¡Amor y paz!
Para explicar el origen de
Jesús, en el evangelio de hoy Mateo emplea un recurso literario utilizado en la
antigüedad, que es la genealogía. Las genealogías servían para conocer los
antepasados de una persona, y esto era de suma importancia en la cultura de los
pueblos del oriente antiguo, en la que el individuo se entendía a sí mismo y
era visto por los demás como parte de un grupo con el que establecía una
relación de parentela por los lazos de la sangre y de la carne. La familia era
el depósito de honor acumulado por todos los antepasados, y cada uno de sus
miembros participaba de dicho honor y estaba obligado a defenderlo (Servicio
Bíblico Latinoamericano).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que la Iglesia
celebra la Natividad de la Virgen María.
Dios los bendiga….
Evangelio según San Mateo 1,1-16.18-23.
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia. Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".
Comentario
La Iglesia celebra ordinariamente
el aniversario del paso al Cielo de los hombres. La fiesta que hoy celebramos
es una de las pocas en las que quiere reconocer de modo público y solemne la
llegada a la tierra de uno de sus hijos. La que iba a ser la Madre de Dios
viene al mundo, con lo que se aproxima ya la plenitud de los tiempos, en
palabras de San Pablo. El momento central de la historia, marcado por la
llegada de Dios hecho hombre a la misma historia, es ya inminente, por cuanto
la que sería su Madre ha nacido.
Es de justicia, pues, alegarse. Debemos
celebrar una fiesta que ponga de manifiesto la alegría de los hombres, que
reconocemos el gran don recibido.
Se trata, ante todo, del
amor insondable de Dios por su criatura humana. No nos abandona a pesar de
nuestros pecados, tan inmenso es su amor. Un amor, ciertamente divino, pero con
manifestaciones de Hombre, de Mujer; así es un amor-cariño, un amor que podemos
entender, aunque lo reconozcamos en manifestaciones sublimes, que se nos
muestran como inalcanzables. Jesús y María nos han querido a los hombres y nos
quieren a cada uno como nadie más puede hacerlo. Y es un cariño real, efectivo,
cuyas gratas manifestaciones podemos llegar a notar todos, y las notaríamos
más, desde luego, si tratáramos de ser todavía más consecuentes con nuestra fe.
Es un día, hoy, para
ensalzar como nunca a nuestra Madre del Cielo. Con su Nacimiento –también,
antes, con su Concepción Inmaculada– se concreta, por así decir, su realidad
como la más dichosa de las criaturas, y su existencia en favor de la humanidad.
¡Ha nacido la Llena de Gracia! ¡Está entre nosotros la Bendita entre las
mujeres!, recordamos hoy, y nos alegramos, como lo hacemos en un cumpleaños,
por haber conocido y por contar con la amistad o con la proximidad familiar y
el afecto de quien celebra sus años. Porque María es Madre de todos los
hombres, sin excepción; aunque es claro que si nos reconocemos discípulos de su
Hijo seamos capaces de valorar más su maternidad.
Es difícil imaginarse la
vida cristiana, camino de los hijos hacia la casa del Padre, sin una Madre que
–sencillamente– nos quiera. Si los cristianos somos los hijos de Dios, hijos
que –como quiere Jesús– deben permanecer siempre niños, parece muy conveniente
que contemos también con una Madre para nuestra vida de relación con Dios. En
verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en
el Reino de los Cielos, nos advirtió el Señor. Muchas veces hemos considerado
que la madurez y responsabilidad humanas no se oponen absoluto a la infancia
espiritual, imprescindible, según Cristo, para ganar el Reino de los Cielos.
Siendo, pues, tan necesaria la infancia, no parece menos imprescindible la
Madre.
Muy conscientes de nuestra
condición y, por tanto, de la debilidad que padecemos, de modo especial como consecuencia
del pecado, actuamos de ordinario en nuestro afán por ser santos como los
niños; que cuentan en todo con la experiencia y la capacidad de sus padres. Y,
como suele suceder en nuestras familias, se apoyan más en la madre mientras son
muy pequeños; y muy pequeños debemos ser siempre ante Dios. La confianza que
inspira una madre impulsa a apoyarse en su ayuda, en todo momento accesible y
acogedora aunque la conducta del pequeño no lo merezca. Esa Madre es, por eso,
otra manifestación de el amor mismo de Dios, que desea que en ningún caso
desconfiemos de su Gracia. Es lógico, pues, que nos alegramos, inmensamente
agradecidos, por tener a María–Madre poderosa y de consuelo– para todas las
necesidades del alma.
Le rendimos asimismo
nuestro homenaje por ser la Llena de Gracia. Es otro modo de reconocer la
omnipotencia y bondad divinas. Como recuerda con frecuencia en la Liturgia de
la Iglesia, a propósito del culto que rendimos a los Bienaventurados:
manifiestas Tu gloria en la asamblea de los santos y al coronar sus méritos
coronas tu propia Obra. Dios, en efecto, muestra de modo más extraordinario su
perfección y el amor a sus hijos, cuando en ellos resplandece la virtud y
gloria que han logrado correspondiendo a su Gracia. Así, María, Llena de Gracia,
al corresponder plenamente a Dios es, entre las criaturas, la imagen más
excelsa de la divinidad.
En su fiesta de cumpleaños
queremos hacerle, con amor, el regalo que nos aconsejaba san Josemaría: El amor
a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes
que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza.
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