¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves de la 32ª semana del Tiempo Ordinario, ciclo A.
Dios nos bendice...
Jueves, 12 de noviembre de 2020
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
Filemón (7-20):
Me alegró y animó mucho tu caridad, hermano, porque tú has aliviado los
sufrimientos de los santos. Por eso, aunque tengo plena libertad en Cristo para
mandarte lo que conviene hacer, prefiero rogártelo apelando a tu caridad, yo,
Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús. Te recomiendo a Onésimo, mi hijo,
a quien he engendrado en la prisión, que antes era tan inútil para ti, y ahora,
en cambio, es tan útil para ti y para mí; te lo envío como algo de mis
entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu
lugar, en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo
sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con libertad.
Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como
esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto
más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras
compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo. Si en algo te ha perjudicado y
te debe algo, ponlo en mi cuenta; yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y
letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Por Dios, hermano,
a ver si me das esta satisfacción en el Señor; alivia mi ansiedad, por amor a
Cristo.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 145,7.8-9a.9bc-10
R/. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(17,20-25):
En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el
reino de Dios Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá
espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el
reino de Dios está dentro de vosotros.»
Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el
Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os
vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así
será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser
reprobado por esta generación.»
Palabra del Señor
Reflexión
Cuando leo el Evangelio de hoy se me vienen a la mente las escenas de las películas de romanos en que el general de turno que ha vencido a sus enemigos entra en triunfo en Roma. Todo el pueblo está en la calle aclamándole. Los senadores, los patricios y hasta el mismo emperador le recibe entre trompetas y timbales que no logran apagar las voces de todos los que participan en la ceremonia. A veces nos hemos hecho una idea así del reino de Dios y de la venida de Jesús. Es el fin del mundo. La historia se detiene. Y todos estamos en la calle para recibirle mientras que los ángeles y los santos y los mártires ocupan los primeros puestos. Todos para acoger al señor de los señores, al que va a ocupar el primer puesto y para siempre.
Pero la realidad es que esa imagen no tiene nada que ver con el Evangelio. Cuando Dios se quiso hacer presente en medio de nosotros, no escogió el camino del poder, del espectáculo, de las maravillas. Lo suyo fue la sencillez, el ocultamiento, el disimulo. Se hizo como uno de nosotros. No pretendió privilegios ni los tuvo. No escogió los primeros puestos sino los últimos. Podía haber nacido en Roma, que era entonces el centro del mundo, y de una buena familia. Pero prefirió la sencillez de un pueblo escondido. Los evangelistas son muy cuidadosos al narrarnos esa simplicidad de su nacimiento y de su vida. ¡Hasta nos cuentan que nace en una cuadra y en medio de los
animales! ¡Un lugar impuro e indigno, maloliente y sucio!
Jesús nos da la clave. Para encontrar el reino de Dios, o lo que es lo mismo, a Dios, no hay que esperar grandes y milagrosos y espectaculares acontecimientos. “El reino de Dios está dentro de vosotros”. Dios alienta nuestros corazones y nos anima a amar y querer a nuestros hermanos y hermanas. Y en ese cariño está Dios mismo. Porque Dios es amor. ¿Qué más buscamos?
Si nos dicen que el Hijo del hombre está aquí o alla, no vayamos a esos sitios. Al Hijo del hombre le encontramos cada vez que abrimos nuestro corazón al hermano, cada vez que nos importan más sus derechos y su bienestar que el nuestro. Cada vez que compartimos el pan, como hacemos en la eucaristía de cada día. Y cada vez que compartimos la vida, como deberíamos hacer en todo momento. Ahí está presente el Hijo del hombre y el reino de Dios y Dios mismo. Sin alharacas, sin trompetas ni tambores, sin grandes ceremonias. Porque todo eso sobra y no hace más que distraer de lo verdaderamente importante: que Dios es amor y que allá donde un corazón ama y da la vida por los hermanos y hermanas –aunque eso implique sufrir–, es Dios mismo el que se hace presente y florece y se renueva la vida.
Recordemos: el reino de Dios está dentro de cada uno de nosotros. ¡Dejemos que florezca y crezca y alumbre la vida de los que nos rodean!
Fernando Torres cmf
Ciudad Redonda