¡Amor y paz!
No podemos pasar por este
mundo haciendo caso omiso del gran mandamiento del amor. O siendo solidarios sólo
en algunas escasas ocasiones. O dando limosnas que simplemente tranquilizan un
poco nuestra conciencia.
El Evangelio nos relata
una parábola, no un hecho histórico, pero de todas maneras refleja muy a las
claras la voluntad de Dios en lo que respecta a la relación con los hermanos y la
importancia que le debemos dar a los bienes materiales.
No necesitamos más que
atender a Jesucristo y su Evangelio y no se requieren más milagros para tomar conciencia
y cambiar de actitud frente a Dios y nuestros hermanos.
Te invito, hermano, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 2ª. Semana de Cuaresma.
Démosle gracias a Dios y encomendemos
a Benedicto XVI, que concluye hoy su pontificado; oremos por la Iglesia para que Cristo la
proteja durante el período de Sede Vacante y para que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales
con el fin de que hagan la mejor elección del nuevo Papa.
Dios te bendiga…
Evangelio según San Lucas
16,19-31.
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
Comentario
Hoy, el Evangelio es una
parábola que nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús
nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos
comportado.
El contraste entre el rico
y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico; la situación
patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21).
Todo tiene un gran realismo que hace que entremos en escena.
Podemos pensar, ¿dónde
estaría yo si fuera uno de los dos protagonistas de la parábola? Nuestra
sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y
bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de
los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede
tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad.
Hoy se nos presenta la necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar el tiempo que Él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la vida.
Hoy se nos presenta la necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar el tiempo que Él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la vida.
Jesús deja clara la existencia
del infierno y describe algunas de sus características: la pena que sufren los
sentidos —«que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque
estoy atormentado en esta llama» (Lc 16,24)— y su eternidad —«entre nosotros y
vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16, 26).
San Gregorio Magno nos
dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de
su ignorancia». Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar
al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o
de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia
para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el
momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos
juzgados.
Rev.
D. Xavier Sobrevía i Vidal (Sant Boi de Llobregat-Barcelona, España)