¡Amor
y paz!
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado
en que celebramos la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de
América y Filipinas.
Dios
nos bendice…
Evangelio según San Lucas 1,39-48.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".
Comentario
1. La
maravilla como puerta al Dios Admirable
1.1 Varias
veces los Evangelios nos presentan el profundo sentimiento de admiración,
incluso estupor, de las multitudes ante las obras de Jesús. Esta admiración es
una puerta que no debe ser despreciada como camino para la conversión y la
transformación de la vida entera, pues el que admira está dispuesto a dejarse
guiar y está en excelente actitud para dejarse impregnar por el poder de la
gracia.
1.2 Los
hechos que hemos escuchado sobre las apariciones de la Virgen en el Tepeyac
tienen ese tinte maravilloso. No como ostentación sino como esplendor. Algo
como lo que sucedió el día en que Moisés vio una zarza que ardía sin consumirse
(Éx 3). Aquel portento atrajo su atención, es decir, lo asombró, y de aquel
asombro partió un diálogo, una alianza, un camino, una liberación. El Dios
admirable es el Dios esplendoroso; el Dios maravilloso es el que nos rebasa y
levanta nuestra atención como un modo de indicar que puede también levantar
nuestra vida.
2. Un
templo para María
2.1 Se
quejan los cristianos no católicos y suelen criticar con fuerza el origen
celestial de aquellas apariciones a San Juan Diego, y piensan encontrar un
argumento irrebatible en aquello que cuenta la historia: ¿cómo es eso de un
templo para María? ¿No se supone que los templos, si es que hay que hacerlos,
han de construirse sólo para Dios? No nos apresuremos a contestar; no seamos
agresivos con quienes están en desacuerdo con nosotros, incluso si manifiestan
este desacuerdo de mala manera. Simplemente dejemos que hablen los hechos.
2.2 He aquí
las palabras que la historia recoge como dichas por María a Juan Diego:
"Mucho quiero que se me construya una casita para mostrar a mi hijo y para
darlo a todos los hombres que me invoquen". Pregunta: ¿es esta una casa
para adorar a María como si fuera una diosa? Respuesta: Ella misma dice para
que es esa "casita", ese templo, al que llama suyo. El propósito es
sólo uno: "mostrar a mi hijo". Un predicador que quiere hacer oír la
palabra de Dios pide un micrófono; María, que quiere mostrarnos las benditas gracias
y admirables enseñanzas de su Hijo, pide una casa. Ella es una mujer de casa y
quiere recibirnos como en su casa para entregarnos sus tesoros.
2.3 Es
razonable, pues, el celo de quienes se preocupan que descuidemos nuestra mirada
de Dios por quedarnos con una creatura; pero este celo por la gloria divina
tiene mucho que agradecer y poco que temer en el caso del Tepeyac: todo allí
habla de mirar hacia Jesús. La Casa es porque la Señora quiere "darnos a
su hijo". ¿Habrá señal más grande del origen celeste de estos hechos tan
cargados de sencillez como de ternura?
3.
Guadalupe y la Eucaristía
3.1 María
quiere darnos a su Hijo; el Hijo quiere darse a sí mismo. Guadalupe y la
Eucaristía son dos misterios inseparables. La voluntad de la Señora brota de la
voluntad del Señor, y ambas voluntades admirablemente unidas se vuelven una
sola ofrenda en el altar, especialmente cuando el sacerdote dice: "Por
Cristo, con Él y en Él...".
3.2 Guadalupe es una escuela de evangelización y, a la vez, una escuela
de adoración. Un lugar para admirar, agradecer y celebrar, así como un camino
para aprender a proclamar, profesar y predicar el misterio de Cristo, Hijo del
Dios "por quien se vive", como dijo la Santa Virgen María, que tanto
amó a América, desde el prólogo mismo de nuestra historia cristiana.