jueves, 9 de diciembre de 2010

La fe cristiana es un don y una tarea

¡Amor y paz!

Ayer meditábamos sobre la Santísima Virgen María, por excelencia la figura más importante del Adviento, que es tiempo de esperanza. Hoy, se nos presenta otro gran personaje, Juan el Bautista y quien es destacado por el mismo Jesús, hasta el punto de decir que “no ha nacido ningún hombre más grande”.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 2ª. Semana de Adviento.

Asimismo, ojalá hagan la siguiente oración cada vez que vayan a leer la Palabra de Dios:

Señor, hazme escuchar hoy, con devoción, palabras de tu boca.
Enciende en mi alma intensa luz de fe y da fuerza a mi esperanza.
Agarra mi mano y condúceme por la senda ardiente de la verdad.
Cambia mi corazón y hazme sensible a tu ternura y a la ternura  de todos los hijos de tu amor.
No permitas que mis pensamientos vaguen lejos de ti y demasiado cerca de mí mismo y de mis intereses.
Carga mis ojos con ansias de ver reinando en el mundo la justicia y la paz, el trabajo y la honradez, la verdad y el amor.
Hunde mi interioridad en el misterio de tu vida en mí, y haz que salga de ella con manos colmadas de generosidad para con los demás.
Teje en torno a mí una trama hermosa de caridad, solicitud, oración, hospitalidad, amistad, esperanza.
(Dominicos 2003)

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 11,11-15.

Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo. Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. Y si ustedes quieren creerme, él es aquel Elías que debe volver. ¡El que tenga oídos, que oiga! 

Comentario

El Antiguo Testamento tuvo la misión de preparar la venida del Mesías. El último profeta fue el Bautista, que lo señaló  con el dedo. Jesús de Nazaret es el que inaugura la nueva era. Con Él hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios y coherederos de su  gloria. Pero, hemos de luchar, ser comprometidos con entera radicalidad con lo que exige esa nueva vida. Así lo expresa San León Magno:

«¿Cómo podrá tener parte en la paz divina aquél a quien agrada lo que desagrada a Dios y el que desea encontrar su placer en cosas que sabe ofenden a Dios? No es ésta la disposición de los hijos de Dios, ni la nobleza recibida con su adopción... Grande es el misterio encerrado en este beneficio, que Dios llame al hombre hijo y el hombre llame a Dios Padre. Estos títulos hacen comprender y conocer a quien se eleva a tal altura de amor... Nuestro Señor Jesucristo, al nacer verdaderamente hombre, sin dejar de ser verdaderamente Dios, ha realizado en sí mismo el origen de una nueva criatura, y en el modo de su nacimiento ha dado a la humanidad un principio espiritual.

«¿Qué inteligencia podrá comprender tan gran misterio, qué lengua narrar una gracia tan grande? La injusticia se vuelve inocencia; la vejez, juventud; los extraños toman parte en la adopción; y las gentes venidas de otros lugares entran en posesión de la herencia. Desde este momento, los impíos se convierten en justos; los avaros, en bienechores; los incontinentes, en castos; los hombres terrestres, en hombres celestes (cf. 1 Cor 15, 49), ¿De dónde viene un cambio tan grande sino del poder del Altísimo? El Hijo de Dios ha venido a destruir las obras del diablo. Él se ha incorporado a nosotros y a nosotros nos ha incorporado a Él, de modo que el descenso de Dios al mundo de los hombres fue una elevación del hombre hasta el mundo de Dios» (Homilía 7ª sobre la Natividad del Señor, 3 y 7)

La fe cristiana es un  don de Dios, pero ella exige del hombre una entrega, una elección. Los valores auténticamente humanos pueden preparar al cristianismo, pero éste exige un salto más allá de la humanidad. Quiere una decisión tomada delante de Cristo, aceptándolo como modelo que transforma radicalmente la experiencia humana. Reducir la religión cristiana a los límites de lo razonable, de lo «honesto» en el sentido únicamente humano, es una tentación a la que se recurre con frecuencia. Esto no significa que para ser buenos cristianos no se tenga que ser ante todo razonables y honestos. Pero vivamos con Cristo una vida nueva. Continuemos en nosotros la misma vida de Cristo. Seamos todos un nuevo Cristo viviente. El verdadero cristiano es un sarmiento unido a la Vid que es Cristo. Si nosotros no ponemos obstáculos, la vida de Cristo es nuestra vida. Nos preparamos para la Navidad en que se ha de consumar nuestra plena unión con Cristo.

P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.