¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Domingo en que celebramos la solemnidad de la
Santísima Trinidad.
Dios nos bendice,...
Evangelio según San
Juan 16,12-15.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."
Comentario
1.1 El 9 de febrero del año 2000 el papa Juan Pablo II nos regaló
una reflexión preciosa sobre la presencia del misterio trinitario en la
historia. Ofrecemos un aparte de su enseñanza, aunque la numeración aquí
presentada es nuestra.
1.2 trataremos de ilustrar esta presencia de Dios en la historia,
a la luz de la revelación trinitaria, que, aunque se realizó plenamente en el
Nuevo Testamento, ya se halla anticipada y bosquejada en el Antiguo. Así pues,
comenzaremos con el Padre, cuyas características ya se pueden entrever en la
acción de Dios que interviene en la historia como padre tierno y solícito con
respecto a los justos que acuden a él. Él es "padre de los huérfanos y
defensor de las viudas" (Sal 68, 6); también es padre en relación con el pueblo
rebelde y pecador.
1.3 Dos páginas proféticas de extraordinaria belleza e intensidad
presentan un delicado soliloquio de Dios con respecto a sus "hijos
descarriados" (Dt 32, 5). Dios manifiesta en él su presencia constante y
amorosa en el entramado de la historia humana. En Jeremías el Señor exclama:
"Yo soy para Israel un padre (...) ¿No es mi hijo predilecto, mi niño
mimado? Pues cuantas veces trato de amenazarlo, me acuerdo de él; por eso se
conmueven mis entrañas por él, y siento por él una profunda ternura" (Jr
31, 9. 20). La otra estupenda confesión de Dios se halla en Oseas: "Cuando
Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. (...) Yo le enseñé a
caminar, tomándolo por los brazos, pero no reconoció mis desvelos por curarlo.
Los atraía con vínculos de bondad, con lazos de amor, y era para ellos como
quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de
comer. (...) Mi corazón está en mí trastornado, y se han conmovido mis
entrañas" (Os 11, 1. 3-4. 8).
2. Junto
a nosotros
2.1 Continúa enseñándonos el papa Juan Pablo II.
2.2 De los anteriores pasajes de la Biblia debemos sacar como
conclusión que Dios Padre de ninguna manera es indiferente frente a nuestras
vicisitudes. Más aún, llega incluso a enviar a su Hijo unigénito, precisamente
en el centro de la historia, como lo atestigua el mismo Cristo en el diálogo
nocturno con Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-17). El Hijo se inserta
dentro del tiempo y del espacio como el centro vivo y vivificante que da
sentido definitivo al flujo de la historia, salvándola de la dispersión y de la
banalidad. Especialmente hacia la cruz de Cristo, fuente de salvación y de vida
eterna, converge toda la humanidad con sus alegrías y sus lágrimas, con su
atormentada historia de bien y mal: "Cuando sea levando de la tierra, atraeré
a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Con una frase lapidaria la carta a los
Hebreos proclamará la presencia perenne de Cristo en la historia:
"Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8).
2.3 Para descubrir debajo del flujo de los acontecimientos esta presencia
secreta y eficaz, para intuir el reino de Dios, que ya se encuentra entre
nosotros (cf. Lc 17, 21), es necesario ir más allá de la superficie de las
fechas y los eventos históricos. Aquí entra en acción el Espíritu Santo. Aunque
el Antiguo Testamento no presenta aún una revelación explícita de su persona,
se le pueden "atribuir" ciertas iniciativas salvíficas. Es él quien
mueve a los jueces de Israel (cf. Jc 3, 10), a David (cf. 1 S 16, 13), al rey
Mesías (cf. Is 11, 1-2; 42, 1), pero sobre todo es él quien se derrama sobre
los profetas, los cuales tienen la misión de revelar la gloria divina velada en
la historia, el designio del Señor encerrado en nuestras vicisitudes. El
profeta Isaías presenta una página de gran eficacia, que recogerá Cristo en su
discurso programático en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor
Yahveh está sobre mí, pues Yahveh me ha ungido, me ha enviado a predicar la
buena nueva a los pobres, a sanar los corazones quebrantados, a anunciar a los
cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad, y a promulgar el año de
gracia de Yahveh" (Is 61, 1-2; cf. Lc 4, 18-19).
2.4 El Espíritu de Dios no sólo revela el sentido de la historia,
sino que también da fuerza para colaborar en el proyecto divino que se realiza
en ella. A la luz del Padre, del Hijo y del Espíritu, la historia deja de ser
una sucesión de acontecimientos que se disuelven en el abismo de la muerte; se
transforma en un terreno fecundado por la semilla de la eternidad, un camino
que lleva a la meta sublime en la que "Dios será todo en todos" (1 Co
15, 28). El jubileo, que evoca "el año de gracia" anunciado por
Isaías e inaugurado por Cristo, quiere ser la epifanía de esta semilla y de
esta gloria, para que todos esperen, sostenidos por la presencia y la ayuda de
Dios, en un mundo nuevo, más auténticamente cristiano y humano.
2.5 Así pues, cada uno de nosotros, al
balbucear algo del misterio de la Trinidad operante en nuestra historia, debe
hacer suyo el asombro adorante de san Gregorio Nacianceno, teólogo y poeta,
cuando canta: "Gloria a Dios Padre y al Hijo, rey del universo. Gloria al
Espíritu, digno de alabanza y todo santo. La Trinidad es un solo Dios, que creó
y llenó todas las cosas..., vivificándolo todo con su Espíritu, para que cada
criatura rinda homenaje a su Creador, causa única del vivir y del durar. La
criatura racional, más que cualquier otra, lo debe celebrar siempre como gran
Rey y Padre bueno" (Poemas dogmáticos, XXI, Hymnus alias: PG 37, 510-511).
http://fraynelson.com/homilias.html.