¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este II Domingo de Adviento.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Lucas 3,1-6.
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.
Comentario
Hace algunos días
un amigo me contaba la historia de su abuela que bordaba unos manteles muy
hermosos. “Cuando era niño me quedaba junto a ella las tardes enteras charlando
mientras sus hábiles manos danzaban en perfecta armonía con los hilos y las
telas. Su estado de ánimo variaba dependiendo del día. A veces estaba alegre y
conversadora; otras lucía seria y silenciosa. Y de vez en cuando se quejaba más
de la cuenta. Sin embargo siempre, sin importar el día, cosía con la misma
mística. Frecuentemente la encontraba en su silla, dormitando, con la cabeza
inclinada levemente hacia adelante, pero aferrada con firmeza a su tejido.
Durante semanas sus bordados me parecían extraños y confusos, puesto que
mezclaba hilos de distintos colores y texturas, que se veían en completo
desorden. Cuando le preguntaba qué estaba tejiendo o bordando, sonreía y
gentilmente me decía: –Ten paciencia, ya lo verás. Al mostrarme la obra
terminada, me percataba que donde había habido hilos de colores oscuros y
claros, resplandecía bordada una linda flor o un precioso paisaje. Lo que antes
parecía desordenado y sin sentido, se entrelazaba creando una hermosa figura.
Me sorprendía y le preguntaba: –Abuela, ¿cómo lo haces? ¿Cómo puedes tener
tanta paciencia? –Es como la vida –respondía–. Si te fijas en la tela y los
hilos en su estado original, se asemejarán a un caos, sin sentido ni relación,
pero si recuerdas lo que estás creando, todo tendrá sentido”.
Cuando leo las
circunstancias que describe el Evangelio que nos presenta hoy la liturgia,
tengo la impresión de ver un tejido, todavía sin forma, como el de la abuela de
mi amigo: “Era el año quince del gobierno del emperador Tiberio, y Poncio
Pilato era gobernador de Judea. Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo
gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. Anás y
Caifás eran los sumos sacerdotes”. Pero cada uno de estos hilos, con los que
Dios iba tejiendo la historia humana, se iba también tejiendo la historia de
nuestra salvación.
Dice san Lucas
que “por aquel tiempo, Dios habló en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías, y
Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán, diciendo a la gente que
ellos debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus
pecados”. El oficio de Juan el Bautista ha sido siempre reconocido como el
anuncio de la llegada del Mesías; Juan fue quien supo señalar, entre la
multitud, al Cordero de Dios que venía a quitar el pecado del mundo. Juan le
enseñó a la gente a reconocer, entre los hilos y las telas de una historia
confusa, la presencia del Emmanuel, es decir, del Dios con
nosotros, que se hizo historia y sangre, pueblo y cultura, súplica y grito
de protesta, en el vientre de María, la Virgen fecunda, la llena de gracia y
simpatía.
Juan viene a dar cumplimiento a la profecía de Isaías que
invitaba a levantar la voz en medio del desierto: “Preparen el camino del
Señor; ábranle un camino recto. Todo valle será rellenado, todo cerro y colina
será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados, y allanados los caminos
disparejos. Todo el mundo verá la salvación que Dios envía”. Que en estos días
de adviento, podamos preparar nuestras vidas para que seamos capaces de reconocer,
como Juan, o como la abuela de mi amigo, los planes de Dios en medio de los
hilos caóticos de nuestra historia personal y colectiva.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá