viernes, 8 de julio de 2011

«El que persevere hasta el final, se salvará»

¡Amor y paz!

En el discurso misionero, Jesús anuncia a los suyos que tendrán dificultades y persecuciones. Conscientes de que serán perseguidos, les recomienda la sagacidad de las serpientes (para saber discernir la presencia de los lobos y no provocar inútilmente a los opositores) y la sencillez de las palomas (sin dobleces ni complicaciones).

Jesús los invita a confiar en la ayuda de Dios: el Espíritu Santo estará a su lado y les dará su luz y su fuerza.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este Viernes de la XIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 10,16-23.
Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre.
 Comentario

En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente: porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles.

Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra los padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará».

Ser. cristiano es fruto de un conocimiento conceptual y experiencial de Cristo. Se trata de conocer y creer en sus palabras y, además, ponerlas en práctica llevando el mismo estilo de vida que él llevó. O aceptamos correr su misma suerte viviendo lo que sabemos y creemos o no nos llamemos ni consideremos cristianos.

Nuestra fe es profética por naturaleza. El profetismo es un aspecto constitutivo del cristianismo. Desde la experiencia de fe hay que anunciar el Reino de Dios en este mundo y denunciar cuanto lo impide o dificulta. Si la fe cristiana deja de ser profética pasará a ser vergonzante. Si callamos ante la injusticia, la opresión o el pecado por no complicarnos la existencia, viviremos un cristianismo acomodaticio y falso.

Si optamos por Dios en favor de los hombres entraremos en conflicto con los poderes políticos o ideológicos que los subyugan y esclavizan y entonces la persecución, la incomprensión y toda serie de calamidades se nos vendrán encima.

Jesús anuncia la imposibilidad de vivir auténticamente la fe sin un compromiso personal contra toda suerte de pecado. Recomienda prudencia y promete asistencia del Espíritu que anima la vida del creyente y advierte que desde la fortaleza/valentía se superarán las dificultades.

Las guerras en nombre de Dios han de ser vividas en voz pasiva, nunca en activa. Somos los cristianos los que seremos perseguidos, nunca
perseguidores.

Cuando se mata en nombre de Dios se engendra ateísmo, cuando se muere engendramos cristianismo. Mirémonos en el espejo de la historia para no cometer los mismos errores del pasado.

Benjamín Oltra Colomer
Ser como Dios manda
Una lectura pragmática de San Mateo
Edicep. Valencia-1995. Págs. 62-63