¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar la 1ª. Lectura y el Evangelio que serán proclamados en las Eucaristías de
hoy, el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Libro de los Números 11,25-29.
Entonces el Señor descendió en la nube y le habló a Moisés. Después tomó algo del espíritu que estaba sobre él y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, comenzaron a hablar en éxtasis; pero después no volvieron a hacerlo. Dos hombres - uno llamado Eldad y el otro Medad - se habían quedado en el campamento; y como figuraban entre los inscritos, el espíritu se posó sobre ellos, a pesar de que no habían ido a la Carpa. Y también ellos se pusieron a hablar en éxtasis. Un muchacho vino corriendo y comunicó la noticia a Moisés, con estas palabras: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué, hijo de Nun, que desde su juventud era ayudante de Moisés, intervino diciendo: "Moisés, señor mío, no se lo permitas". Pero Moisés le respondió: "¿Acaso estás celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!".
Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48.
Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros". Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Comentario
Muchas son las ideas que hoy
pueden ser reflexionadas, por lo que seleccionaremos algunas que creemos más
oportunas. Si hemos estado atentos, habremos visto que hay una gran similitud
entre la primera lectura y el evangelio: en ambos casos, en efecto, Dios obra
al margen del pequeño círculo de los elegidos, con los consiguientes celos de
éstos. Así, Moisés se reunió con un grupo de ancianos para que recibieran el
espíritu del Señor y se pusieran todos a hablar en éxtasis. Mas he aquí que
otros dos que no estaban en el grupo también lo hicieron, lo que provocó los
celos de Josué.
La respuesta de Moisés es
magnífica: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el
espíritu del Señor!" En el relato evangélico sucede algo semejante: un
desconocido expulsa demonios en nombre de Jesús y con muy buen resultado. Los
apóstoles se sienten heridos en su amor propio de grupo privilegiado, pero se
encuentran con el espíritu amplio de Jesús: Que no se lo impidan, pues nadie
puede hacer tal cosa y estar contra Cristo y su gente; ya que quien no está
contra ellos, está con ellos.
Dos cosas nos llaman la
atención en ambos relatos: Primero: el pequeño grupo de los que creen, de los
religiosos, de los dedicados al apostolado, se sienten los dueños del Espíritu
de Dios y sus únicos depositarios. Creen que lo recibido gratuitamente de Dios
les pertenece de forma exclusiva como si fuese su propiedad privada. Todos
sabemos por experiencia que esto es algo muy real y de todos los días.
Permanentemente nos
comparamos con los otros -a los que suponemos fuera del Reino de Dios porque no
están visiblemente con nosotros- y nos creemos superiores, los únicos buenos y
virtuosos. Como lo comprobábamos en domingos anteriores, también la fe puede
ser la ocasión para elevar nuestro orgullo y nuestra ambición. Pensamos que la
fe nos da derechos y privilegios, y la asumimos de forma exclusivista, es
decir: con la pretensión de dejar afuera al resto de la humanidad. De esta
forma, nuestro modo de pensar y de obrar contradice radicalmente el pensamiento
y la obra de Dios.
Moisés le pregunta a Josué
si acaso se ha vuelto celoso... Son los celos enfermizos que nos acosan cuando
nos acercamos a alguien importante y queremos usar con exclusividad los
beneficios de su amistad o de su protección. El hecho mismo de tener estos
celos indica que tenemos una fe con segundas intenciones, y nos movemos más por
los beneficios que nos pueda aportar la religión que por su sentido de entrega
a los demás.
Supongo que no hace falta
ejemplificar demasiado cuando los ejemplos están a la orden del día, y todos
sabemos muy bien cómo estos celos perjudican la vida comunitaria, crean
resentimientos e impiden la expansión del Reino de Dios; sabemos cómo nos
importa más nuestro amor propio que el Evangelio y cómo olvidamos al segundo en
beneficio del primero.
Así, por ejemplo, suele
suceder que en una comunidad un pequeño grupo de personas acaparen las
principales tareas o responsabilidades, sin compartirlas con los demás, que así
se van sintiendo marginados. Otros pretenden retener ciertos cargos
considerados socialmente importantes; otros pasan por alto lo que hace otro
grupo sin ser capaces de alentarlos, o sólo ven las deficiencias y los errores.
Y, en general, constatamos que solemos ser bastante cerrados en nuestro pequeño
grupo, considerando un gran honor el pertenecer a él y poniendo trabas para el
ingreso de otros candidatos.
