miércoles, 31 de diciembre de 2014

Hagamos hoy un balance del amor que dimos y del que nos faltó dar

¡Amor y paz!

Hoy es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este 7º. Día de la Octava de Navidad, cuando concluye el año 2014.

A todos los lectores habituales y ocasionales de este blog les deseamos un nuevo año lleno de bendiciones, amor, salud y prosperidad.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Juan 1,1-18. 
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.  

Comentario

La Palabra eterna del Padre, es Palabra creadora. Dios pronuncia su Palabra, Dios envía su Palabra a la tierra y no volverá al cielo con las manos vacías, sino con la abundancia de los frutos del amor, de la bondad, de la justicia, de la paz que proceden de Dios. A pesar de que tal vez no hemos sido un buen terreno, y que esperando Dios de nosotros frutos de buenas obras sólo hemos producido espinos y abrojos, Dios no nos ha abandonado, sino que su amor por nosotros es un amor eterno.

Por eso le damos gracias, porque se ha dignado poner su morada en nuestros corazones. Ojalá y no lo rechacemos, sino que se convierta en nosotros en el único Camino mediante el cual lleguemos a ser hijos de Dios y, guiados por su Espíritu, podamos revelarle al mundo quién es Dios, no sólo porque le hablemos con discursos bellamente estructurados, sino porque nuestra vida misma se convierta en una manifestación del amor de Dios para todos los pueblos.

Dios ha salido a nuestro encuentro para entrar en diálogo amoroso con nosotros. Él nos comunica su Vida y su Espíritu y habita en nuestros corazones como en un templo. Desde esa presencia salvadora de Dios en nosotros, también nosotros debemos aprender a poner nuestra morada en medio de los hombres para caminar con ellos en sus penas y alegrías, en sus gozos y esperanzas, en su dolor y en su pobreza. La Iglesia de Cristo no puede solo quedarse como espectadora en medio de todo aquello que aqueja a la humanidad. La Voz de la Iglesia es la primera que ha de resonar en la búsqueda de la paz y de una mayor justicia social. Estar en el mundo sin ser del mundo; es decir, sin dejarse dominar por los criterios deshumanizantes, injustos o pecadores que muchas veces se han apoderado de quienes viven con una conciencia destruida por el egoísmo o por la maldad. Cristo nos quiere como signos claros de su amor, de su alegría, de su bondad, de su paz, de su misericordia para nuestros hermanos.


Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir comprometidos con el Señor y su Evangelio, aceptando todas las consecuencias que se nos vengan por nuestra fidelidad al amor de Dios y al amor del prójimo y a la misión que se nos confió: Proclamar la Buena Nueva de salvación a todos los hombres.

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