lunes, 3 de octubre de 2011

El prójimo soy "yo", cuando me acerco con amor a los demás

¡Amor y paz!

Volvemos a leer y meditar hoy el aparte del Evangelio que nos habla del Buen Samaritano. Pero no por repetido, debemos perder la oportunidad de valorar el gran mensaje que contiene. Jesús concreta el mandamiento del amor, ya presente en el Antiguo Testamento. De ahí se deriva que yo soy el prójimo de la persona a quien me acerco con compasión para ayudarle en cualquier circunstancia. De tal manera, el mandamiento del amor no se queda en letra muerta.

Además, es destacable que, como lo ha demostrado en muchas ocasiones, para Jesús la vida es un don y un derecho fundamental  que hay que preservar sin importar la raza, credo o ideología de las personas.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según san Lucas, 10, 25-37
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".  Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".  Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".  "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".  Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.  Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.  También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.  Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
Comentario

-En esto, un Doctor de la Ley le preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida eterna?" ¿Me hago yo también esa misma pregunta? 

¿Qué respuesta personal y espontánea daría yo a esa pregunta? La vida... La vida eterna...

Si nuestra vida terminara con la muerte, seríamos los más desgraciados de los hombres.

La vida temporal, la que tiene un término, es corta. Todo lo finito es corto. Y si bien hay en ella algunas alegrías, habitualmente es difícil soportarla, sobre todo conforme van pasando los años: toda la literatura, antigua y moderna es copiosa en señalar lo trágico de la "condición humana". Sería ingenuo cerrar los ojos a esa realidad.

Siempre los hombres han esperado "otra vida". Jesús también habló a menudo de ella, y aun decía que esa vida eterna ya ha comenzado, está en camino, si bien inacabada, naturalmente.

¿La deseo? ¿Pienso en ella? ¿Comienzo a vivirla?

-Jesús le pregunto: "¿Qué está escrito en la Ley?" En lugar de contestar a la pregunta, del jurista, Jesús le propone a su vez otra pregunta, obligándole a tomar, él, posición.

¡La vida eterna no es ciertamente una pregunta que los demás podrían resolver en mi lugar!

-El jurista contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda la mente... Y a tu prójimo como a ti mismo"... Jesús le dijo: "Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida".

El Doctor de la Ley citó el Deuteronomio, 6, 5 y el Levítico 19, 18. Amar, amar a Dios y al prójimo. No es pues algo nuevo. No es original. Todas las grandes religiones tienen en común esa base esencial. Esto forma ya parte del Antiguo Testamento. El mensaje de Jesús se basa primero en esa gran actitud, eminentemente humana.

-¿Quién es mi prójimo? Es ahí donde empieza toda la novedad ciertamente revolucionaria del evangelio. Lucas nos aporta aquí un relato escenificado por Jesús. Lucas es el único evangelista que nos ha comunicado esa página admirable que, de otra parte está en la línea recta de todo el evangelio. ¡EI amor al prójimo, para Jesús, va hasta al "enemigo”! Es preciso repetírnoslo.

-Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó... Io asaltaron unos bandidos y lo dejaron medio muerto, al borde del camino...

Pasó un sacerdote, luego un levita que lo vieron y pasaron de largo... Pero un samaritano...

Hemos visto en Lucas 9, 52-55 cuán detestados eran los samaritanos.

¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo...? Jesús da completamente la vuelta a la noción de prójimo. El legista había preguntado "quién es mi prójimo" -en sentido pasivo-: en este sentido los demás son mi prójimo. Jesús le contesta: ¿"de quién te muestras tú ser el prójimo"? -en el sentido activo-: en este sentido somos nosotros los que estamos o no próximos a los demás.

El prójimo soy "yo", cuando me acerco con amor a los demás.

No debo preguntarme: ¿"quién es mi prójimo"?, sino "¿cómo seré yo el prójimo del otro, de cualquier otro hombre?" Cerca de mí, ¿quiénes son los despreciados, mal considerados, difíciles de amar?

-El samaritano al verlo le dio lástima, se acercó a él y le vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada... ¡Anda, haz tu lo mismo! Amar, no es ante todo un sentimiento; es un acto eficaz y concreto.

Noel Quesson
Palabra de Dios para cada día 2
Evang. de Pentecostés a Adviento
Edit. Claret/Barcelona 1983.Pág. 212 s.