¡Amor y paz!
Hoy es el último día del
tiempo de Navidad. La "manifestación" de Dios y su acercamiento a
nuestra historia han tenido etapas sucesivas: la espera del Adviento, el gozo
del Nacimiento, la fiesta de la Madre, la invitación a los pueblos paganos en
los Magos... Ahora, con el Bautismo de Jesús en el Jordán, se completa esta
manifestación y se proclama su misión de Mesías ante todo el pueblo.
El bautismo de Jesús es
una escena importante en el evangelio: en él se nos anuncia claramente que
Jesús es el predilecto de Dios, su Mesías y Enviado, lleno de su Espíritu,
dispuesto a iniciar su misión de Maestro y Salvador.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos
la fiesta del Bautismo del Señor.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 3,15-16.21-22.
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
Comentario
Hay una magnífica
reflexión de Martin Luther-King sobre la parábola del buen samaritano:
«Imagino que el sacerdote y el levita se hicieron esta pregunta: "¿Qué
me sucederá si me detengo a ayudar a este hombre?". El buen
samaritano invirtió la pregunta:” ¿Qué le sucederá a este hombre, si no me
detengo a ayudarlo?". Nos preguntamos muchas veces: "¿Qué será
de mi colocación, de mi prestigio, de mi categoría, si me comprometo en este
asunto? Abraham Lincoln no se preguntó: "¿Qué me pasará si proclamo
la emancipación y pongo fin a la esclavitud?", sino que se preguntó:
"¿Qué le pasará a la Unión y a esos miles de negros si no lo
hago?"».
Hoy es muy frecuente en la
teología afirmar que el episodio del bautismo de Jesús marca un momento
decisivo en su vida. No se trata sólo, como a primera vista parecen
reflejarlo los evangelistas, del final de la llamada vida oculta de Jesús
en Nazaret y comienzo de su vida pública, su predicación y sus milagros.
Hoy se insiste desde la cristología en que Jesús fue descubriendo
gradualmente la misión que Dios le había confiado. Es lo que insinúa san
Lucas al afirmar que Jesús no sólo crecía y se robustecía, sino que también
iba creciendo en sabiduría y gracia. En ese proceso de crecimiento y
descubrimiento de su misión en la vida, que todo hombre tiene que
realizar, el episodio del bautismo fue probablemente un hito fundamental.
San Lucas es más sucinto
que los otros dos sinópticos (Mateo y Marcos) en el relato del bautismo
de Jesús. Los tres relatos coinciden en afirmar que el cielo se abrió y
descendió el Espíritu en forma de paloma sobre Jesús. Los tres recogen
las mismas palabras: «Este es mi Hijo, a quien yo amo, mi predilecto».
El relato de Lucas tiene
dos rasgos peculiares. Por una parte, Lucas es el evangelista que más
subraya la oración de Jesús y precisamente nos presenta a Jesús en oración en
el momento de su bautismo. Nos está indicando que, en ese crecimiento en
sabiduría y gracia que tuvo lugar en Jesús, el día de su bautismo tuvo
esa experiencia en la oración por la que escuchó en su interior que él es
el Hijo, el amado por el Padre, el predilecto.
Al mismo tiempo, Lucas es
el evangelista que presenta más anónimamente el bautismo de Jesús: Juan
está totalmente difuminado y no se recoge el diálogo con el Bautista, que
se considera indigno de derramar el agua sobre la cabeza del Señor. Jesús
aparece perdido en medio de ese bautismo del pueblo en masa, en medio de
un bautismo que tenía un significado de conversión de los pecados.
Jesús aparece en
solidaridad plena con los hombres. Leonardo Boff afirma que desde la navidad
«ya no somos solitarios, sino solidarios». El bautismo de Jesús es un gran
símbolo de esta solidaridad. J. A. Pagola dice que «uno de los datos
mejor atestiguado sobre Jesús es su cercanía y su acogida a hombres y
mujeres considerados como "pecadores" en la sociedad judía. Es
sorprendente la fuerza con que Jesús condena el mal y la injusticia y, al
mismo tiempo, la acogida que ofrece a los pecadores... Llegan a llamarle amigo
de pecadores. Y están en lo cierto. Jesús se acerca a los pecadores como
amigo. No como moralista que busca el grado exacto de culpabilidad. Ni
como juez que dicta sentencia condenatoria. Sino como hermano que ayuda a
aquellos hombres a escuchar el perdón de Dios, a encontrarse con lo mejor
de sí mismos y rehacer su vida. La denuncia firme del mal no está reñida
con la cercanía del hombre caído». Este acto de Jesús en un bautizo del
pueblo en masa es un espléndido símbolo de su cercanía y solidaridad con el
pecado de los hombres.
