lunes, 28 de julio de 2014

Jesús quiere que seamos fermento de santidad en el mundo

¡Amor y paz!

El Reino de Dios no sólo inició entre nosotros como la más pequeña de las semillas a causa del poquito número de los que al principio creyeron, sino también porque, a pesar de que se ha extendido por el mundo entero, sólo pertenecen a Él los de corazón humilde y sencillo, pues cuando somos débiles es cuando somos fuertes, ya que no trabajamos nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros para el bien de todos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XVII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 13,31-35.
Jesús propuso a la gente otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas". Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa". Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. 

Comentario

Unidos a Cristo, purificados de nuestros pecados y llenos del Espíritu Santo, el Señor quiere que en verdad seamos fermento de santidad en el mundo para que poco a poco vayamos ganando a todos para Cristo. La vida recta, la justicia con la que vivamos, la preocupación por el bien de todos, especialmente de los más desprotegidos, nuestra honestidad ante la corrupción que ha dominado muchos ambientes, harán que no sólo proclamemos el Evangelio con los labios, sino también con nuestras obras, con nuestras actitudes y con nuestra vida misma. Esta sinceridad de nuestra fe, y el no crear una dicotomía entre fe y vida harán que incluso aquellos que se han alejado del Señor se unan a la Iglesia, encontrando en ella no sólo refugio, sino el lugar desde el cual puedan manifestar su compromiso no sólo con Dios, sino también con el hombre.

Cuando el sembrador siembra la semilla en el suelo y la cubre de tierra pareciera que esa semilla ha sido vencida por la muerte. Sin embargo, al paso del tiempo de esa semilla germinará una nueva vida, que, con los debidos cuidados, producirá un fruto abundante.

Cuando Cristo nos dice que el Reino de Dios ya está entre nosotros nos habla de su vida frágil, rechazada y perseguida por aquellos que no le pertenecen a Dios. Cristo es el Reino de Dios entre nosotros. Él, en un aparente fracaso, fue sepultado, pero al tercer día resucitó glorioso para que nosotros tengamos vida y vida en abundancia. Este es el fruto de esa pequeña semilla sembrada en tierra. Él no volverá al cielo con las manos vacías, sino con las manos llenas, llevando consigo a todos aquellos por quienes Él entregó su vida.

Hay en la Escritura unas palabras terribles: Aquel que es la Palabra, vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero también hay otras palabras consoladoras: A cuantos lo acogieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Nuestro corazón es como un terreno; ojalá y sea buen terreno para acoger a Aquel que es la Palabra, y para que alojado en nuestra vida, produzca abundantes frutos de salvación. La Iglesia jamás puede rechazar a alguna persona. Todo aquel que se acerque a ella debe encontrar el apoyo para su vida y la posibilidad de desarrollarse plenamente. Más aún, debe encontrar la capacidad de convertirse en alimento substancioso y no venenoso para cuantos le traten. El Señor espera que su Iglesia sea fiel a la fe que profesamos en Él. Él no tanto nos lleva en su cintura cuanto en su corazón. Ahí hemos de aprender a amar y servir como nosotros hemos sido amados y servidos por Él. Lejos de Él tal vez a lo único que llegaremos es a ser unos charlatanes del Evangelio, pero no Profetas Testigos de Dios; entonces lo único que daremos a luz será viento y no hijos de Dios, pues estos no nacen del orgullo de la ciencia del hombre, sino de la humildad y sencillez con que actúa el Espíritu Santo en el seno de su Iglesia.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir en plena comunión con Cristo Jesús, para que sea Él quien, desde su Iglesia, continúe realizando su obra de salvación en el mundo. Amén.


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