que yo me encuentro entre ellas, una mañana,
durante mi acción de gracias, el Señor Jesús me dio un medio sencillo para
llevar a cabo mi misión. Me hizo comprender este pasaje del Cantar de los
Cantares: «Atráenos, nosotros correremos al olor de tus perfumes».
Oh Jesús, no es preciso
decir por tanto: «Atrayéndome, atrae a las almas que yo amo». Esta
sencilla palabra, «atráeme», basta. Señor, ahora lo comprendo:
cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no
puede correr sola, sino que todas las almas que ama son arrastradas tras ella.
Y eso es algo que sucede sin presiones, sin esfuerzos. Es una consecuencia
natural de su atracción hacia ti (Teresa del Niño Jesús).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra:
«El ángel del Señor
acampa en torno a los que le temen y los salva» (Sal 34,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La Buena Noticia se
convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que
proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un
falso testigo.
Jesús es el salvador del
mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con
nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que
Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de
un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio. Cuanto más confiemos en
el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el
amor de Jesús sin condiciones internas ni externas (H. J. M. Nouwen, Pane
per il viaggio, Brescia 1997, p. 239 [trad. esp.: Pan para el
viaje, PPC, Madrid 1999]).
http://www.mercaba.org/LECTIO/PAS/semana2_miercoles.htm