¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes 16 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Jer 3,14-17):
Volved, hijos apóstatas —oráculo del Señor—, que yo soy vuestro dueño; cogeré a uno de cada ciudad, a dos de cada tribu, y os traeré a Sión; os daré pastores a mi gusto que os apacienten con saber y acierto; entonces, cuando crezcáis y os multipliquéis en el país —oráculo del Señor—, ya no se nombrará el arca de la alianza del Señor, no se recordará ni mencionará, no se echará de menos ni se hará otra. En aquel tiempo, llamarán a Jerusalén “Trono del Señor”, acudirán a ella todos los paganos, porque Jerusalén llevará el nombre del Señor, y ya no seguirán la maldad de su corazón obstinado.
Salmo responsorial: Jer 31
R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en
las islas remotas: «El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como un
pastor a su rebaño».
«Porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte». Vendrán
con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor.
Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas.
Versículo antes del Evangelio (Cf. Lc 8,15):
Aleluya. Bienaventurados los que con corazón bueno y sano retienen la palabra de Dios y dan fruto con la paciencia. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 13,18-23):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».
Comentario
Hoy contemplamos a Dios como un agricultor bueno y
magnánimo, que siembra a manos llenas. No ha sido avaro en la redención del
hombre, sino que lo ha gastado todo en su propio Hijo Jesucristo, que como
grano enterrado (muerte y sepultura) se ha convertido en vida y resurrección
nuestra gracias a su santa Resurrección.
Dios es un agricultor paciente. Los tiempos pertenecen al Padre, porque sólo Él
conoce el día y la hora (cf. Mc 13,32) de la siega y la trilla. Dios espera. Y
también nosotros debemos esperar sincronizando el reloj de nuestra esperanza
con el designio salvador de Dios. Dice Santiago: «Ved como el labrador aguarda
el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia las lluvias tempranas y
tardías» (St 5,7). Dios espera la cosecha haciéndola crecer con su gracia.
Nosotros tampoco podemos dormirnos, sino que debemos colaborar con la gracia de
Dios prestando nuestra cooperación, sin poner obstáculos a esta acción
transformadora de Dios.
El cultivo de Dios que nace y crece aquí en la tierra es un hecho visible en
sus efectos; podemos verlos en los milagros auténticos y en los ejemplos
clamorosos de santidad de vida. Son muchos los que, después de haber oído todas
las palabras y el ruido de este mundo, sienten hambre y sed de escuchar la
Palabra de Dios, auténtica, allí donde está viva y encarnada. Hay miles de
personas que viven su pertenencia a Jesucristo y a la Iglesia con el mismo
entusiasmo que al principio del Evangelio, ya que la palabra divina «halla la
tierra donde germinar y dar fruto» (San Agustín); debemos, pues, levantar
nuestra moral y encarar el futuro con una mirada de fe.
El éxito de la cosecha no radica en nuestras estrategias humanas ni en
marketing, sino en la iniciativa salvadora de Dios “rico en misericordia” y en
la eficacia del Espíritu Santo, que puede transformar nuestras vidas para que
demos sabrosos frutos de caridad y de alegría contagiosa.
P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)
Evangeli. net