¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la VI Semana de Pascua.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Juan 16,5-11.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'. Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado."
Comentario
Hoy contemplamos otra
despedida de Jesús, necesaria para el establecimiento de su Reino. Incluye, sin
embargo, una promesa: «Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si
me voy, os lo enviaré» (Jn 16,7).
Promesa hecha realidad de
forma impetuosa en el día de Pentecostés, diez días después de la Ascensión de
Jesús al cielo. Aquel día —además de sacar la tristeza del corazón de los
Apóstoles y de los que estaban reunidos con María, la Madre de Jesús (cf. Hch
1,13-14) — los confirma y fortalece en la fe, de modo que, «todos se llenaron
del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu
Santo les impulsaba a expresarse» (Hch 2,4).
Hecho que se “hace
presente” a lo largo de los siglos a través de la Iglesia, una, santa, católica
y apostólica, ya que, por la acción del mismo Espíritu prometido, se anuncia a
todos y en todas partes que Jesús de Nazaret —el Hijo de Dios, nacido de María
Virgen, que fue crucificado, muerto y sepultado— verdaderamente resucitó, está
sentado a la diestra de Dios Padre (cf. Credo) y vive entre nosotros. Su
Espíritu está en nosotros por el Bautismo, constituyéndonos hijos en el Hijo,
reafirmando su presencia en cada uno de nosotros el día de la Confirmación.
Todo ello para llevar a término nuestra vocación a la santidad y reforzar la
misión de llamar a otros a ser santos.
Así, gracias al querer del
Padre, la redención del Hijo y la acción constante del Espíritu Santo, todos
podemos responder con total fidelidad a la llamada, siendo santos; y, con una
caridad apostólica audaz, sin exclusivismos, llevar a cabo la misión,
proponiendo y ayudando a los otros a serlo.
Como los primeros —como
los fieles de siempre— con María rogamos y, confiando que de nuevo vendrá el
Defensor y que habrá un nuevo Pentecostés, digamos: «Ven, Espíritu Santo, llena
el corazón de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (Aleluya de
Pentecostés).
Rev. D. Lluís Roqué i Roqué (Manresa-Barcelona