domingo, 30 de septiembre de 2012

Por Jesús, ¡todo o nada!

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la 1ª. Lectura y el Evangelio que serán proclamados en las Eucaristías de hoy, el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Libro de los Números 11,25-29.
Entonces el Señor descendió en la nube y le habló a Moisés. Después tomó algo del espíritu que estaba sobre él y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, comenzaron a hablar en éxtasis; pero después no volvieron a hacerlo. Dos hombres - uno llamado Eldad y el otro Medad - se habían quedado en el campamento; y como figuraban entre los inscritos, el espíritu se posó sobre ellos, a pesar de que no habían ido a la Carpa. Y también ellos se pusieron a hablar en éxtasis. Un muchacho vino corriendo y comunicó la noticia a Moisés, con estas palabras: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué, hijo de Nun, que desde su juventud era ayudante de Moisés, intervino diciendo: "Moisés, señor mío, no se lo permitas". Pero Moisés le respondió: "¿Acaso estás celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!". 
Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48.
Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros". Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. 
Comentario

Muchas son las ideas que hoy pueden ser reflexionadas, por lo que seleccionaremos algunas que creemos más oportunas. Si hemos estado atentos, habremos visto que hay una gran similitud entre la primera lectura y el evangelio: en ambos casos, en efecto, Dios obra al margen del pequeño círculo de los elegidos, con los consiguientes celos de éstos. Así, Moisés se reunió con un grupo de ancianos para que recibieran el espíritu del Señor y se pusieran todos a hablar en éxtasis. Mas he aquí que otros dos que no estaban en el grupo también lo hicieron, lo que provocó los celos de Josué.

La respuesta de Moisés es magnífica: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" En el relato evangélico sucede algo semejante: un desconocido expulsa demonios en nombre de Jesús y con muy buen resultado. Los apóstoles se sienten heridos en su amor propio de grupo privilegiado, pero se encuentran con el espíritu amplio de Jesús: Que no se lo impidan, pues nadie puede hacer tal cosa y estar contra Cristo y su gente; ya que quien no está contra ellos, está con ellos.

Dos cosas nos llaman la atención en ambos relatos: Primero: el pequeño grupo de los que creen, de los religiosos, de los dedicados al apostolado, se sienten los dueños del Espíritu de Dios y sus únicos depositarios. Creen que lo recibido gratuitamente de Dios les pertenece de forma exclusiva como si fuese su propiedad privada. Todos sabemos por experiencia que esto es algo muy real y de todos los días.

Permanentemente nos comparamos con los otros -a los que suponemos fuera del Reino de Dios porque no están visiblemente con nosotros- y nos creemos superiores, los únicos buenos y virtuosos. Como lo comprobábamos en domingos anteriores, también la fe puede ser la ocasión para elevar nuestro orgullo y nuestra ambición. Pensamos que la fe nos da derechos y privilegios, y la asumimos de forma exclusivista, es decir: con la pretensión de dejar afuera al resto de la humanidad. De esta forma, nuestro modo de pensar y de obrar contradice radicalmente el pensamiento y la obra de Dios.

Moisés le pregunta a Josué si acaso se ha vuelto celoso... Son los celos enfermizos que nos acosan cuando nos acercamos a alguien importante y queremos usar con exclusividad los beneficios de su amistad o de su protección. El hecho mismo de tener estos celos indica que tenemos una fe con segundas intenciones, y nos movemos más por los beneficios que nos pueda aportar la religión que por su sentido de entrega a los demás.

Supongo que no hace falta ejemplificar demasiado cuando los ejemplos están a la orden del día, y todos sabemos muy bien cómo estos celos perjudican la vida comunitaria, crean resentimientos e impiden la expansión del Reino de Dios; sabemos cómo nos importa más nuestro amor propio que el Evangelio y cómo olvidamos al segundo en beneficio del primero.

Así, por ejemplo, suele suceder que en una comunidad un pequeño grupo de personas acaparen las principales tareas o responsabilidades, sin compartirlas con los demás, que así se van sintiendo marginados. Otros pretenden retener ciertos cargos considerados socialmente importantes; otros pasan por alto lo que hace otro grupo sin ser capaces de alentarlos, o sólo ven las deficiencias y los errores. Y, en general, constatamos que solemos ser bastante cerrados en nuestro pequeño grupo, considerando un gran honor el pertenecer a él y poniendo trabas para el ingreso de otros candidatos.

