¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, a la
manera de la lectio divina, en este miércoles en que celebramos la
solemnidad de la Anunciación del Señor.
Dios nos bendice...
Lectio Divina: Solemnidad
de la Anunciación del Señor
Lectio
Miércoles, 25 Marzo , 2020
Lucas 1,26-38
1. Oración inicial
Padre misericordioso,
envíame también a mí, en este tiempo de oración y de escucha de tu Palabra, tu
ángel santo, para yo pueda recibir el anuncio de la salvación y, abriendo el
corazón, pueda ofrecer mi sí al Amor. Envía sobre mí, te ruego, tu Espíritu
Santo, como sombra que me cubra, como potencia que me llene. Hasta ahora, oh
Padre, yo no quiero decirte otra cosa que mi sí; decirte: “He aquí, que estoy
aquí por ti. Haz de mí lo que quieras. “Amén.
2. Lectura
a) Para
colocar el pasaje en su contexto:
El pasaje de la anunciación
nos conduce del templo, espacio sagrado por excelencia, a la casa, a la
intimidad del encuentro personal de Dios con su criatura; nos conduce dentro de
nosotros mismos, al profundo de nuestro ser y de nuestra historia, allá donde
Dios puede llegar y tocarnos. El anuncio del nacimiento de Juan el Bautista
había abierto el seno estéril de Isabel, deshaciendo la absoluta impotencia del
hombre y transformándola en capacidad de obrar junto con Dios. El anuncio del
nacimiento de Jesús, por el contrario, llama a la puerta del seno fructífero de
la “Llena de Gracia” y espera respuesta: es Dios que espera nuestro sí, para
poder obrar todo.
b) Para
ayudar en la lectura del pasaje:
vv.26-27: Estos dos primeros
versículos nos colocan en el tiempo y el espacio sagrados del acontecimiento
que meditamos y que reviven en nosotros: estamos en el sexto mes de la
concepción de Juan Bautista y estamos en Nazaret, ciudad de Galilea, territorio
de los alejados e impuros.. Aquí ha bajado Dios para hablarle a una virgen,
para hablar a nuestro corazón.
Nos vienen presentados los
personajes de este acontecimiento maravilloso: Gabriel, el enviado de Dios, una
joven mujer de nombre María y su esposo José, de la casa real de David. También
nosotros somos acogidos a esta presencia, estamos llamados a entrar en el
misterio.
vv.28-29: Son las
primerísimas frases del diálogo de Dios con su criatura. Pocas palabras, apenas
un suspiro, pero palabras omnipotentes, que turban el corazón, que ponen
profundamente en discusión la vida, los planes, las esperanzas humanas. El
ángel anuncia el gozo, la gracia y la presencia de Dios; María queda turbada y
se pregunta de dónde le pueda venir a ella todo esto. ¿De dónde un gozo tal?
¿Cómo una gracia tan grande que puede cambiar incluso el ser?
vv.30-33: Estos son los
versículos centrales del pasaje: y la explosión del anuncio, la manifestación
del don de Dios, de su omnipotencia en la vida del hombre. Gabriel. el fuerte,
habla de Jesús: el rey eterno, el Salvador, el Dios hecho niño, el Omnipotente
humilde. Habla de María, de su seno, de su vida que ha sido elegida para dar
entrada y acogida a Dios en este mundo y en cualquier otra vida. Dios comienza,
ya aquí, a hacerse vecino, a llamar. Está en pie, espera, junto a la puerta del
corazón de María; pero también aquí, en nuestra casa, junto a nuestro corazón….
v.34: María ante la
propuesta de Dios, se deja manejar por una completa disposición; revela su
corazón, sus deseos. Sabe que para Dios lo imposible es realizable, no tiene la
mínima duda, no endurece su corazón ni su mente, no hace cálculos; quiere
solamente disponerse plenamente, abrirse, dejarse alcanzar de aquel toque
humanamente imposible, pero ya escrito, ya realizado en Dios. Pone delante de
Él, con un gesto de purísima pobreza, su virginidad, su no conocer varón; es
una entrega plena, absoluta, desbordante de fe y abandono. Es la premisa del
sí.
