¡Amor y paz!
En el mundo hay mucho dolor, mucha miseria, gran confusión y ausencia de sentido y no se entiende cómo mientras tanto quienes creemos y seguimos a Cristo andamos peleando entre nosotros por quién tiene el privilegio de la verdad.
Advirtiendo lo que pasaría, en su oración-testamento Jesús clama por la unidad de los cristianos, con el fin de que el mundo crea que Él fue enviado por Dios y que amó a sus discípulos como el Padre ama al Hijo.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Jueves de la VII Semana de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 17,20-26.
No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos".
Comentario
En el fragmento de la oración sacerdotal de Jesús que hemos leído hoy Jesús insiste rogando al Padre por la unidad de sus discípulos, unidad basada en la unidad entre el Padre y su Hijo; condición necesaria para que el mundo crea. Es como si Jesús presintiera las continuas y tristes divisiones a que nos entregaríamos sus discípulos a lo largo de los siglos, divisiones fundamentadas en cuestiones doctrinales, a veces tan sutiles que al cabo de unos años ya no las entienden ni los que las defendían.
Otras veces las divisiones se han debido a juegos de poder, a intereses de prestigio y de influencia ante los imperios del mundo, como la triste división entre las iglesias de Oriente y de Occidente, consumada hacia el año 1000 de nuestra era. O se ha tratado del juego de fuerzas innovadoras que, por una parte han tratado de mantener la fidelidad a los ideales más puros del evangelio y, por otra, de adecuar a la iglesia a los cambiantes ambientes del mundo y de la historia. Así ha pasado en el caso de tantas reformas intentadas por dentro o por fuera de la Iglesia, y que no han hecho más que destruir su frágil unidad. Por la que oró Jesús antes de padecer, como escuchamos hoy.
Sigamos el ejemplo de Jesús. Oremos juntos con nuestros hermanos separados, con los cristianos ortodoxos, con cualquiera que confiese que Jesús es el Señor. Si oramos juntos seremos capaces de servirnos, de amarnos, de dar al mundo el testimonio de nuestra fe común. Seremos capaces de realizar el ideal de Cristo: “Que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”.
¿Cómo no querer darle al mundo el testimonio de nuestra total fraternidad en estos tiempos de la globalización, de las telecomunicaciones y de tantas otras maravillas, que hacen más significativa la unidad de todos los seres humanos en una sola gran familia? Sin nuestra oración, tal unidad no se dará a pesar de que multipliquemos las iniciativas de diálogo, de acercamiento y cooperación. Esa unidad es un don que Dios quiere que humildemente le pidamos.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
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