¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, según el método
de la lectio divina, en este viernes de la cuarta semana de Pascua.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos
de los Apóstoles 13,26-33
En aquellos días,
llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: 26 Hermanos, hijos
de la estirpe de Abrahán, y los que, sin serlo, teméis a Dios, es a vosotros a
quienes se dirige este mensaje de salvación. 27 Ciertamente, los habitantes de
Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, y al condenarlo cumplieron las
palabras de los profetas que se leen todos los sábados. 28 Sin haber hallado en
él ningún delito que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo matase. 29 Y
después de cumplir todo lo que acerca de él estaba escrito, lo bajaron del
madero y lo sepultaron. 30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. 31
Durante muchos días se apareció a los que habían subido con él desde Galilea a
Jerusalén, los cuales son ahora sus testigos ante el pueblo. 32 Y nosotros os
anunciamos la Buena Noticia: que la promesa hecha a nuestros antepasados 33
Dios nos la ha cumplido a nosotros, sus descendientes, resucitando a Jesús,
como está escrito también en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he
engendrado hoy.
En este discurso -su primer discurso programático-, Pablo desarrolla los mismos argumentos de fondo del primer discurso de Pedro en Pentecostés. Debía ser un esquema habitual en los que anunciaban la Buena Noticia en los ambientes judíos: las antiguas promesas se han cumplido ahora, a pesar del rechazo por parte de los habitantes de Jerusalén, que entregaron a Pilato a un inocente, al que Dios despertó de los muertos. Los matices del discurso son distintos, pero la sustancia es la misma: Jesús, injustamente condenado, ha sido reconocido justo por Dios mediante la resurrección. Y ésta es «la palabra de salvación», ésta es la ((Buena Nueva», ésta es la realización de «la promesa hecha a nuestros antepasados»: Dios es lo suficientemente fuerte para vencer el mal, incluso el más horrible. Dios dará la salvación a los que crean en su poder, el mismo poder que se manifestó en el acontecimiento pascual de Jesús.
Hemos de señalar que Pablo
fundamenta el anuncio de la resurrección en declaraciones de «testigos». Pablo
tiene mucho cuidado en no introducirse en el número de estos, con lo que
reconoce su papel insustituible. Él es sólo un portavoz de «lo que ha
recibido». Con todo, se apresura a añadir: «Y nosotros os anunciamos la Buena
Noticia», introduciéndose en el grupo de los evangelizadores. Nos anuncia la
Palabra de salvación a nosotros, que somos los verdaderos hijos de Abrahán (Mt
3,9), los herederos de las promesas (Gal 3,16-29), el verdadero Israel de Dios
(Gal 6,16), hoy, en este contexto concreto que es el nuestro.
Evangelio: Juan 14,1-6
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en
mí. 2 En la casa de mi Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya os lo
habría dicho; ahora voy a prepararos ese lugar. 3 Una vez que me haya ido y os
haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar
donde voy a estar yo. 4 Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy.
Tomás replicó:
- Pero, Señor, no
sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?
6 Jesús le respondió:
- Yo soy el camino, la
verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí.
Los apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el cenáculo, después del anuncio de la traición de Judas, de las negaciones de Pedro y de la inminente partida del Maestro, han quedado profundamente afectados. El desconcierto y el miedo han inundado la comunidad. Jesús lee en el rostro de sus discípulos una fuerte turbación, un peligro para la fe, y por eso les anima a que tengan fe en el Padre y en él (v. 1).
Si el Maestro exhorta a
sus discípulos a la confianza es porque él está a punto de irse a la casa del
Padre a prepararles un lugar. No deben entristecerse por su partida, porque no
los abandona; más aún, volverá para llevarlos con él (vv. 3s).
Los apóstoles no
comprenden las palabras de Jesús. Tomás manifiesta su absoluta incomprensión:
no sabe la meta hacia la que se dirige Jesús ni el camino para llegar a ella; y
es que entiende las cosas en un sentido material. Jesús, en cambio, va al Padre
y precisa el medio para entrar en contacto personal con Dios: «Yo soy el
camino, la verdad y la vida» (v. 6).
Esta fórmula de revelación
es una de las cumbres más elevadas del misterio de Cristo y de la vida
trinitaria: el hombre-Jesús es el camino porque es la verdad y la vida. En
consecuencia, la meta no es Jesús-verdad, sino el Padre, y Jesús es el mediador
hacia el Padre. La función mediadora del hombre-Jesús hacia el Padre está
explicitada por la verdad y por la vida. El Señor se vuelve así, para todos los
discípulos, el camino al Padre, por ser la verdad y la vida. Él es el revelador
del Padre y conduce a Dios, porque el Padre está presente en él y habla en
verdad. Él es el «lugar» donde se vuelve disponible la salvación para los
hombres y éstos entran en comunión con Dios.
