¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este lunes de la 1a semana de Cuaresma.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
Comentario
Después de muchos sufrimientos, el pueblo de
Israel llega a la imagen de Yahvéh como el que hace justicia. Sin embargo, ni
los jueces ni los reyes fueron tan justos en su momento. Los profetas no fueron
escuchados y pagaron con su vida recordar el proyecto de Yahvéh. Así surge un
doble concepto de justicia: Mispat y Sedaqa. Mispat era la justicia que hoy
llamaríamos conmutativa (quien la hace la paga) y Sedaqá la que con la justicia
hace misericordia y recupera el infractor, una justicia que no la hace sino el
justo. En el desarrollo posterior la justicia-misericordia no será posible sino
en un futuro, cuando venga el día de Yahvéh. En los evangelios se tiene un
enfoque diferente. En Juan el juicio es ahora y lo hace cada quien frente a
Jesús; es decir, me condeno yo mismo cuando lo rechazo y condeno a los demás a
convivir conmigo. Otra imagen del juicio es la que nos presenta el evangelio de
hoy que ha sido llamado “juicio universal”, “juicio de las naciones”, “juicio
de los pueblos”, “juicio final” y en el que los criterios de juicio son
conocidos desde ahora para que nadie se llame a engaño. Es un juicio indirecto
pues realmente no es Dios, ni el Hijo del Hombre, ni los ángeles que con él
vengan, ni el rey de la parábola los que juzgan. Son los mismos “más pequeños”
del final. En el relato de la vocación de Pablo a los gentiles, en el camino de
Damasco, lo que se le revela es que no estaba persiguiendo a los hombres sino
al Señor. En el evangelio de Mateo se generaliza esta experiencia fundamental
cristiana cuando se dice, como criterio último que lo que se hizo a los “más
pequeños” «a mí me lo hicisteis». No se trata meramente una forma piadosa de
motivar moralmente, sino que es una síntesis de la encarnación, del Dios que se
revela en Jesús. Nos dice que Dios es de tal manera humano que se hace
accesible en las necesidades y el sufrimiento humano incluso aunque yo mismo no
lo sepa; que Dios obra de tal manera que no interviene para cambiar la acción
del hombre sino que se somete a las consecuencias de esa acción haciendo que el
dolor de Cristo sea el dolor del mundo; igualmente es dolor del Padre porque
«tanto amó Dios al mundo (cosmos), que le dio su unigénito Hijo» (Jn 3:16). El
Resucitado lleva las marcas de la pasión como las ha de llevar el bautizado; las
aumentamos en Cristo cuando las aumentamos en los demás .
Adelantar el juico del justo (Sadaqá), pues el
justo Jesús al morir en la cruz ya ha juzgado al mundo, nos corrige la visión
humana del proceder de Dios. Pensaríamos que el juicio de Dios, para ser justo,
tiene que declarar inocente al que ya lo es, y pecador al que ya lo es. Pero
adelantado a este vida es hacer justo al pecador, es decir “justificarlo” no en
el sentido de disculparlo sino de “hacerlo justo”, es decir, de convertirlo
para que obre la justicia. Pablo no fue arruinado por ser perseguidor de los
creyentes sino vuelto defensor de ellos hasta dar la vida. Pedro no fue
castigado por su triple negación sino invitado a la triple reiteración del
amor. Tuvieron un juicio salvador. Muchas veces a lo largo de la vida tenemos
que repetir este juicio por cuanto que en el proceso de conversión que dura
toda la vida, siempre nos hallaremos “justos y pecadores” al mismo tiempo;
justos por lo que Dios ha hecho en nosotros y pecadores por lo que aún nos
falta. La comunidad de los discípulos en Mateo no es un grupo de elegidos que
estén permanentemente seguros, sino una mezcla (como trigo y cizaña, peces
buenos e impuros) que tendrá que enfrentar la suerte final de sus actos; pero
una suerte que puede conocer desde ahora. En los “más pequeños” Jesús hace
presencia de incógnito. El Mesías no se esperaba encontrar entre los
hambrientos, los desnudos, los enfermos, los prisioneros, los forasteros, pero
será con arreglo a estos como los poderosos, los causantes de la miseria son
juzgados y pueden evitar el suplicio eterno. Un adagio de los rabinos decía que
si los ricos ayudan a los pobres en esta vida, los pobres ayudarán a los ricos
en la vida eterna; es decir, que en manos de los pobres estaba la salvación de
los ricos. Algunos comentaristas afirman que la intención de Mateo era hacer de
la comunidad cristiana el grupo de “los más pequeños”. Pudo perfectamente ser
su intención pero tal grupo es sustituto o representante corporativo de un
grupo mayor a escala universal, precisamente como lo es Jesús.
A nivel popular nos han presentado el juicio
final como una balanza para pesar en un platillo las obras buenas y en el otro
las malas, de forma que, si el haber pesara más que el debe (como en los libros
de contabilidad), nos salvaríamos, y en el caso contrario nos condenaríamos. Si
fuera así, seguramente la gran mayoría la pasaría mal. Pero como dice el salmo:
«No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas»
(Sal 103:10). No se trata del balance final de un negocio o de una inversión.
Dios se ha olvidado de todo lo que pesa en nuestras básculas; del “debe” en
cuentas espirituales porque Cristo lo ha llenado. Nos toca corresponder a este
amor gratuito de Dios que me salva de mis cuentas y mi egoísmo. No me queda
sino responder a ese amor. Pero no puedo hacerlo amando a Dios como tan
magníficamente lo recuerda la carta de Juan: «Si de esta manera nos amó Dios,
también nosotros debemos amarnos unos a otros», es decir, que no hay forma diferente
a amar a los demás para amar a Dios. El amor para los griegos se dirigía a lo
alto; el amor para los cristianos mira siempre hacia abajo como lo hizo Dios en
Jesús. El juicio nos dice que el hombre no es juzgado por la aplicación de un
código exterior a él del que pueda alegar desconocimiento (como lo hacen los
egoístas del segundo grupo que no ven beneficio en hacer el bien) sino por su
humanidad o inhumanidad, por su relación con la plenitud del ser humano; con
cuan humanos hayamos sido en relación con los demás. Cuando se afirma que Jesús
es el Hombre, se dice que Cristo es la verdad del hombre, la humanidad
auténtica, el que se da a sentir detrás de todo rostro humano. En casi todas
las religiones encontramos a Dios en lo sublime, en lo alto, en la representación
de fuerza y de poder, pero en el cristianismo nos toca encontrarlo
especialmente en los más débiles, en el necesitado, como en la parábola del
buen Samaritano. El sentido del pobre en el evangelio va más allá de una
predilección ética o humanista: verifica la autenticidad de nuestro seguimiento
de Cristo. Así, Jesús modifica o completa la idea judía del juicio. Los
escritos de los rabinos hablaban que el juicio final se refería a las dos
medidas que Yahvéh usaba para gobernar el mundo: una, la medida de la
misericordia y otra, la de la justicia. Al final —decían los rabinos— la
misericordia desaparece, la compasión queda lejana y la benevolencia se esfuma.
Sólo quedará la pura justicia. Pero Cristo busca que la misericordia no
desaparezca nunca, ni la que él hace ni la que nosotros podemos hacer mientras
vivamos. Si lo entendemos como el juicio de las naciones, ciertamente es un
juicio que estamos perdiendo; será por eso que andamos en “suplicio eterno”.
Luis Javier Palacio Palacio, S.J.