¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado en que conmemoramos a todos los Fieles Difuntos,
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Sab 3,1-9):
Las almas de los justos están en las manos de Dios y no
los alcanzará ningún tormento. Los insensatos pensaban que los justos habían
muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre
nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz. La gente
pensaba que sus sufrimientos eran un castigo, pero ellos esperaban
confiadamente la inmortalidad. Después de breves sufrimientos recibirán una
abundante recompensa, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí.
Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable. En
el día del juicio brillarán los justos como chispas que se propagan en un
cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor
reinará eternamente sobre ellos. Los que confían en el Señor comprenderán la
verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a
sus elegidos y cuida de ellos.
Salmo responsorial: 22
R/. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas
me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas.
Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto.
Así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu
vara y tu cayado me dan seguridad.
Tú mismo preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza
con perfume y llenas mi copa hasta los bordes.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré
en la casa del Señor por años sin término.
2ª Lectura (Rom 5,5-11):
Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha
infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él
mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del
pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente
habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté
dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos
ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.
Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos
salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios,
fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucha más razón,
estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de
su Hijo. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de
nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Versículo antes del Evangelio (Mt 25,34):
Aleluya. Venid, benditos de mi Padre, dice el Señor; tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43):
Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Comentario
Hoy, el Evangelio evoca el hecho más fundamental del
cristiano: la muerte y resurrección de Jesús. Hagamos nuestra, hoy, la plegaria
del Buen Ladrón: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). «La Iglesia no ruega por
los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino que se
encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía san Agustín en
un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos nos preguntamos sobre
el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de nuestra muerte y resurrección.
Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, de la que san Agustín nos
ha mostrado su distinción respecto a la fiesta de Todos los Santos.
Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que los de la Iglesia y, sin
duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es de algún modo privación de
vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos produce un dolor tan
indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así, los hombres siempre
han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto, es un modo de hacer
que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida. Pero sus mecanismos
psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el tiempo. Y si eso puede
humanamente llevar a la angustia, cristianamente, gracias a la resurrección,
tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos permite confiar en que, a
pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la otra vida.
Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a los difuntos, oramos por
ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la intimidad con Dios, y cada vez
que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos solos ante el misterio de la
muerte y de la vida, sino que lo compartimos como miembros del Cuerpo de
Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el cielo y la tierra, sabemos
que se establece una comunión entre nosotros y nuestros difuntos. Por eso, san
Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la
muerte corporal».
Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM (Barcelona, España)
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