vv. 35-37: Dios, humildísimo
responde; la omnipotencia se inclina sobre la fragilidad de esta mujer, que
somos cada uno de nosotros. El diálogo continúa, la alianza crece y se
refuerza. Dios revela el cómo, habla del Espíritu Santo, de su sombra
fecundante, que no viola, no rompe, sino conserva intacta. Habla de la
experiencia humana de Isabel, revela otro imposible convertido en posible; casi
una garantía, una seguridad. Y después, la última palabra, ante la cual es
necesario escoger: decir sí o decir no; creer o dudar, entregarse o
endurecerse, abrir la puerta o cerrarla. “Nada es imposible para Dios”
v.38: Este último versículo
parece encerrar el infinito. María dice su “He aquí” se abre, se ofrece a Dios
y se realiza el encuentro, la unión por siempre. Dios entra en el hombre y el
hombre se convierte en lugar de Dios: son las Bodas más sublimes que se puedan
jamás realizar en esta tierra. Y sin embargo el evangelio se cierra con una
palabra casi triste, dura: María queda sola, el ángel se va. Queda, sin
embargo, el sí pronunciado por María a Dios y su Presencia; queda la verdadera
Vida.
c) El
texto:
Al sexto mes envió Dios el
ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada
con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era
María. Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo.» Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría
aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien
pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob
por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será
esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel,
tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la
que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.» Dijo
María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el
ángel, dejándola, se fue.
3. Un momento de silencio orante
He leído y escuchado las
palabras del evangelio. Estoy en silencio…Dios está aquí, a la puerta, y pide
asilo, precisamente a mí, a mi pobre vida….
4. Algunas preguntas
a) El anuncio de Dios, su
ángel, entra en mi vida, ante mí y me habla. ¿Estoy preparado para recibirlo,
para dejarle espacio, para escucharlo con atención?
b) Enseguida recibo un
anuncio desconcertante; Dios me habla de gozo, de gracia, de presencia.
Precisamente las cosas que yo estoy buscando desde hace tanto tiempo, de
siempre. ¿Quién me podrá hacer verdaderamente feliz?¿Quiero fiarme de su
felicidad, de su presencia?
c) Ha bastado un poco,
apenas un movimiento del corazón, del ser; Él ya se ha dado cuenta. Ya me está
llenando de luz y amor. Me dice: “Has encontrado gracia a mis ojos”. ¿Agrado yo
a Dios? ¿Él me encuentra amable? Sí, así es. ¿Por qué no lo hemos querido creer
antes?¿Por qué no lo he escuchado?
d) El Señor Jesús quiere
venir a este mundo también a través de mí; quiere acercarse a mis hermanos a
través de los senderos de mi vida, de mi ser. ¿Podré estropearle la
entrada?¿Podré rechazarlo, tenerlo lejano?¿Podré borrarlo de mi historia de mi
vida?
5. Una clave de lectura
Algunas palabras importantes
y fuertes que resuenan en este pasaje del evangelio
¡Alégrate!
Verdaderamente es extraño
este saludo de Dios a su criatura; parece inexplicable y quizás sin sentido. Y
sin embargo, ya desde siglos resonaba en las páginas de las divinas Escrituras
y, por consiguiente, en los labios del pueblo hebreo. ¡Gózate, alégrate,
exulta! Muchas veces los profetas habían repetido este soplo del respiro de
Dios, habían gritado este silencioso latido de su corazón por su pueblo, su
resto. Lo leo en Joel: “No temas, tierra, sino goza y alégrate, porque el Señor
ha hecho cosas grandes….”(2,21-23); en Sofonías: “Gózate, hija de Sion, exulta,
Israel, y alégrate con todo el corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha revocado
tu condena” (3,4); en Zacarías: “Gózate, exulta hija de Sion porque, he aquí,
que yo vengo a morar en medio de ti, oráculo del Señor” (2,14). Lo leo y lo
vuelvo a escuchar, hoy, pronunciado también sobre mi corazón, sobre mi vida;
también a mí se me anuncia un gozo, una felicidad nueva, nunca antes vivida.