Del bautismo arranca -y lo
van a expresar los tres sinópticos- la experiencia de Jesús en el
desierto: una experiencia en la que va a sentirse empujado por el Espíritu, en
que las tentaciones van a versar precisamente sobre el significado de la
misión que ha recibido del Padre. Y de ahí arranca, como dice san Pedro
en esa encantadora e ingenua expresión, «la cosa que empezó en Galilea».
De ahí surge ese hombre,
cuya vida es descrita de forma tan espléndida por el mismo Pedro: «Ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
De ahí arranca la vida de
un hombre -al que los santos padres llamarán «el buen Samaritano»- que no
se preguntará qué es lo que va a sucederle si acepta la misión recibida
del Padre. Su pregunta iba a ser otra: qué le va a suceder al hombre, herido
y caído en los caminos de la vida, si yo no asumo la misión que el Padre
me ha confiado. Y, ungido por la fuerza del Espíritu, sintiendo que Dios
le llamaba su Hijo amado y predilecto, ya no buscó su bien, sino hacer el
bien; ya no buscó su propia realización, sino la liberación de los
otros... Había surgido el buen Samaritano, el hombre para los demás, el que ya
no se preguntaba por las consecuencias de su misión sobre sí mismo, sino
por las consecuencias de su misión sobre los otros.
Hablar del bautismo de
Jesús nos lleva a hablar sobre nuestro bautismo. Hace tiempo escuché a un
predicador subrayar que hoy existe una presión social que empuja a la administración del bautismo. En efecto, no es fácil a los sacerdotes negar el
bautismo a pesar de ser situaciones en que es poco clara la educación
cristiana de los niños.
Personalmente estoy
convencido de que debe aplicarse a este tema lo que se decía hoy en la
primera lectura sobre no quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo humeante.
Pero, al mismo tiempo y como decía el predicador, se da una no menos fuerte
presión social que va en sentido contrario de lo que significa el
bautismo: se pide insistentemente el bautismo de los niños, para después
empujarlos con no menos insistencia a vivir de forma distinta a lo que
significa ese bautismo.
Porque el bautismo, como
dirá san Pablo, es sepultar a nuestro hombre viejo para nacer a la vida
nueva que nos trae Jesús. En el rito del bautismo hay un momento en que
el niño es ungido en la coronilla para indicar que está llamado a ser
otro Cristo. El bautizado es otro ungido, es otro Cristo; está llamado a
reproducir en su vida la misma misión de Jesús. Está llamado a ser
sacerdote, profeta y rey, porque está ungido por Dios con la fuerza del
Espíritu, porque debe pasar por la vida haciendo el bien, porque está
llamado a liberar al hombre de todas sus esclavitudes. A esto es a lo que nos
empuja nuestro bautismo. Tenía razón Lutero cuando decía que «la vida
cristiana no es otra cosa que un bautismo continuo»: porque a lo que nos
llama nuestro bautismo es a vivir toda la existencia de acuerdo con el
modelo de vida de Jesús, porque nuestro bautismo nos ha hecho otros
ungidos, otros Cristos.
Jesús fue solidario con
los hombres, estuvo muy cerca del pecado de los hombres, cargó con él:
por eso estamos llamados a sentir en nuestro pecado la cercanía y la
solidaridad del que se acercó al pecado de los hombres no con una palabra
dura y rígida, sino con una palabra de amor y de solidaridad. Jesús no se
preguntó por las consecuencias que le iban a sobrevenir por asumir la
misión del Padre. La asumió porque era la voluntad del Padre, la
salvación de los hombres. No nos preguntemos tantas veces en la vida por
las consecuencias que nos van a venir, porque lo realmente importante es
lo que les va a sobrevenir a los otros. Esto es lo que significa ser
bautizados, ungidos, ser hoy otros Cristos.
JAVIER
GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 69 ss.
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 69 ss.