¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 7ª semana del
Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Marcos 9,30-37.
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".
Comentario
Un Mesías incomprensible
El evangelio de hoy nos
propone un tema distinto. La cruz es la prueba suprema de la misión y del ser
mismo de Cristo. Si el Eclesiástico nos decía "prepárate para la
prueba", Jesucristo parece haber leído y entendido esto en su alma
generosa, pues de lo que habla con sus discípulos es de su propia cruz, y bien
se ve que desea que ellos se instruyan en esa ciencia de la cruz.
Mas este lenguaje y este
"modelo" de Mesías resulta incomprensible para aquellos hombres,
afanados por otros asuntos, sobre todo es averiguar quién era el más
importante. Sabemos que esta era una pregunta que les ocupaba mucho de su
tiempo y de su corazón, pues no es esta la última vez que les encontraremos
discutiendo sobre sus relaciones de importancia y poder.
Entonces Jesús, como
adaptándose a su reducida atención, utiliza una estrategia pedagógica: acerca a
un niño y lo pone en medio de todos. ¡Un niño! ¡Cuántas cosas dice esa imagen
de este niño abrazado por Jesús! Ese es el abrazo con que Dios mismo abriga,
anima y fortalece el nuevo comienzo que sólo podía venir por el sacrificio de
la Pascua. Ese es el abrazo que envuelve toda la confianza, toda la ternura,
toda la cercanía del Señor para quien quiera ser verdadero discípulo y no
prematuro maestro.
Es buena idea sentirnos
niños ante los milagros del amor de Cristo. Niños que se admiran con gozo
sabiendo que el pan ya no es pan, sino Cuerpo de Cristo. Niños que saludan con
alegría al viento de la gracia y aplauden con libertad el ritmo prodigioso del
amor divino. Niños que saben mostrar la ropa que ensuciaron y entregarla sin
los dramas falsos que vienen de un orgullo mal disimulado. Niños, en fin, que
saben descansar en el abrazo de Cristo y escuchar en su corazón palpitante la
canción de Dios.
http://fraynelson.com/homilias.html.