Descubro las grandes cosas que el Señor ha hecho por mí; experimento la
liberación que viene de su perdón, yo no estoy ya condenado, sino agraciado,
para siempre; vivo la experiencia de la presencia del Señor junto a mí, en mí.
Sí, Él ha venido a habitar entre nosotros; Él está de nuevo plantando su tienda
en la tierra de mi corazón, de mi existencia. Señor, como dice el salmo, Tú te
gozas con tus criaturas (Sal 104, 31) y también yo me gozo en ti; mi gozo está
en ti (Sal 104, 34).
El Señor
está contigo
Estas palabras tan simples,
tan luminosas, dicha por el ángel a María, encierra una fuerza omnipotente; me
doy cuenta que bastaría, por sí sola, a salvarme la vida, a levantarme de
cualquier caída o fallo, de cualquier error. El hecho de que Él, mi Señor, está
conmigo, me sostiene en vida, me vuelve animoso, me da confianza para continuar
existiendo. Si yo existo, es porque Él está conmigo. Quizás pueda valer para mí
la experiencia que la Escritura cuenta de Isaac, al cual le sucedió la cosa más
bella que se puede desear a un hombre que cree en Dios y lo ama; un día se le
acerca a él Abimelech con sus hombres, diciéndole; “Hemos visto que el Señor
está contigo” (Gén 26, 28) y pidiendo que se hicieran amigos, que se hiciera un
pacto. Quisiera que también de mí se dijera la misma cosa; quisiera poder
manifestar que el Señor verdaderamente está en mí, dentro de mi vida, en mis
deseos, mis afectos, mis gustos y acciones; quisiera que otros pudieran
encontrarlo por mi mediación. Quizás, por esto, es necesario que yo absorba su
presencia, que lo coma y lo beba.
Me voy a la escuela de la
Escritura, leo y vuelvo a leer algunos pasajes en la que la voz del Señor me
repite esta verdad y, mientras Él me habla, me voy cambiando, me siento más
habitado. ”Permanece en este país y yo estaré contigo y te bendeciré” (Gén
26,3). “Después el Señor comunicó sus órdenes a Josué , hijo de Nun, y le dijo:
“Sé fuerte y ten ánimo, porque tu introducirás a los Israelitas en el país que
he jurado darles, y yo estaré contigo” (Dt 31,23). ”Lucharán contra ti pero no
prevalecerán, porque yo estaré contigo para salvarte y liberarte” (Jer 15,20).
“El ángel del Señor aparece a Gedeón y le dice: “¡El Señor es contigo, hombre
fuerte y valeroso!” (Jue 6,12). “En aquella noche se le apareció el Señor y le
dijo: Yo soy el Dios de Abrahán tu padre, no temas porque yo estoy contigo. Te
bendeciré y multiplicaré tu descendencia por amor a Abrahán, mi siervo” (Gén
26,24). “He aquí que yo estoy contigo y te protegeré a donde quieras que vayas;
luego te haré regresar a este país, porque no te abandonaré sin hacer todo lo
que te he dicho” (Gén 28,15) “No temas porque yo estoy contigo; no te
descarríes, porque yo soy tu Dios. Te hago fuerte y acudo en tu ayuda y te
sostengo con la diestra victoriosa” (Is 41,10)
No temas
La Biblia se encuentra
rebosante de este anuncio lleno de ternura; casi como un río de misericordia
esta palabra recorre todos los libros sagrados, desde el Génesis hasta el
Apocalipsis. Es el Padre que repite a sus hijos que no tengan miedo, porque Él
está con ellos, no los abandona, no los olvida, no los deja en poder del enemigo.
