martes, 18 de agosto de 2009

O SERVIMOS A DIOS, O AL DINERO

¡Amor y paz!

Los invito a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 20ª semana del tiempo ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 19,23-30.

Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos". Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible". Pedro, tomando la palabra, dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?". Jesús les respondió: "Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

REFLEXIÓN

¿Para qué escamotear el sentido de las palabras de Jesús? Sencillamente, si ponemos nuestro corazón en las riquezas, desplazamos de él a Jesús.

El dinero, los bienes de fortuna no son malos por sí mismos. Sólo que muchos los han convertido en el fin y la razón de sus vidas. ¿Por qué estudian? ¡Por dinero! ¿Por qué trabajan? ¡Por dinero! ¿Por qué viven? ¡Por dinero! Y así las cosas, haciendo del dinero el nuevo ‘dios’, tienen vía libre para llegar a estafar, engañar, explotar, delinquir y hasta matar por dinero. Así que o servimos a Dios o al dinero.

Jesús nos propone que elijamos su amor por encima de otros amores que pueden ser válidos. Se trata de optar por Él como valor supremo. Se trata de no amar a nadie más que a Él.

Este amor preferencial a Jesús potencia nuestro amor por los demás. Si no se ama a Jesús, no se ama a los demás. Por algo dice San Juan: «Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4,20-21). Lo malo es anteponer otros intereses, otros amores que están en contraposición con Dios. Lo peligroso es que los amores a las cosas, a las riquezas, a las criaturas, nos distancien de Él.

El Papa Benedicto XVI terminaba la homilía de inicio de su servicio a la Iglesia diciendo a los jóvenes: “¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno”.

Es que al final de nuestra existencia, cuando pasemos de esta vida a la eterna, el Señor no nos juzgará porque tuvimos tantas casas, o tantos vehículos, o tantas cuentas corrientes o porque recibimos tantos títulos o porque hicimos tantos viajes por el mundo.

Así lo entendió Francisco de Asís cuando se despojó de sus galas para casarse con ‘madonna povertá (la señora pobreza). Pese a que los bienpensantes del pueblo lo juzgaron como loco, porque lo “había perdido” todo, él sabía que había “ganado” lo verdaderamente importante: la vida eterna. Asimismo, el mendigo de Tagore, cuando vació sus alforjas, supo que, en vez de perder un grano de trigo, había ganado un grano de oro.

Recordemos las palabras de San Juan de la Cruz: “Al atardecer de nuestra vida se nos juzgará de amor”.

No faltará quien, el día del juicio, responda: “Pero, cómo, ¡si me pasé la vida haciendo dinero!” Por eso, no se fijó, como el rico Epulón, que había muchísimos Lázaros reclamando un mendrugo de pan. Jamás amó a Dios y por tanto jamás amó a sus hermanos.