Como conclusión de este
tipo de conducta: anteponemos nuestros intereses al bien común, nuestro grupito
a la comunidad, nuestra comunidad a los intereses generales del país o de la
Iglesia, etc. Esta fe -una mala fe- se pone al servicio de variadas formas de
egoísmo, nos cierra al diálogo, nos vuelve engreídos y, como conclusión final,
nos impide crecer con el aporte de los demás.
Lo más lamentable es
cuando los cristianos nos dirigimos con ese mismo espíritu a los no cristianos,
a los de otros credos o confesiones religiosas, o sencillamente a los que no
creen. El orgullo religioso es tan peligroso como el orgullo social o político.
Nos encierra en un pensamiento rígido y nos transforma en jueces implacables de
los demás. Nos ciega para no ver el bien de los demás, impidiéndonos
enriquecernos con el aporte de verdad y de bien que hay a nuestro alrededor.
Hoy como nunca debemos tener en cuenta esta denuncia que nos hace tanto el
Antiguo como el Nuevo Testamento: en nombre de Dios, de la fe, de la religión,
de la piedad o de la Iglesia, podemos ser injustos con los demás, podemos
herirlos, atacarlos y pretender destruirlos.
Todo esto ha sucedido y
sucede. Detrás de muchas guerras de religión o de ciertas discusiones
teológicas o de conflictos entre Iglesia y Estado, se suele esconder una
posición personal de prestigio y de poder. Siempre es más fácil defender
nuestro orgullo detrás de la aureola de santos o de mártires. Segundo: la
respuesta que da Moisés («Es el mismo Señor quien les infunde su Espíritu»)
está relacionada con lo dicho por Jesús a Nicodemo: «El viento sopla donde
quiere y oyes su voz, pero no sabes ni adónde va ni de dónde viene. Así es todo
aquel que nace del Espíritu» (/Jn/03/08). El Espíritu
de Dios no solamente tiene la libertad del viento, sino también la generosidad
del viento, que sopla para todos por igual sin dejarse aferrar por nadie.
Así, dice Moisés, ojalá
todos fueran profetas, escucharan la Palabra y la anunciaran. Y el profeta Joel
anuncia la era mesiánica como el momento en que el Espíritu es derramado sobre
todos, adultos y jóvenes, para que proclamen las maravillas de Dios (Joel 3),
texto al que aludirá Pedro para explicar lo sucedido en Pentecostés (He
2,17-21). La conclusión de todo esto es clara: la obra de Dios no es egoísta;
muy al contrario: respeta, descubre y valora cuanto de bueno hay en el mundo,
porque todo proviene del mismo Espíritu. Los cristianos podemos estar seguros
de que tenemos con nosotros el Espíritu y la Palabra de Dios, cuando somos
capaces de descubrir la obra de ese mismo Espíritu más allá de las estrechas
paredes de nuestro yo, de nuestro grupo, de nuestra Iglesia.
El auténtico hombre de
Dios es abierto, generoso, de ideas amplias. No se empecina solamente en lo
suyo -si bien lo considera auténtico-, sino que es capaz de valorar cuanto hay
de auténtico en los demás; no se ahoga en nombres y etiquetas -católico,
cristiano, ortodoxo-, sino que trata de descubrir el espíritu que está por
dentro de la cosa. Si el Espíritu de Dios tiene tal generosidad, no pretendamos
encerrarlo en un esquema determinado. Nosotros, por ejemplo, tenemos una forma
occidental de comprender a Dios y a Jesucristo; pero reconozcamos que puede haber
formas asiáticas, africanas o americanas. De la misma manera, otras filosofías
y religiones pueden aportarnos mucho para comprender no sólo el sentido de la
vida, sino hasta el mismo espíritu del Evangelio. Dios no es propiedad privada
de los cristianos; Él está por encima de nuestras categorías y divisiones. Su
amor rebasa nuestros estrechos límites y conceptos. Su manera de obrar es más
eficaz que nuestros calculados métodos; ni siquiera necesita de este
sacramento, de esta Biblia o de este sacerdote para salvar a tanta gente
sincera que jamás oirá hablar de Jesucristo o de la Iglesia. Es así como Jesús
aplica para este caso particular cierto refrán en boga en aquella época y
aplicable sobre todo en la política: "El que no está contra nosotros, está
a favor nuestro"; y también afirma: «Uno que hace milagros en mi nombre
(con mi poder) no puede luego hablar mal de mí.» El mismo Jesús reconoce,
entonces, que su fuerza puede obrar fuera del círculo de los discípulos,
quienes han de considerar a todos los hombres como amigos, salvo que hechos
concretos hagan pensar lo contrario. Mientras exista en los demás recta
intención y autenticidad de vida, no hay motivos para que pensemos que Cristo
no obra en ellos.