Como conclusión de este tipo de conducta: anteponemos nuestros intereses al bien común, nuestro grupito a la comunidad, nuestra comunidad a los intereses generales del país o de la Iglesia, etc. Esta fe -una mala fe- se pone al servicio de variadas formas de egoísmo, nos cierra al diálogo, nos vuelve engreídos y, como conclusión final, nos impide crecer con el aporte de los demás.

Lo más lamentable es cuando los cristianos nos dirigimos con ese mismo espíritu a los no cristianos, a los de otros credos o confesiones religiosas, o sencillamente a los que no creen. El orgullo religioso es tan peligroso como el orgullo social o político. Nos encierra en un pensamiento rígido y nos transforma en jueces implacables de los demás. Nos ciega para no ver el bien de los demás, impidiéndonos enriquecernos con el aporte de verdad y de bien que hay a nuestro alrededor. Hoy como nunca debemos tener en cuenta esta denuncia que nos hace tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento: en nombre de Dios, de la fe, de la religión, de la piedad o de la Iglesia, podemos ser injustos con los demás, podemos herirlos, atacarlos y pretender destruirlos.

Todo esto ha sucedido y sucede. Detrás de muchas guerras de religión o de ciertas discusiones teológicas o de conflictos entre Iglesia y Estado, se suele esconder una posición personal de prestigio y de poder. Siempre es más fácil defender nuestro orgullo detrás de la aureola de santos o de mártires. Segundo: la respuesta que da Moisés («Es el mismo Señor quien les infunde su Espíritu») está relacionada con lo dicho por Jesús a Nicodemo: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes ni adónde va ni de dónde viene. Así es todo aquel que nace del Espíritu» (/Jn/03/08). El Espíritu de Dios no solamente tiene la libertad del viento, sino también la generosidad del viento, que sopla para todos por igual sin dejarse aferrar por nadie.

Así, dice Moisés, ojalá todos fueran profetas, escucharan la Palabra y la anunciaran. Y el profeta Joel anuncia la era mesiánica como el momento en que el Espíritu es derramado sobre todos, adultos y jóvenes, para que proclamen las maravillas de Dios (Joel 3), texto al que aludirá Pedro para explicar lo sucedido en Pentecostés (He 2,17-21). La conclusión de todo esto es clara: la obra de Dios no es egoísta; muy al contrario: respeta, descubre y valora cuanto de bueno hay en el mundo, porque todo proviene del mismo Espíritu. Los cristianos podemos estar seguros de que tenemos con nosotros el Espíritu y la Palabra de Dios, cuando somos capaces de descubrir la obra de ese mismo Espíritu más allá de las estrechas paredes de nuestro yo, de nuestro grupo, de nuestra Iglesia.

El auténtico hombre de Dios es abierto, generoso, de ideas amplias. No se empecina solamente en lo suyo -si bien lo considera auténtico-, sino que es capaz de valorar cuanto hay de auténtico en los demás; no se ahoga en nombres y etiquetas -católico, cristiano, ortodoxo-, sino que trata de descubrir el espíritu que está por dentro de la cosa. Si el Espíritu de Dios tiene tal generosidad, no pretendamos encerrarlo en un esquema determinado. Nosotros, por ejemplo, tenemos una forma occidental de comprender a Dios y a Jesucristo; pero reconozcamos que puede haber formas asiáticas, africanas o americanas. De la misma manera, otras filosofías y religiones pueden aportarnos mucho para comprender no sólo el sentido de la vida, sino hasta el mismo espíritu del Evangelio. Dios no es propiedad privada de los cristianos; Él está por encima de nuestras categorías y divisiones. Su amor rebasa nuestros estrechos límites y conceptos. Su manera de obrar es más eficaz que nuestros calculados métodos; ni siquiera necesita de este sacramento, de esta Biblia o de este sacerdote para salvar a tanta gente sincera que jamás oirá hablar de Jesucristo o de la Iglesia. Es así como Jesús aplica para este caso particular cierto refrán en boga en aquella época y aplicable sobre todo en la política: "El que no está contra nosotros, está a favor nuestro"; y también afirma: «Uno que hace milagros en mi nombre (con mi poder) no puede luego hablar mal de mí.» El mismo Jesús reconoce, entonces, que su fuerza puede obrar fuera del círculo de los discípulos, quienes han de considerar a todos los hombres como amigos, salvo que hechos concretos hagan pensar lo contrario. Mientras exista en los demás recta intención y autenticidad de vida, no hay motivos para que pensemos que Cristo no obra en ellos.

