sábado, 1 de junio de 2013

¿Quién le dio la autoridad a Jesús?

¡Amor y paz!

La escena del Evangelio hoy es continuación de la lectura que omitimos ayer, por haber celebrado la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen.  En efecto, el viernes relataba la Palabra que Jesús, en Jerusalén,  realizó una acción simbólica en torno a la higuera estéril y, más adelante, arrojó a los mercaderes del Templo.

Ante estos gestos, las autoridades enviaron una delegación a pedirle cuentas a Jesús. Él no les contestó, sino que a su vez les propuso una pregunta. Cuando el Señor ve que no hay fe, o que hay doblez en la pregunta, considera inútil dar argumentos. A veces se calla dignamente, como ante Caifás, Pilatos o Herodes. A veces contesta con un argumento ad hominem o planteando a su vez preguntas, como en el caso de la moneda del César.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 8ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 11,27-33.
Volvieron a Jerusalén, y mientras Jesús estaba caminando por el Templo, se le acercaron los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y las autoridades judías, y le preguntaron: « ¿Con qué derecho has actuado de esa forma? ¿Quién te ha autorizado a hacer lo que haces?» Jesús les contestó: «Les voy a hacer yo a ustedes una sola pregunta, y si me contestan, les diré con qué derecho hago lo que hago. Háblenme del bautismo de Juan. Este asunto ¿venía de Dios o era cosa de los hombres? Ellos comentaron entre sí: «Si decimos que este asunto era obra de Dios, nos dirá: Entonces, ¿por qué no le creyeron?» Pero tampoco podían decir delante del pueblo que era cosa de hombres, porque todos consideraban a Juan como un profeta. Por eso respondieron a Jesús: «No lo sabemos.» Y Jesús les contestó: «Entonces tampoco yo les diré con qué autoridad hago estas cosas.»
Comentario

La pregunta de los jefes no era sincera. Sólo el Mesías, o quien viene con autoridad de Dios, podía tomar actitudes como las narradas, acompañadas además, de signos milagrosos que no pueden ser sino mesiánicos. Pero eso no lo admiten. Es inútil razonar con estas personas. Jesús no les va a dar el gusto de afirmar una cosa que no van a aceptar y que les daría motivos de acelerar su decisión de eliminarlo. Desde ahora se van a precipitar las cosas, con fuertes controversias que desembocarán en el proceso y la ejecución de Jesús.

Ante los gestos proféticos que también ahora se dan en el mundo y en la Iglesia, deberíamos afinar un poco más nuestra reacción.

Hay que saber discernir personal y comunitariamente, bajo la guía de los responsables de la comunidad, si los movimientos o las voces nuevas vienen o no del Espíritu. Pero no deberían ser los intereses personales o el orgullo o la pereza ante los cambios lo que motive nuestra decisión. Los jefes que interpelan a Jesús, llenos de autoridad ellos, llenos de sabiduría, rechazan ya de entrada toda explicación que les vaya a dar: ¿quién es éste para poner en tela de juicio nuestra manera de organizar las cosas del Templo?

Cuando no nos interesa un mensaje, intentamos desautorizar al mensajero. Cuando un profeta nos interpela en una dirección que sacude nuestros hábitos mentales o nuestra comodidad o nuestros intereses, en lugar de preguntarnos si vendrá de Dios, nos dedicamos rápidamente a desprestigiar al profeta, para no tener que hacerle caso. A los judíos les pasó con el Bautista y luego con Jesús.

A nosotros nos pasa siempre que en nuestro camino vemos u oímos voces proféticas que ponen en evidencia nuestra pereza y nuestros fallos, o nos estimulan hacia caminos más exigentes. Lo hacemos con mayor disimulo que los jefes de Jerusalén. Pero lo hacemos. Ignoramos al profeta. No nos damos por enterados de lo que Dios nos estaba queriendo decir. Luego no nos quejemos de la obstinación de los judíos.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 230-234