MEDITATIO
Jesús también me dice a mí
hoy: «No te inquietes». Tú sabías, Señor, que también había de llegar para mí
el momento de la inquietud y la turbación. Para mí y para tantos otros como yo.
¿Cómo es posible que haya tantos odios y venganzas? ¿Tanta corrupción e
indiferencia? ¿Tanta hambre de dinero y de poder? ¿Tanta violencia y tanta
prepotencia? Fíjate cómo nuestras ciudades se han vuelto semejantes a Sodoma y
Gomorra: ¿cómo es posible no sentirse inquieto?
Jesús responde a mi inquietud
asegurándome que «también hay un lugar para mí» allí donde está él, un lugar
preparado para quien, a pesar de la inquietud, persevera con él en las pruebas
y en la tormenta. Y es que, en definitiva, también en el siglo XXI, sigue
siendo él el camino, la verdad y la vida: con él es como podemos y debemos
atravesar los ciclones de la avidez y de la sensualidad sin límites y los
vientos gélidos de la injusticia y del cinismo.
Todas las fuerzas que nos
desvían, todas las tendencias arrolladoras que nos exigen estar firmemente
aferrados a él.
¿Quieren llevarte por
otros caminos? Acuérdate de que él es el camino. ¿Quieren indicarte soluciones
más adelantadas, más dignas del nuevo milenio? Acuérdate de que él es la
verdad. ¿Quieren enseñarte cómo vivir de un modo más intenso y libre? Acuérdate
de que él es la vida. Acuérdate de que con él puedes iniciar una reconstrucción
no ilusoria, aunque no fácil.
ORATIO
Sostén, Señor, mi corazón
vacilante; tú mismo ves lo difícil que es no quedar preso del asombro en este
mundo que parece haber olvidado incluso que has venido a nosotros. Tú mismo
estás viendo cómo estamos destruyendo, en unos pocos decenios, un patrimonio
espiritual acumulado durante siglos mediante un tenaz trabajo misionero y
pastoral. Tú mismo estás viendo cómo envejecen tus fieles, sin que lleguen
demasiados refuerzos, cómo disminuye la práctica religiosa y el número de
vocaciones, cómo se disgrega la familia, cómo son considerados tus fieles con
cierta suficiencia.
Sostén, Señor, mi fe
vacilante, porque no quiero abandonarte a ti, que eres todo para mí. Sostén
esta débil esperanza mía, que quisiera ver el nuevo milenio iluminado por tu
verdad. Sostén la cada vez menos vívida llama del amor por mis hermanos, a los
que quisiera hacer el supremo regalo de dar testimonio de ti como el único que
pone en contacto con el Dios vivo y verdadero.
Haz que las palabras que
dijiste a Tomás venzan todo mi desánimo y triunfen sobre mi debilidad. Porque
estoy seguro de que eres tú quien tiene la última palabra: «A ti, Señor, me
acojo; no quede yo avergonzado para siempre» (cf. Sal 71,1).
CONTEMPLATIO
Mediante la continua
invocación y el continuo recuerdo de nuestro Señor Jesucristo, se implanta en
nuestra mente una especie de divina tranquilidad, siempre que no olvidemos la
oración continua dirigida a él, la sobriedad sin tregua y la obra de la
vigilancia. En verdad, intentamos realizar siempre del mismo modo y de una
manera propia la invocación a Jesucristo nuestro Señor, gritando con un corazón
ferviente, de modo que podamos tener parte y gustar el santo nombre de Jesús.
La continuidad, en efecto, tanto para la virtud como para el vicio, es la madre
de la costumbre, y la costumbre tiene, después, la misma fuerza que la
naturaleza. La mente que llega a semejante tranquilidad persigue, a
continuación, a los enemigos como el perro que caza las liebres en el
bosquecillo. El perro, para devorarlas; la mente, para aniquilarlos (Hesiquio,
Discurso sobre la sobriedad y las virtudes unidas a la salvación del alma, 98).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
PARA LA LECTURA
ESPIRITUAL
Nadie escapa a la
posibilidad de ser herido. Todos somos personas heridas, física, psicológica,
mental, espiritualmente. La preyunta principal no es: «aCómo podemos esconder
nuestras heridas?», , a fin de que no nos resulten embarazosas, sino: «iCómo
podemos poner nuestras heridas al servicio de los demás?».
Cuando las heridas dejan
de ser una fuente de vergüenza y se vuelven fuente de curación, nos convertimos
en curadores heridos. Jesús es el curador herido de Dios: por medio de sus
heridas nos ha sanado de nuevo a nosotros. El sufrimiento y la muerte de Jesús
han traído consigo alegría y vida; su humillación ha traído gloria; su rechazo
ha traído una comunidad de amor. Como seguidores de Jesús, también nosotros
podemos hacer que nuestras heridas traigan curación a los otros (H. J. M.
Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 207 [trad. esp.: Pan para el
viaje, PPC, Madrid 1999]).
http://www.mercaba.org/LECTIO/PAS/semana4_viernes.htm