Este punto de vista generoso de Jesús también se aplica al siguiente caso: "El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa". Lo importante es el vaso de agua dado generosamente a un hermano, con el cual Cristo se identifica. Ese tal también tiene la recompensa del Espíritu.

La segunda parte del evangelio parece ser la otra cara de la moneda: si hemos de ser amplios en nuestro punto de vista hacia los demás, debemos ser muy estrictos con nosotros mismos, ya que el Reino de Dios es exigente. Jesús expresa su idea a través de una comparación que exagera las notas para poner de relieve mejor el significado de su pensamiento: si nuestra mano o el pie o el ojo es motivo para que pequemos, es mejor que los cortemos para entrar sin ellos al Reino, que conservarlos para perderlo todo por nuestro mal proceder.

Es evidente que cuando una persona peca -aunque materialmente lo haga con determinado miembro del cuerpo-, en realidad el pecado radica en su interior, como vimos en el domingo vigesimosegundo. Por tanto, lo que pone de relieve la expresión del Señor no es la relación entre el pecado y determinado miembro del cuerpo, sino la necesidad de saber renunciar a cosas muy queridas -como puede ser un pie, una mano o el ojo- cuando estas cosas nos impiden el acceso al Reino. Jesús emplea el verbo "acortar", para que entendamos que el Reino es nuestro valor absoluto y que no podemos entregarnos a él a medias o jugando con dos cartas en la mano...

Alguien podrá preguntar ahora qué significa ese pie y mano u ojo que deben ser cortados para entrar en el Reino de Dios. Si nos examinamos con un poco de detención, no nos llevará mucho tiempo el descubrirlo. Podemos hacernos la pregunta de otra manera: ¿Qué es eso que nos impide crecer en la libertad y en el amor? ¿En qué circunstancias dejamos a un lado el Evangelio y tantos buenos ideales para seguir cierto camino que sabemos es torcido? ¿No sucede que en algunos aspectos de nuestra vida tratamos de hacer una componenda entre el bien y el mal, entre las convicciones interiores y los imperativos sociales, entre las exigencias de la fe y los criterios del mundo? Dicho lo mismo en forma positiva: Jesús vale más para un auténtico creyente que toda la riqueza del mundo o que toda la sabiduría humana. Jesús, como Reino de Dios vivo y presente en medio de nosotros, es nuestro valor supremo y vale más que la integridad física y hasta que la vida misma.

Posiblemente pensemos que el Evangelio exagera un poco al valorizar así a Jesucristo. Mas no exagera, sino que expresa una profunda convicción: si hay fe, hay opción total y definitiva por lo absoluto de la vida. Todo lo demás se vuelve relativo y, en consecuencia, se puede prescindir de ello. Para el cristiano, Jesucristo no es una cosa más. Es aquel elemento a partir del cual o desde cuyo punto de vista, algo es bueno o malo, verdadero o falso. Jesucristo nos da la verdadera dimensión de las cosas y nos permite discernir aquello que en verdad sacia la sed de vida de aquello que la apaga sólo por momentos. Como vemos, estos párrafos de Marcos son una llamada para que asumamos con seriedad y responsabilidad los compromisos de la fe. Si la auténtica fe apunta a la vida plena, por ella debemos renunciar a todo lo demás. Y todo aquello que la pueda disminuir, reducir o eliminar, es escándalo; es decir, es motivo para que caigamos en la trampa. Hay cosas que tienen las apariencias de la vida, pero no lo son. Y la fe puede a veces tener las apariencias de la muerte -por la renuncia que implica- aunque en realidad conduce a la vida. Que estemos prevenidos para no caer en la trampa... Si nos decimos cristianos, al menos comprendamos la opción que nos exige todo. Y ese «todo» no es una simple metáfora ni una exageración. Es el todo que no tiene atenuante ni paliativo alguno. Jugar a la vida, es jugar al todo. Y ésta es la síntesis del evangelio de hoy.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 287 ss.