¡Amor y paz!
El Evangelio nos relata
hoy que de entre la multitud Jesús escoge a doce, a los que da el nombre de
Apóstoles. Hay una finalidad: Para que se queden con Él; para mandarlos a
predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 23ª. semana
del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice….
Evangelio
según San Marcos 3,13-19.
Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Comentario
En primer lugar hay que
tener una experiencia personal del Señor. Un enviado debe convivir con quien le
envía y saber cuáles son sus planes, sus proyectos; en este caso, conocer el
plan, el proyecto de salvación de Dios sobre la humanidad. Y no sólo conocer la
voluntad de Dios, sino ser uno mismo objeto de esa voluntad salvífica. Entonces
podrá uno ir no sólo como profeta, sino como testigo del amor y de la
misericordia de Dios.
Quien va, no en nombre
propio, sino en Nombre de Jesús, participa de su Misión, la que Él recibió del
Padre; y participa también de su poder para vencer al mal. Así, el enviado se
convierte en la prolongación de Jesús en la historia; es el memorial del Señor
que continúa salvando, que continúa liberando al hombre de sus esclavitudes y
que continúa entregando su vida para que a todos llegue el perdón de Dios y la
Vida y el Espíritu que Él ofrece a quienes crean en Él.
Dios ha enviado a su
Iglesia a proclamar el Evangelio. La Buena noticia del amor de Dios no podemos
proclamarla sólo por habernos convertido en eruditos de la predicación. Quien
no entre en una relación de intimidad con el Señor no puede sentirse autorizado
a proclamar el Evangelio de Salvación a los demás, pues no son los medios
humanos, sino el Espíritu Santo el que da la eficacia necesaria al anuncio del
Evangelio para que se convierta en Palabra de Salvación para el mundo.
A partir de vivir unidos a
Jesucristo por la fe podremos ver con sus ojos el mundo y su historia; entonces
podremos sentir como nuestras las miserias de los demás y buscaremos soluciones
adecuadas a las mismas, no desde nuestras imaginaciones, sino desde el corazón
amoroso y misericordioso de Dios. Quien vive lejos de Dios y se dedica a
proclamar su Nombre, lo único que hará es tratar de pasar como un sabio,
conforme a los criterios del mundo, esperando la alabanza de los demás por sus
discursos bien elaborados, pero será incapaz de involucrarse en la acción
salvífica de Dios aceptando incluso dar su vida por los demás.
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