¡Amor y paz!
“Yo soy el Pan bajado del
cielo; el que coma de este Pan vivirá eternamente”. Así decía un recuerdo que mis padres repartieron
a los que asistieron a festejar la celebración de mi Primera Comunión, ya hace
muchos años. Sin duda esa frase, tomada del Evangelio que hoy proclamamos, ha
marcado mi vida espiritual. Porque toda
ha estado centrada en la Eucaristía. Ha sido como un termómetro. Cuando esa
espiritualidad se enfría, debo frecuentar más la celebración eucarística y,
por ende, la comunión.
La lectura y meditación
del evangelio de hoy, continuación del discurso sobre el Pan de Vida, ha de reafirmar
nuestra fe en la presencia real del Señor Jesús en el pan y el vino consagrados
y, simultáneamente, ha de renovar nuestro compromiso de vivir la fraternidad
cristiana que el sacramento comporta.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo XX del Tiempo Ordinario.
Dos los bendiga…
Evangelio según San Juan
6,51-58.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
Comentario
Juan hace un largo
discurso hablando del pan de vida. Parte de un hecho real y cotidiano, el pan
material, para llevarnos progresivamente a un nivel espiritual más profundo.
Son muy significativas las palabras de Jesús: "No me buscáis porque hayáis
percibido señales, sino porque habéis comido pan hasta saciaros" (6,
26-27). Por lo tanto, en lo que Jesús dice y hace hay que ver un signo o señal
de cosas más profundas. Vamos a tratar de descubrirlas siguiendo muy de cerca a
Juan.
Hay un primer nivel, y
punto de partida de este lenguaje que usa Jesús, que es el pan material,
alimento universal en las economías de subsistencia, pero no en las del
bienestar. Jesús hace un milagro para que coma la multitud hambrienta, que,
agradecida, quiere hacerle rey, quiere que asuma el poder político. Jesús se
enfrenta y reprocha a la multitud duramente, porque ésta parece no buscar y
querer otra cosa que el alimento corporal. La masa se queda únicamente en este
nivel del discurso sobre el pan de vida.
Es claro que Jesús va más
allá, que, aunque haga un milagro para saciar el hambre de la multitud en un
momento determinado, su misión no consiste en mejorar los cultivos para que no
haya necesidades primarias, ni tomar el poder para asegurar el suministro y la
justicia en el reparto.
La solución de Jesús no va
por ahí, aunque siente como el que más que haya pobres que pasen hambre de pan,
y que su mensaje bien entendido lleva a que no falte pan para nadie. Para Jesús
no basta el pan que satisface las necesidades materiales ni la justicia que se
puede hacer desde el poder. Por eso él emprende otro camino y habla de otro pan
de vida, sin despreciar el que se hace de trigo o centeno.
El pan para Jesús es una
señal, un signo. Se trata de otro pan, de otro alimento, de otra vida. ¿Qué
otro pan es éste? Es una doctrina, un camino que pueda orientar y dar sentido a
las preguntas más profundas del hombre. Es la que en Jesús como enviado del
Padre Dios. "La obra que Dios quiere es ésta: que tengáis fe en su
enviado" (6, 29-30). "Quien tiene fe, posee vida eterna" (6,
47-48).
Pero Jesús es pan de vida
en un sentido más profundo y misterioso. Jesús nos dice que es el pan vivo
bajado del cielo y que quien coma su carne y beba su sangre, ofrecidas en
sacrificio por el hombre, resucitará en el último día. "Pues sí, os
aseguro que si no coméis la carne y no bebéis la sangre de este Hombre, no
tendréis vida en vosotros" (6, 53-54). Jesús es el pan que se da, que se
parte y comparte, y la sangre que se derrama en sacrificio por todos nosotros.
Este es el sentido de su vida, y especialmente de su muerte, que ha quedado
hecho signo y realidad mística en la Eucaristía. Por eso la Eucaristía es
memoria de lo que Jesús dijo e hizo y momento cumbre de toda celebración
cristiana. Es el sacramento de los sacramentos. Convertirla en rutina, mero rito
u obligación es degradarla. Jesús habla de comer su carne y beber su sangre con
un realismo tal que muchos de sus discípulos, ahora no se trata de la multitud,
se echan atrás y no le siguen ya. Estas expresiones de Jesús tienen un sentido
bien concreto para los cristianos. Es la comunión más profunda y misteriosa que
cabe imaginar y el pan de vida más extraordinario que puede apetecer al hombre.
En este discurso sobre el
pan de vida hay, en síntesis, como tres consecuencias a sacar:
-Tenemos, en primer lugar,
el pan material, el alimento del cuerpo, y en esta línea se puede ver la lucha
de los cristianos para que no falte este pan y esta justicia, ya que Jesús dijo
a los discípulos: "Dadles de comer vosotros" (Lc. 9, 13). Sin este
pan y esta justicia es imposible que lleguemos a los niveles más profundos a
donde nos quiere conducir Jesús.
-Entender la fe en Jesús,
para nosotros y para los demás, como lo que da sentido a los interrogantes más
vitales del hombre. Hacer ver esta conexión profunda. El sentido de la vida es
tal vez la pregunta mayor del hombre de nuestro país. Poner ahí la fe. Es un
lugar válido y actual.
-Valorar la Eucaristía en
lo que tiene de comunión profunda con Dios, con Jesús y con los hermanos, lo
que tiene de fraternidad y solidaridad. Y, consecuentemente, lo que tiene de
encuentro, descanso y fiesta. En última instancia, la liberación del hombre
tiene que venir por aquí. A estos tres niveles, Jesús es el pan de vida.
DABAR
1979, 47