¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado 10 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (1Re 19,19-21):
En aquellos días, Elías se marchó del monte y encontró a Elíseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó a su lado y le echó encima el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: «Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo». Elías le dijo: «Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?». Elíseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.
Salmo responsorial: 15
R/. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al
Señor: «Tú eres mi bien». El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi
suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa
serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la
corrupción.
Versículo antes del Evangelio (Sal 118,36.29):
Aleluya. Inclina mi corazón, Dios, a tus mandamientos; y dame tu ley benignamente. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 5,33-37):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: ‘No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos’. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno».
Comentario
Hoy continúa Jesús comentándonos los Mandamientos. Los
israelitas tenían un gran respeto hacia el nombre de Dios, una veneración
sagrada, porque sabían que el nombre se refiere a la persona, y Dios merece
todo respeto, todo honor y toda gloria, de pensamiento, palabra y obra. Por
esto —teniendo presente que jurar es poner a Dios como testigo de la verdad de
lo que decimos— la Ley les mandaba: «No perjurarás, sino que cumplirás al Señor
tus juramentos» (Mt 5,33). Pero Jesús viene a perfeccionar la Ley (y, por
tanto, a perfeccionarnos a nosotros siguiendo la Ley), y da un paso más: «No
juréis en modo alguno: ni por el Cielo, (...), ni por la Tierra (...)» (Mt
5,34). No es que jurar, en sí mismo, sea malo, pero son necesarias unas
condiciones para que el juramento sea lícito, como por ejemplo, que haya una
causa justa, grave, seria (un juicio, pongamos por caso), y que lo que se jura
sea verdadero y bueno.
Pero el Señor nos dice todavía más: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’»
(Mt 5,37). Es decir, nos invita a vivir la veracidad en toda ocasión, a
conformar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras obras a la verdad.
Y la verdad, ¿qué es? Es la gran pregunta, que ya vemos formulada en el
Evangelio por boca de Pilato, en el juicio contra Jesús, y a la que tantos
pensadores a lo largo de los tiempos han procurado dar respuesta. Dios es la
Verdad. Quien vive agradando a Dios, cumpliendo sus Mandamientos, vive en la
Verdad. Dice el santo Cura de Ars: «La razón de que tan pocos cristianos obren
con la exclusiva intención de agradar a Dios es porque la mayor parte de ellos
se encuentran sometidos a la más espantosa ignorancia. Dios mío, ¡cuántas
buenas obras se pierden para el Cielo!». Hay que pensar en ello.
Nos conviene formarnos, leer el Evangelio y el Catecismo. Después, vivir según
lo que hemos aprendido.
Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
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