¡Amor y paz!
Una de las constantes en la vida de María fue y ha
sido su servicio. Ya desde el evangelio, en el pasaje que hoy nos propone la
liturgia, María se presenta como la servidora, la que está siempre atenta a las
necesidades del prójimo. Desde que Jesús nos la dejó como Madre, ella, con gran
amor y diligencia, continúa realizando esta acción de amor en sus hijos.
Cuando María de Guadalupe aparece, viene a darle
nueva fuerza a un pueblo que se encuentra en crisis después de la caída del
Imperio Azteca. Las palabras que dijo a Juan Diego son el signo y a la vez
promesa perennes que nos ayudan a confiar en ella y en su poderosa intercesión:
‘Por que temes, ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?’ (Pbro. Ernesto María Caro).
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este viernes en que celebramos la Solemnidad de Nuestra
Señora de Guadalupe, Patrona de América y Filipinas.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Lucas 1,39-48.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".
Comentario
"Hace cuatro y medio siglos que María
Santísima nos hizo un don: nos visitó en una mañana inolvidable. Nuestro suelo
se estremeció de respeto y de amor, el aroma de las rosas del milagro embalsamó
el ambiente, las estrellas del cielo tuvieron cintilaciones misteriosas y el
esplendor de la hermosura de la Virgen llenó de luz el Continente Americano. Y
la voz de María, dulce como una caricia maternal, profunda como un eco de la
voz divina, resonó en nuestro suelo y nos dijo palabras de amor; nos dijo
"pequeñitos y delicados"; declaró que "era nuestra Madre";
nos brindó sus ternuras y su regazo, y dijo que allí, en él, viviríamos
siempre, y que no necesitaríamos de otra cosa...
En aquella mañana radiante, la Patria mexicana en
germen pudo decir: "¿de dónde a mí este honor y esta gloria, que la Madre
de Dios venga a mí?". Y vino de una manera singular, dulce y maravillosa,
Ella, la evangelizadora perfecta y la que nos trajo a Jesús, al Jesús de la Paz
y al Jesús de la lucha, al Jesús del dolor y al Jesús de la gloria, y, siempre,
al Jesús del Amor.
Su visita no fue fugaz; no vino y se fue, ¡se quedó
con nosotros! ¿Sabemos lo que entraña el misterio de su visita? Un mensaje de
amor de la Madre divina; un templo que surge por la magia de su voz celestial;
una fuente de gracias copiosísimas que brota de la Colina del Tepeyac. Y estas
tres cosas simbolizadas y perpetuadas en esa Imagen: que es la urna de nuestros
recuerdos, el centro de nuestras esperanzas, la dicha de nuestro corazón".
(Mons. Luis Ma. Martínez).