Es como si fuese una declaración de amor, de corazón a corazón, y llega hasta
nosotros. Abrahán ha oído esta palabra y después de él su hijo Isaac, después
los patriarcas, Moisés, Josué, David, Salomón y con ellos, Jeremías y todos los
profetas. Ninguno está excluido de este abrazo de salvación que el Padre ofrece
a sus hijos, también a los más alejados, los más rebeldes. María sabe escuchar
profundamente esta palabra y se la cree con fe plena, con absoluto abandono;
Ella escucha y cree, acoge y vive también para nosotros. Ella es la mujer
fuerte y animosa que se abre a la llegada del Señor, dejando caer todos los
miedos, las incredulidades, las negativas. Ella repite este anuncio de Dios
dentro de nuestra vida y nos invita a creer con Ella.
Has encontrado
gracia
“Señor, si he encontrado
gracia a tus ojos…”. Esta es la plegaria que sale más veces del corazón de
hombres y mujeres que buscan refugio en el Señor; de ellos habla la Escritura,
los encontramos en las encrucijadas de nuestras calles, cuando no sabemos bien
a donde ir, cuando nos sentimos golpeados por la soledad o la tentación, cuando
vivimos los abandonos, las traiciones, las desconfianzas que pesan sobre
nuestra existencia. Cuando no tenemos a nadie y no logramos ni siquiera
encontrarnos a nosotros mismo, entonces también nosotros, como ellos, nos
ponemos a rezar repitiendo aquellas palabras: “Señor, si he encontrado gracias
a tus ojos…”. ¡Cuantas veces quizás las hemos repetido, también solo, en
silencio! Pero hoy aquí, en este pasaje evangélico tan sencillo, se nos
adelantaron, hemos estado escuchando con anterioridad; ya no necesitamos
suplicar, porque ya hemos encontrado todo aquello que estábamos siempre
buscando y mucho más. Hemos recibido gratuitamente, hemos sido colmados y ahora
rebosamos.
Para Dios
nada hay imposible
Hemos llegado casi al final
de este recorrido fortísimo de gracia y de liberación; acaba de alcanzarme
ahora una palabra que me sacude en lo más profundo. Mi fe está puesta al
retortero; el Señor me prueba, me sondea, pone a prueba mi corazón. Lo que el
ángel afirma aquí, delante de María, había sido ya proclamado muchas veces en
el Antiguo Testamento; ahora alcanza la plenitud, ahora todos los imposibles se
realizan; Dios se hace hombre; el Señor se convierte en amigo; el lejano está
muy cerca. Y yo, también yo, pequeño y pobre, me hago partícipe de esta
inmensidad de gracia; se me dice que también en mi vida lo imposible se
convierte en posible. Sólo debo creer, sólo dar mi consentimiento. Pero esto
significa dejarse sacudir por la potencia de Dios; entregarme a Él: que me
cambia, me libera, me renueva. Nada de esto es imposible. Sí, yo puedo renacer
hoy, en este momento, por gracia de su palabra que me ha hablado, que me ha
alcanzado hasta el punto más profundo del corazón. Busco y transcribo los pasos
de la Escrituras que me repiten esta verdad. Y mientras escribo, mientras las
leo y las pronuncio despacio, masticando cada palabra, lo que ellas dicen se
realizan en mí… Génesis 18,14; Job 42,2; Jeremías 32, 17; Jeremías 32, 27;
Zacarías 8,6; Mateo 19,26; Lucas 18,27.
