¡Amor y paz!
“Dime cuánto tienes cuánto
vales”, es un dicho que sintetiza los valores por los que el hombre lucha cada
día, hasta el punto de ver en los otros sus competidores y hasta sus enemigos. Es
una lucha que a la larga nos deshumaniza y nos separa de Dios. Por eso, Jesús nos
propone un camino distinto: el camino del servicio hasta dar la vida por los
demás.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XXV Domingo del Tiempo
Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 9,30-37.
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".
Comentario
Decididamente, nuestra
sociedad mide el valor del hombre con el metro del tener; el "tanto
tienes, tanto vales" que ya oíamos decir -todavía con un deje de lamento a
nuestros abuelos, ha alcanzado hoy día una fuerza suprema: se admira y se
envidia al que tiene, se intenta emular al que tiene, se busca la cercanía del
que tiene, se da preferencia al que tiene, se respeta al que tiene, se pone de
ejemplo y modelo al que tiene, se le da más al que más tiene.
Pero esta manera de
entender al hombre y vivir la vida es deshumanizadora; tener significa:
-vivir sin esfuerzo, y la
vida es tarea;
-no tener problemas, y la
vida es superación;
-no recibir críticas, y la
vida es aprender de los errores;
-apoyarse en lo que uno
tiene, y la vida se apoya en lo que uno es;
-sentirse dueño de sí
mismo, y la vida la tenemos en usufructo, pero no en posesión absoluta;
-sentirse seguro de sí
mismo, y la vida es aventura y riesgo.
-contentarse con la
materialidad, y el hombre es apertura a la transcendencia, a Dios.
El tener deshumaniza,
porque cierra los ojos, embota el corazón y la mente, impide valorar el ser
-profundidad- a quien se conforma con el tener -superficialidad-, y esto tanto
si se es de los que tienen como si se es de los que ambicionan. Lo que se posee
siempre será ajeno a uno mismo; identificarse uno con sus posesiones siempre
será un error; que sean muchos los que caen en él, que nuestra sociedad lo
fomente no significa que haya que aceptarlo como no-error.
-La deshumanización del
mandar: poder/servicio
Paralela a la
deshumanización del tener camina la deshumanización del poder.
Todos quieren mandar,
todos quieren tener poder, sea del grado o del tipo que sea; del presidente de
la nación al albañil que ordena a un aprendiz, todos buscan su grande o pequeña
parcela de poder. Y el poder, que se supone es la autorización que el pueblo da
a algunos para que organicen la vida y la sociedad, termina por ser el camino
para imponer, oprimir, manipular, dominar.
Entender el poder como
servicio es difícil, por más que todos lo definan así en la práctica. Todos
quieren estar arriba para tener a alguien por debajo, sentirse superiores,
disponer sobre vidas y haciendas -como los señores feudales- o, al menos, poder
gritar al subordinado, poner en evidencia su inferioridad.
El poder así entendido es
propio de inhumanos, de quienes no han sido capaces de madurar como personas y
se cobijan al amparo de la cuota de poder que les haya correspondido en suerte
para crecerse, auto-afirmarse, buscar su propia seguridad. Lo malo es que se
hace a costa del que está debajo, al que se desprecia, se oprime, se insulta,
se esclaviza, se somete. Y así surge una espiral de poder inhumano, que crece y
deshumaniza más y más.
Por eso Jesús advierte tan
seriamente ante la tentación de buscar el poder. Y propone para sus discípulos
la única forma humanizadora de entender el poder y la autoridad:
-el que quiera ser el
primero, tiene que hacerse el último;
-la única forma válida de
autoridad es el servicio;
-por eso, el primero es el
que más sirve, no el que más poder detenta;
-el orgullo y la
presunción, tan típicas en las autoridades (siempre buscando los privilegios
protocolarios y otros) ponen al hombre en evidencia, acaban por mostrarlo
ridículo; sólo la humildad nos hace comprender y vivir la verdad de lo que
somos, y sólo la verdad nos hace libres.
A pesar de todo, el poder
sigue tentando al hombre, cierto conocido periodista suele afirmar que cuando a
un español se le pone una gorra (tradicional símbolo de poder), se transforma y
se vuelve un tirano. Probablemente la afirmación no sirva exclusivamente para
los españoles.
-La deshumanización de la
"madurez" Lo que en la práctica se toma por madurez tiene poco que
ver con lo que teóricamente se define como tal.
Solemos tomar por madurez:
-el perder la sencillez de
la inocencia;
-el aprender a mentir y
engañar, en el trabajo, en la familia, con los amigos;
-el saber disimular,
aparentar ser lo que no somos y tener lo que no tenemos;
-el llegar "muy
alto", a puestos de responsabilidad (o sea, donde se manda mucho y se
responde poco);
-el tener muchas
"horas de vuelo", y cuanto peores, mejor;
-el llegar a un punto en
el que uno ya no se fía de nada ni de nadie;
-el ser realista y tener
los pies en tierra (es decir: perder las ilusiones y esperanzas, dejar de creer
en la utopía, perder la capacidad de soñar con un futuro mejor);
-el recelar de todo lo
nuevo, lo joven, lo diferente, lo distinto a lo que nosotros somos, sabemos o
conocemos;
-el vivir, en fin, bajo
las directrices que nos marca el rol que nos ha tocado vivir, siguiendo las
reglas del juego, caiga y pase lo que pase.
Esto se toma por madurez,
pero esto no es madurez. Jesús propone como modelo a los niños; acogerlos,
hacerse como ellos; lo cual no es una invitación al infantilismo, sino a la
autenticidad, a la sencillez, a la transparencia propia de los niños; porque
ahí es donde está la verdadera madurez del hombre; en su autenticidad, en su
honradez, en su transparencia; en su sí que es un sí y su no que es un no, sin
más complicaciones ni dobleces. Por eso hemos de desenmascarar esa falsa
madurez que no es sino un cocktel de hipocresía, recelo, mentira, falsedad y
disimulo que no nos hace más humanos, sino todo lo contrario. Por eso, por
paradójico que parezca, tenemos que aceptar que el modelo de madurez lo
encontramos en los niños.
-Tres dianas certeras
La palabra de Dios de hoy
hace tres dianas certeras. Dios no quiere para el hombre otra cosa que su bien,
y ese bien se puede decir así; que el hombre sea hombre, que lo sea del todo,
que llegue a la plenitud. Pues bien, en el camino a esa plenitud humana
necesitamos saber asumir estas tres realidades fundamentales:
-no somos más hombres por
tener más, sino por ser más;
-no somos más hombres por
mandar más, sino por servir más;
-no somos más hombres por
saber más, sino por ser como los niños.
Un programa así tiene poca
garra, hoy por hoy, en nuestra sociedad, plenamente convencida de todo lo
contrario. Pero nosotros tenemos que seguir haciendo este anuncio. Quizás haya
alguien que se canse de tanta fantasía barata, de seguir gregariamente el
rebaño y quiera abrir los ojos, y busque algo más auténtico... ¡Ojalá que
entonces pueda encontrar a su lado alguien que siga anunciando dónde está la
verdadera humanidad! Nosotros estamos llamados a ser uno de esos mensajeros.
¿Dispuestos a predicar con el ejemplo?
LUIS
GRACIETA
DABAR 1991, 46
DABAR 1991, 46