¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes en que celebramos
la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
Dios nos bendice…
Evangelio
según San Lucas 1,26-38.
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios". María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.
Comentario
1. El poder de la
redención
1.1 Celebramos la
redención. Esta es una fiesta que proclama sobre todo el poder de la redención.
Nuestra mirada se dirige principalmente al Dador de todo bien, aquel que crea,
salva y santifica.
1.2 Los reparos, incluso
de grandes teólogos como san Juan Crisóstomo o santo Tomás de Aquino, con
respecto a la afirmación de María como concebida sin pecado, son los mismo
reparos que cristianos no católicos tienen hasta el día de hoy: se teme que al
situarla en un régimen especial estemos negando la necesidad que ella, como
toda creatura humana, tuvo de ser salvada.
1.3 La objeción cesa en
cuanto descubrimos que precisamente lo que estamos celebrando es el modo
singular en que la salvación de Dios se hizo primero presente en la vida de
María. Dios salva levantando al que cae, pero también no dejando caer. No caer
es un modo de haber sido sostenido, un modo de haber sido salvado. María no es
la que no que no necesitó la salvación, sino la que fue salvada de modo
peculiar, en razón de su misión particular.
1.4 El misterio de la
redención de María es único, hasta donde tiene certeza la Iglesia hoy, pero no
es único de modo absoluto. Ninguno de nosotros ha cometido todos los pecados
posibles. Hay áreas de nuestra vida en que no hemos pecado. ¿Significa que en
esas áreas no ha obrado la gracia de la redención que Cristo nos mereció? Desde
luego que no. Este argumento nos ayuda a entender que ser salvado no implica
haber pecado o haber estado bajo el poder del pecado.
2. Primera entre los
inmaculados
2.1 Estamos acostumbrados
a referirnos a la Inmaculada, así, en singular; deberíamos cambiar esa
costumbre. El destino propio del rebaño de Cristo es ser inmaculados.
2.2 En efecto, nuestro
destino es ser perfectos, a la medida de la pureza infinita de la santidad de
Dios Padre, según ordena el mismo Cristo: "sed perfectos como vuestro
Padre Celestial es perfecto" (Mt 5,48; cf. 2 Cor 13,9). San Pablo lo
afirma expresamente: "hermanos, regocijaos, sed perfectos, confortaos, sed
de un mismo sentir, vivid en paz; y el Dios de amor y paz será con
vosotros" (2 Cor 13,11; cf. Col 4,12, Heb 12,23).
2.3 De hecho,
"inmaculado" significa sencillamente "sin mancha", y eso es
expresamente lo que se espera de la gracia en nosotros, pues "nos escogió
en El antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha
delante de El" (Ef 1,4). La misma gracia y el mismo Espíritu que hicieron
a la Inmaculada nos quieren y pueden hacer inmaculados a nosotros.
3. Resonancias en el
pueblo de Dios
3.1 En la proclamación de
la Inmaculada Concepción de la Virgen María brilló de modo particular el papel
que el "sensus fidelium", el sentido y sentir de los fieles, tiene en
el esclarecimiento de la fe común. Aunque siempre es cierto que la Iglesia no
es una democracia ni las cosas se definen por presión de mayorías, un buen
pastor sabe escrutar el sentir del pueblo fiel, pues Dios se goza de revelar
sus misterios a los pequeños y humildes, ocultándose más bien de los sabios y
entendidos (cf. Lc 10,21).
3.2 Dios, pues, ha querido
que la sencillez del alma de María fuera connatural al alma de los sencillos.
De ellos podemos y debemos aprender el cariño espontáneo, sincero y fiel a la
Madre de Dios. Un amor sin fisuras que entiende sin complicaciones que los
bienes de ella de algún modo pertenecen a todos los que la amamos y a todos lo
que Ella ama.
3.3 Sirva en esto una
comparación quizá muy mundana: cuando una reina de belleza logra la corona para
su país o región, ¿no se alegran todos los de esa región o país, aun a
sabiendas de que la hermosura de su reina los rebasa? Obrar o sentir de otro
modo sería sencillamente envidia. Quede, pues, esto en firme: lo espontáneo y
bello es afirmar que los bienes de María, Reina de sublime belleza espiritual,
son nuestros, porque ella, como dijo san Atanasio, es hermana nuestra en Adán.
Nos pertenece.
4. Anuncio de la Nueva
Creación
4.1 En la Carta a los
Efesios leemos: "Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella,
para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la
palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin
que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e
inmaculada" (Ef 5,25-27). Tal deseo de Cristo sólo alcanza su plenitud en
aquella Novia, la Jerusalén del Cielo, de la que fue dicho: "su fulgor era
semejante al de una piedra muy preciosa" (Ap 21,11). La celebración de
María, como Inmaculada, es entonces una mirada no sólo al pasado de María sino,
quizá más aún, al futuro de la Iglesia.
4.2 Podemos decir además
que este misterio escatológico tiene su eco natural en la celebración
eucarística. Hay una especie de compatibilidad natural e indisoluble entre el
misterio de la Inmaculada y el misterio eucarístico. La pureza de Ella,
ofrecida a Dios, es como la saludable respuesta con que nuestra raza humana
acoge la ofrenda purísima del Cordero Inmaculado, el Cordero sin mancha.
Pidamos al Señor que haga nuestro corazón dócil a la gracia, de modo que
aquello que ya pudo en María se haga verdad en nosotros.
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