Heme aquí
Y ahora no puedo huir, ni
evitar la conclusión. Sabía desde el principio que precisamente aquí, dentro de
esta palabra, tan pequeña sin embargo, tan llena, tan definitiva, Dios me
estaba aguardando. La cita del amor, de la alianza entre Él y yo se había
señalado precisamente en esta palabra, apenas un suspiro de su voz. Permanezco
aturdido por la riqueza de presencia que siento en este ¡“Heme aquí”!; no debo
esforzarme mucho para recordar las innumerables veces que Dios mismo la ha
pronunciado primero, la ha repetido. Él es el “Heme aquí” hecho persona, hecho
fidelidad absoluta, insustituible. Debería ponerme solamente bajo su onda, sólo
encontrar su impronta en los polvos de mi pobreza, de mi desierto; debería sólo
acoger su amor infinito que no ha cesado jamás de buscarme, de estar junto a
mi, de caminar conmigo, donde quiera que yo he ido. El “Heme aquí” está ya
dicho y vivido, es ya verdad. ¡Cuántos, antes que yo y cuántos también hoy,
junto a mi! No, no estoy solo. Hago una vez más silencio, me coloco una vez más
a la escucha, antes de responder… “¡Heme aquí, heme aquí!” (Is 65,1) repite
Dios; “Heme aquí, soy la sierva del Señor”, responde María; “Heme aquí, que yo
vengo para hacer tu voluntad” (Sal 39,8) dice Cristo.
6. Un momento de oración: Salmo 138
Estribillo: Padre, en tus
manos encomiendo mi vida
Tú me escrutas, Yahvé, y me
conoces;
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas.
Aún no llega la palabra a mi lengua,
y tú, Yahvé, la conoces por entero;
me rodeas por detrás y por delante,
tienes puesta tu mano sobre mí.
Maravilla de ciencia que me supera,
tan alta que no puedo alcanzarla.
¿Adónde iré lejos de tu espíritu,
adónde podré huir de tu presencia?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú,
si me acuesto en el Seol, allí estás.
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas.
Aún no llega la palabra a mi lengua,
y tú, Yahvé, la conoces por entero;
me rodeas por detrás y por delante,
tienes puesta tu mano sobre mí.
Maravilla de ciencia que me supera,
tan alta que no puedo alcanzarla.
¿Adónde iré lejos de tu espíritu,
adónde podré huir de tu presencia?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú,
si me acuesto en el Seol, allí estás.
Porque tú has formado mis
riñones,
me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tantas maravillas:
prodigio soy, prodigios tus obras.
¡Qué arduos me resultan tus pensamientos,
oh Dios, qué incontable es su suma!
Si los cuento, son más que la arena;
al terminar, todavía estoy contigo.
Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón,
examíname, conoce mis desvelos.
Que mi camino no acabe mal,
guíame por el camino eterno.
me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tantas maravillas:
prodigio soy, prodigios tus obras.
¡Qué arduos me resultan tus pensamientos,
oh Dios, qué incontable es su suma!
Si los cuento, son más que la arena;
al terminar, todavía estoy contigo.
Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón,
examíname, conoce mis desvelos.
Que mi camino no acabe mal,
guíame por el camino eterno.
7. Oración final
Padre mío, tu has bajado
hasta mí, me has tocado el corazón, me has hablado, prometiéndome gozo,
presencia, salvación. En la gracia del Espíritu Santo, que me ha cubierto con
su sombra, también yo junto a María, he podido decirte mi sí, el “Heme aquí” de
mi vida por ti. Ahora no me queda nada más que la fuerza de tu promesa, tu
verdad: “Concebirás y darás a la luz Jesús”. Señor, aquí tienes el seno abierto
de mi vida, de mi ser, de todo lo que soy. Pongo todo en tu corazón. Tú, entra,
ven, desciende te ruego a fecundarme, hazme generadora de Cristo en este mundo.
El amor que yo recibo de ti, en medida desbordante, encuentre su plenitud y su
verdad cuando alcance a los hermanos y hermanas que tú pones en mi camino.
Nuestro encuentro, oh Padre, sea abierto, sea don para todos; sea Jesús, el
Salvador. Amén.
Orden de los Carmelitas