miércoles, 13 de octubre de 2010

Jesús denuncia las contradicciones de los fariseos

¡Amor y paz!

Demos inmensas gracias a Dios Nuestro Señor porque ha escuchado nuestras súplicas y, tal como lo registramos al momento de escribir esta información, la operación para rescatar a los 33 mineros en Chile fue exitosa.

Ha sido un trabajo ejemplar de solidaridad y cooperación, un vehemente respaldo a la vida y un rotundo rechazo a la muerte.

En cuanto al Evangelio de hoy, Jesús critica que los fariseos sean escrupulosos para cumplir normas de poco valor, en tanto que descuidan lo esencial. El cristiano, en cambio, debe centrarse en lo fundamental: la justicia, el amor a Dios y el amor al hermano.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Miércoles de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 11,42-46.

Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!". Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: "Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros". El le respondió: "¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!

Comentario

Qué fácil es decirle a alguien que es hombre de Iglesia porque desembolsa grandes cantidades de dinero a favor de la misma, o porque paga puntualmente sus contribuciones a la Iglesia, o porque imparte pláticas y cursos como un gran experto en la fe. Mientras todos estos actos sólo sean una especie de paliativos a la conciencia para tratar de redimir con eso una vida desordenada o degenerada que no quiere abandonarse, las alabanzas y sonrisas y agradecimientos que se reciban no servirán realmente de nada en la presencia de Dios. El Señor, además de las obras de caridad nos pide que no nos olvidemos de la justicia y del amor de Dios. Que no sólo hablemos hermosa e ilustradamente acerca de la fe para hacer comprender a los demás sus compromisos de fe y de amor e invitarlos (obligarlos) (?) a amoldar su vida a ellos, sino que seamos nosotros los primeros en asumir nuestras responsabilidades en la fidelidad a la fe y al amor que proclamamos; de lo contrario seríamos cristianos de fachada, hipócritas, sepulcros blanqueados, aparentemente bellos, pero sólo por fuera, pues nuestro interior estaría lleno de carroña y podredumbre. Vivamos con lealtad nuestra fe en Cristo haciendo nuestros su Vida y su Espíritu, y no conformarnos pensando que ya estamos salvados por haber ayudado a nuestro prójimo, o por haber anunciado el Nombre del Señor.

El Señor nos ha convocado para estar con Él en esta Celebración de su Pascua. Venimos con la intención de ser los primeros en escuchar su Palabra para ponerla en práctica. El Señor nos quiere en Comunión de Vida con Él. Él nos quiere como un signo mucho muy claro de su amor salvador en medio de nuestros hermanos. Por eso no podemos sólo cumplirle al Señor participando en la Eucaristía, tal vez diariamente, sino que lo haremos realmente cuando dejemos que su Espíritu haga suya nuestra vida y nos conduzca de tal forma que por medio nuestro el Señor se convierta en cercanía amorosa para todos para salvarlos, fortalecerlos, socorrerlos y manifestárseles como Padre Misericordioso.

Hagamos el bien. Como Cristo, pasemos haciendo el bien a nuestro prójimo. Pero para esto, antes que nada hemos de reconocer nuestra propia realidad, lo que realmente somos internamente. No podemos dar una cara ante los demás mientras nuestro interior, mientras nuestras intenciones sean pecaminosas. Por eso hemos de vivir en una continua conversión para ser más leales ante Dios, ante nuestro prójimo y ante nosotros mismos. Sabiendo que nosotros mismos somos pecadores no queramos juzgar ni rechazar a los demás a causa de sus pecados y miserias; ni queramos proyectar en ellos la realización del bien, con cargas pesadas, que nosotros no estamos dispuestos a cumplir o a llevar con amor. Preocupémonos por construir un mundo más fraterno, más justo, más en paz. Pero que esto brote de nuestra sincera unión con Cristo y no por el afán de brillar ni de ser tenidos en cuenta. Cuando seamos sinceros en hacer el bien a los demás sin que medien intenciones torcidas estaremos, realmente, construyendo un mundo cada día mejor por haber actuado no conforme a nuestros criterios, sino conforme a los criterios de Cristo.

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