¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 8ª semana del
Tiempo Ordinario. Hoy celebra la Iglesia también la fiesta de San Felipe Neri,
a quien el Movimiento Fratres debe mucho su inspiración y guía. Que él interceda por nosotros.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Marcos 10, 46-52
Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Comentario
a) Jesús cura al ciego
Bartimeo. Es un relato muy sencillo, pero lleno de detalles, y un símbolo claro
de la ceguera humana espiritual, que también puede ser curada. Esta vez Marcos
dice el nombre del ciego: se ve que tenía testimonios de primera mano, o que el
buen hombre, que «recobró la vista y le seguía por el camino», se convirtió
luego tal vez en un discípulo conocido.
La gente primero reacciona
perdiendo la paciencia con el pobre que grita. Jesús sí le atiende y manda que
se lo traigan. El ciego, soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús, que
después de un breve diálogo en que constata su fe, le devuelve la vista.
b) La ceguera de este hombre
es en el evangelio de Marcos el símbolo de otra ceguera espiritual e
intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa el episodio en medio de escenas
en que aparece subrayada la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas
de los apóstoles.
Como cuando vamos al
oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre
cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos
ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos
conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al
médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo:
«Maestro, que pueda ver». Soltemos el manto y demos un salto hacia él: será
buen símbolo de la ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es
él.
También podemos dejarnos
interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los
ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Jóvenes
y mayores, muchas personas que no ven, que no encuentran sentido a la vida,
pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una
respuesta a sus preguntas. ¿Perdemos la paciencia como los discípulos, porque
siempre resulta incómodo el que pide o formula preguntas? ¿O nos acercamos al
ciego y le conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que
te llama»?
Cristo es la Luz del mundo.
Pero también nos encargó a nosotros que seamos luz y que la lámpara está para
alumbrar a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos
ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate,
que te llama»?
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 226-230
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 226-230