Este punto de vista
generoso de Jesús también se aplica al siguiente caso: "El que os dé a
beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará
sin recompensa". Lo importante es el vaso de agua dado generosamente a un
hermano, con el cual Cristo se identifica. Ese tal también tiene la recompensa
del Espíritu.
La segunda parte del
evangelio parece ser la otra cara de la moneda: si hemos de ser amplios en
nuestro punto de vista hacia los demás, debemos ser muy estrictos con nosotros
mismos, ya que el Reino de Dios es exigente. Jesús expresa su idea a través de
una comparación que exagera las notas para poner de relieve mejor el
significado de su pensamiento: si nuestra mano o el pie o el ojo es motivo para
que pequemos, es mejor que los cortemos para entrar sin ellos al Reino, que
conservarlos para perderlo todo por nuestro mal proceder.
Es evidente que cuando una
persona peca -aunque materialmente lo haga con determinado miembro del cuerpo-,
en realidad el pecado radica en su interior, como vimos en el domingo
vigesimosegundo. Por tanto, lo que pone de relieve la expresión del Señor no es
la relación entre el pecado y determinado miembro del cuerpo, sino la necesidad
de saber renunciar a cosas muy queridas -como puede ser un pie, una mano o el
ojo- cuando estas cosas nos impiden el acceso al Reino. Jesús emplea el verbo
"acortar", para que entendamos que el Reino es nuestro valor absoluto
y que no podemos entregarnos a él a medias o jugando con dos cartas en la
mano...
Alguien podrá preguntar
ahora qué significa ese pie y mano u ojo que deben ser cortados para entrar en
el Reino de Dios. Si nos examinamos con un poco de detención, no nos llevará
mucho tiempo el descubrirlo. Podemos hacernos la pregunta de otra manera: ¿Qué
es eso que nos impide crecer en la libertad y en el amor? ¿En qué
circunstancias dejamos a un lado el Evangelio y tantos buenos ideales para
seguir cierto camino que sabemos es torcido? ¿No sucede que en algunos aspectos
de nuestra vida tratamos de hacer una componenda entre el bien y el mal, entre
las convicciones interiores y los imperativos sociales, entre las exigencias de
la fe y los criterios del mundo? Dicho lo mismo en forma positiva: Jesús vale
más para un auténtico creyente que toda la riqueza del mundo o que toda la
sabiduría humana. Jesús, como Reino de Dios vivo y presente en medio de
nosotros, es nuestro valor supremo y vale más que la integridad física y hasta
que la vida misma.
Posiblemente pensemos que
el Evangelio exagera un poco al valorizar así a Jesucristo. Mas no exagera, sino
que expresa una profunda convicción: si hay fe, hay opción total y definitiva
por lo absoluto de la vida. Todo lo demás se vuelve relativo y, en
consecuencia, se puede prescindir de ello. Para el cristiano, Jesucristo no es
una cosa más. Es aquel elemento a partir del cual o desde cuyo punto de vista,
algo es bueno o malo, verdadero o falso. Jesucristo nos da la verdadera
dimensión de las cosas y nos permite discernir aquello que en verdad sacia la
sed de vida de aquello que la apaga sólo por momentos. Como vemos, estos
párrafos de Marcos son una llamada para que asumamos con seriedad y
responsabilidad los compromisos de la fe. Si la auténtica fe apunta a la vida
plena, por ella debemos renunciar a todo lo demás. Y todo aquello que la pueda
disminuir, reducir o eliminar, es escándalo; es decir, es motivo para que
caigamos en la trampa. Hay cosas que tienen las apariencias de la vida, pero no
lo son. Y la fe puede a veces tener las apariencias de la muerte -por la
renuncia que implica- aunque en realidad conduce a la vida. Que estemos
prevenidos para no caer en la trampa... Si nos decimos cristianos, al menos
comprendamos la opción que nos exige todo. Y ese «todo» no es una simple
metáfora ni una exageración. Es el todo que no tiene atenuante ni paliativo alguno.
Jugar a la vida, es jugar al todo. Y ésta es la síntesis del evangelio de hoy.
SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 287 ss.
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 287 ss.
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