¡Amor y paz!
El Evangelio de hoy es muy sencillo y no hace falta
que nos esforcemos mucho para comprenderlo. Jesús critica la conducta de los
que sólo tienen buenas palabras, y alaba en cambio la de aquellos, peor
hablados, que terminan cumpliendo la voluntad de Dios aunque sea a
regañadientes.
Comprueba que los santones de Israel, los sumos
sacerdotes y los senadores del pueblo, van a la zaga en el camino del reinado
de Dios, mientras que los pecadores, publicanos y prostitutas, les llevan la
delantera.
Jesús distingue entre las buenas obras y las buenas
palabras, entre la ortopraxis y la simple ortodoxia, y ve que no siempre se
corresponden. Creer no es saber mucho y mejor que los otros, ni conocer en cada
momento la voluntad de Dios, ni tener como ciertas las verdades que la Iglesia
nos propone... sino llevar una vida coherente con el evangelio (mercaba.org)
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Domingo XXVI del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Mateo 21,28-32.
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'. Él respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".
Comentario
Una caricatura de Justo y Franco, dos personajes de
las tiras cómicas publicadas en un periódico colombiano, traía alguna vez cinco
escenas que me impactaron. En el primer cuadro aparecen dos hombres de las
cavernas en lo alto de un barranco tallando una enorme rueda de piedra. El
segundo cuadro muestra cómo, en medio de su trabajo, se les suelta la rueda,
que cae al vacío; al fondo del barranco hay otro hombre que va saliendo de una
de las cavernas, justo debajo del barranco por donde cae la enorme rueda de
piedra. En el tercer cuadro la piedra cae encima del hombre que salía de la
caverna. Los dos personajes contemplan la escena desde lo alto del barranco. El
cuarto cuadro muestra cómo el hombre que es golpeado insulta a los dos
cavernícolas que están en lo alto del barranco contemplando el daño que han
hecho sin querer...
Por último, en el cuadro final, mientras la víctima
aleja, mientras sigue insultando a sus agresores, los dos hombres en lo alto
comentan: “Esta moda del idioma es una linda invención, pero las palabras nunca
reemplazarán a los palos y las rocas”.
Efectivamente, esta moda del idioma, como llaman
estos cavernícolas a los insultos del afectado por el accidente de trabajo,
nunca reemplazarán la contundencia de las acciones. Comúnmente se dice que las
palabras lo aguantan todo, y es verdad. Hablar, prometer, jurar, asegurar, y
aún orar, si no se traducen en acciones muy concretas que sirvan de
autenticación de lo que se ha hablado, prometido, jurado, asegurado o, incluso,
orado, nos quedamos a la mitad del camino.
Conozco a muchas personas a quienes les gusta
conversar sobre sus dificultades para vivir la fe; tienen serias dudas sobre
muchos de los dogmas de nuestro credo, no comparten muchas de las orientaciones
disciplinarias de la Iglesia, les cuesta mucho vivir una práctica ritual sin
acabar de entender del todo su contenido... Sin embargo, viven con bastante
coherencia su propia existencia. Tratan de ser fieles a su propia conciencia
que les va indicando el camino que deben tomar en circunstancias complejas y
confusas.
Conozco también, y sobre todo porque me conozco a
mí, a personas que afirman todos y cada uno de los dogmas, hacen gala de seguir
milimétricamente las orientaciones disciplinarias de la Iglesia y se ufanan de
ser fieles a los ritos y prácticas religiosas a los que obliga la fe; sin
embargo, a la hora de las definiciones, nos quedamos cortos en nuestra
respuesta generosa y entregada.
“¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?” Es
la pregunta que Jesús le lanza a los Jefes de los sacerdotes y a los ancianos
de los judíos en pleno templo de Jerusalén, después de contarles la parábola de
los dos hijos; uno que dice “¡No quiero ir! Pero después cambió de parecer, y
fue”. Y el otro que dice “Si, señor, yo iré. Pero no fue”.
Desde luego, sus interlocutores no podían quedar
tranquilos. De alguna forma se explica la pasión y muerte del Señor. Porque
decirle a los Jefes que “los publicanos y las prostitutas entrarán antes que
ustedes en el reino de Dios” es una manera de utilizar esa moda del idioma de
la que se burlaban los cavernícolas de la tira cómica.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá