viernes, 1 de enero de 2016

Quédate con nosotros, Jesús, y danos una paz que dure por los siglos

¡Amor y paz!

Extendamos la acción de gracias que iniciamos ayer, ahora en esta alborada del 2016, y pongamos en las manos de Dios Nuestro Señor esta nueva oportunidad de vida que nos da.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes en que celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, a quien rogamos que interceda por nosotros.

Dios nos bendiga...

¡Bendito, glorificado y santificado seas
por Aquel que abrazó nuestra carne
y nos transfigura en tu luz! 

Que con tu Iglesia
te canten los ángeles en los cielos,
pues tú eres el Dios de lo infinito
y el Dios de toda ternura,
y es a Ti a quien aclamamos.

Señor Jesucristo,
tu nacimiento fue la aurora de una paz nueva
para los hombres que tú amas.

Mira una vez más el amor
que tú mismo has depositado
en el corazón de tu Iglesia,
y, para que en este nuevo año
pueda ella cantar tu gloria,
dígnate unir nuestras manos
en la unidad y en la alegría.

Quédate con nosotros, Emmanuel,
y danos una paz que dure por los siglos y siglos sin fin.

Evangelio según San Lucas 2,16-21. 
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción. 
Comentario

-"El Señor te bendiga y te proteja". En este inicio de año, imploremos la bendición de Dios sobre nosotros, sobre nuestras familias, sobre nuestro país y sobre el mundo entero. La paz se encuentra entre los anhelos más profundos de todos los corazones, pero parece un ideal inalcanzable; y ¿de dónde provendrá? Del rostro que el Señor ilumina sobre ti.

Una mirada dura y agresiva despierta sentimientos de malestar, de oposición, de guerra. La mirada feliz del padre y de la madre engendran, en cambio, paz y bienestar en el corazón de los hijos. La mirada de Dios está siempre dirigida sobre nosotros: el Padre mira benévolamente a su Hijo y a toda la familia humana, convertida en familia suya. Esta mirada despierta la paz en nuestro corazón (y ¿de dónde nace la paz sino del buen corazón que hay en cada hombre?).

En la mirada serena de tantas imágenes de María con su Hijo tenemos como una representación (como un "sacramento") de esta mirada de Dios capaz de restaurar nuestros corazones. Y en la mirada embelesada de tantas madres hacia su hijito en brazos tenemos también un signo de la bondad de los hombres y de la humanidad de nuestro Dios. ¿Y cómo podemos volver nuestros ojos a su mirada y no sentir que nuestro corazón se pacifica y que nuestros brazos se mueven de un modo eficaz para "luchar" (porque se trata de un verdadero "combate") por la paz?.

-"Cuando se cumplió el tiempo".-El día sigue a la noche, una semana a otra, y un año a otro año en una sucesión indefinida, monótona e igual. ¿Igual? A partir del momento en que "envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley" no podemos hablar ya de esta manera: Dios se hace presente en el tiempo, se hace tiempo (porque el hombre es tiempo), y el tiempo llega así a su plenitud. Para el cristiano, el tiempo señala, pues, un progreso. Pero la plenitud no es el hombre, ni ningún superhombre, sino el hombre Jesucristo, que también progresa en el tiempo, de Navidad a Pascua, y que nos lleva a todos en su mismo movimiento. Sí, también nosotros crecemos, progresamos en el tiempo, de Navidad a Pascua: de nuestro nacimiento a nuestra muerte, que es el día del encuentro con el Señor: cuando contemplaremos, ya sin ningún velo, su mirada luminosa que nos dará la paz y la alegría plenas. 

En este inicio del año, en el que muchas veces oímos comentarios más bien grises (el tiempo todo lo destruye, todo lo aja) vale la pena recordar las palabras de San Pablo: "no desmayamos, sino que mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día" (2Co/04/16; 2Co/05/01).

¿Tan sólo bellas palabras? No: "Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: "Abba! Padre" "Le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción".-Jesús, es decir, Yahvé salva.

He aquí al salvador, desde el interior, de este tiempo que transcurre y que todo lo arrastra; el salvador del odio que anida en el corazón de los hombres y de los pueblos y que conduce a la guerra; el salvador de esta dinámica que parece fatalista, que lleva a oposiciones y arrastra a la guerra. "Yahvé salva" ¿Música celestial? ¿O bien haremos como María ("conservaba todas estas cosas meditándolas en nuestro corazón")? 

El recuerdo arraigado, la meditación del misterio de Navidad en profundidad, nos hará colaboradores de esta obra salvadora de Dios: no sólo contempladores del don de Dios y disfrutadores de una paz interior, sino agentes activos en nuestra convivencia diaria y en el campo social y político. Jesús no gozó beatamente de la complacencia del Padre, sino que se comprometió activamente en la sociedad de su tiempo... hasta dejar la piel.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1991, 1