lunes, 17 de febrero de 2014

Muchos olvidan el gran milagro de la Resurrección buscando milagritos

¡Amor y paz!

Muchos viven una religión de milagros, donde predominan la magia y el artilugio y no la fe y la confianza; donde pueden más el temor y la duda que el amor y la esperanza. Si el Señor a veces nos regala milagros es para que entendamos mejor su plan de salvación y no para que, víctimas de la desesperación, recurramos a Dios y, una vez logrado el prodigio, nos olvidemos de Él.

¿Cuántos no deambulan de santo en santo, de grupo en grupo, buscando que se les dé el milagrito?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la VI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 8,11-13. 
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla. 

 Comentario

En momentos críticos uno quiere recurrir a recursos extraordinarios para no sucumbir ante las pruebas. Entonces se puede echar mano de la sicología de las masas, se pueden inventar supuestas revelaciones, se puede intentar hacer curaciones o utilizar algunos otros medios que impacten a las multitudes y las hagan venir hacia nosotros. Pero tarde que temprano todo el teatro que se haya armado quedará descubierto y vendrá la ruina total.

Jesús nos pide que no demos señales para convencer a los demás de adherirse a nuestras ideas, incluso religiosas, pues los milagros son un regalo que Dios nos hace y no se pueden convertir en una manipulación de los demás. Él quiere que nosotros mismos seamos esa señal; pues nuestras buenas obras deben apuntar hacia Cristo. Hacia Él nos dirigimos; y lo hacemos en serio, con todo el compromiso de quien proclama la Palabra de Dios y da testimonio de que ella ha sido eficaz en el que la anuncia. Cuando buscamos o damos otro tipo de señales estamos dando a entender que vivimos con mucha inmadurez nuestra fe y que necesitamos muletas o sillas de ruedas para movernos. Si, incluso, Dios nos permitiera hacer milagros, no podemos hacerlos para causar admiración hacia nosotros mismos sino para fortalecer, con toda sencillez, la fe de los demás; pues no somos nosotros, sino Dios quien ha de hacer su obra de salvación por medio nuestro, liberándonos de toda esclavitud al mal.

La prueba más grande de que Dios nos ama consiste en que, siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para liberarnos de la muerte y de la esclavitud al pecado. Esto es lo que celebramos en la Eucaristía. Dios nos ama. Dios es Dios-con-nosotros. Dios no sólo se ha hecho cercano a nosotros, sino que ha hecho su morada en nosotros mismos. Sabemos que, a pesar de que el Señor habita en nosotros y va con nosotros, sin embargo jamás desaparecerán las pruebas por las que tengamos que pasar. Nuestra vida constantemente está sometida a una serie de tentaciones que, al ser vencidas con la fuerza que nos viene de lo alto, el Espíritu Santo, nos harán madurar en la perfección que nos asemeje, de un modo cada vez mejor y más claro, a nuestro Dios y Padre. La Alianza y Comunión de Vida que volvemos a hacer nuestras en esta Eucaristía, lleva a cabo esta obra del amor de Dios y de su salvación en nosotros.

Es fácil abrir el corazón a todo aquello que se conforma a nuestros propios intereses. Si encontramos personas que apoyen nuestra forma de pensar y actuar, aun cuando sean desordenadas, decimos que son gente buena, que nos comprende y que merece todo nuestro respeto. Sin embargo, cuando realmente confrontamos nuestra vida, nuestras obras y actitudes con el Evangelio de Cristo, nos damos cuenta de que debemos corregir muchas cosas. Y si alguien nos hace un fuerte llamado para que, abandonando nuestros caminos de maldad, nos volvamos hacia Dios nos revelamos y le pedimos que respete nuestra libertad (¿no será mas bien nuestro libertinaje?). Ojalá y el Señor no se aleje de nosotros dejándonos a merced de nuestros vanos pensamientos y de nuestras pasiones desordenadas. Abramos nuestro corazón a la Sabiduría de Dios para que podamos actuar guiados por los criterios del bien, del amor, de la verdad, de la justicia. No nos quedemos en una fe aparente movida por cualquier viento.

Pidámosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos dé la firmeza suficiente en la fe que hemos depositado en Él. Que fieles al Señor y a sus enseñanzas nosotros mismos, con una vida recta, seamos la mejor prueba de que el amor de Dios puede transformar al hombre y hacer que todos lleguemos a la unidad querida por Cristo y que debe tener sus raíces firmemente hundidas en el amor fraterno. Amén.


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