¡Amor
y paz!
Hay
por lo menos tres tipos de soberbia: la del poder, la del tener y la del saber.
Y de las tres, tal vez la última es la que envanece más a quien la exhibe.
Quien sabe más sobre ciertos temas se cree superior a los demás y los mira por encima
del hombro. Al terminar su segunda carta
a los Corintios, San Pablo no cae en esa trampa y muestra que toda la grandeza
de su misión tiene origen en la gracia de Dios y no en sus propios méritos.
Y lo
ratifica en otra carta, a los Efesios: “A mí, el menor de todos los santos, me
fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable
riqueza de Cristo” (Ef 3:
8).
En
cuanto al Evangelio, hoy nos muestra que, a pesar del éxito inicial y la
popularidad de Jesús, el conjunto del pueblo no puede aceptar que Dios
manifieste su Reino a través de alguien que es un hombre como otro cualquiera,
con una familia y un oficio como los demás. Así es de que, en adelante, el
Señor empezará a centrar su acción en
sus discípulos.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar la Segunda lectura, el Evangelio (que serán proclamados
en la Eucaristía) y el comentario, en este XIV Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios
los bendiga...
Carta
II de San Pablo a los Corintios 12,7-10.
Y para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad". Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Evangelio
según San Marcos 6,1-6.
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
Comentario
Cuando
Bogotá era apenas un pequeño villorrio en la extensa sabana verde y fértil que
habitaron antiguamente los Muiscas, una joven de una familia muy adinerada
decidió ingresar a una comunidad religiosa dedicada a la atención de ancianos y
ancianas de escasos recursos. Después de haber hecho su noviciado con las
Hermanitas de los pobres, alejada del mundanal ruido, la joven regresó a la
ciudad que la había visto crecer y donde su familia era muy conocida en los
círculos de la alta sociedad. Al poco tiempo recibió su primer destino; fue
enviada a trabajar en un albergue muy pobre, ubicado al sur de la ciudad. Una
de las tareas que debía cumplir semanalmente la nueva religiosa, era salir por
las calles para pedir limosna, por el amor a Dios, a los
transeúntes. Con estas ayudas se sostenía la labor que realizaban en el
albergue.
Un
sábado por la tarde, la hermanita salió con una compañera para cumplir con el
deber de pedir limosna, recorriendo las principales calles de Bogotá. Cuando
iban caminando por la carrera séptima, muy concurrida en aquellas épocas, la
joven fue reconocida por un grupo de antiguos compañeros de colegio y de
parranda. Los muchachos comenzaron a burlarse de las hermanitas. Uno de ellos,
liderando el grupo, se adelantó para ofrecer una limosna, pero puso una
condición... la joven religiosa debía darle un beso si quería recibir la ayuda
para sus viejitos. La monjita, sin dudar un momento, se inclinó ante su antiguo
amigo y le besó los pies ante la mirada atónita de los peatones que circulaban
por el lugar. Después, erguida, como su dignidad, estiró la mano para recibir
la dádiva prometida. El burlador, lleno de vergüenza, tuvo que cumplir lo que
había prometido mientras sus compañeros se iban escabullendo con el rabo entre
las piernas.
Nunca
ha sido fácil predicar en la misma tierra que nos ha visto crecer. El mismo
Jesús, cuando regresó a Nazaret comenzó a enseñar en la sinagoga y “la
multitud, al oír a Jesús se preguntaba admirada: ¿Dónde aprendió éste tantas
cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace?” Y san Marcos
añade: “Por eso no quisieron hacerle caso. Pero Jesús les dijo: –En todas
partes se honra a un profeta menos en su propia tierra, entre sus parientes y
en su propia casa”. Con razón, a pesar de estar entre los suyos, Jesús “no pudo
hacer allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos pocos enfermos
y sanarlos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él”.
Predicar
entre las personas conocidas es una tarea muy complicada. Sin embargo, estamos
llamados a comenzar nuestra labor misionera por nuestra propia casa. Es allí
donde se hace real el anuncio que tenemos que llevar al mundo. Predicar entre
desconocidos es muy atractivo y suele brindarnos muchas satisfacciones. Todos
lo hemos comprobado cuando vamos a un campamento misión, a una jornada de
trabajo donde no nos conocen. Nos sentimos más libres, menos condicionados por
nuestra historia personal, más protegidos de nuestro rabo de paja... Y esto hay
que hacerlo, no faltaba más; pero comenzar por la propia casa nos ayuda a
realizar nuestra labor desde la humildad y la sencillez del que se siente
enviado y no dueño de la salvación.
Como la hermanita de los pobres, a lo mejor
nos toca humillarnos para recibir la respuesta que estamos esperando, porque
sabemos que no es para nosotros, sino para el Señor.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de
Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá