¡Amor y paz!
Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital
de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también
nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos
solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el
mundo que está por venir todo será diferente:
«Los que alcancen a ser dignos de tener parte en
aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer
ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a
conclusiones erróneas.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este sábado de la 13ª. Semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendiga…
Evangelio según San Lucas 20,27-40.
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él". Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien". Y ya no se atrevían a preguntarle nada.
Comentario
Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría
extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la
tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos
dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos.
Pero en el cielo nos amaremos todos y con un
corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa,
a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni
discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero
alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).
Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos.
Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el
que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y
de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también
Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para
Él todos viven» (Lc 20,37-38).
Rev. D. Ramon Corts i Blay (Barcelona, España)