domingo, 14 de octubre de 2012

“Entonces, ¿quién podrá salvarse?"


¡Amor y paz!


Hace poco me quejaba porque las charlas de familia se han reducido casi exclusivamente al tener: ¿Qué te compraste? ¿Qué vas a comprar? ¿Cuánto te costó esto? ¿Cuánto te vale lo otro? Nuestra sociedad privilegia tanto el valor del dinero que lo ha convertido en el gran ídolo. Y, en todo caso, el dinero es la medida del  éxito o del fracaso.


Por todo eso, las palabras de Jesús hoy en el Evangelio deben sonar bien extrañas: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Cómo será que al escucharlas los discípulos también dijeron: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?".


Puede que para los lectores de este blog el dinero no sea un obstáculo para estar con Dios, pero es posible que haya otros elementos que sí lo sean: ¿los afectos desordenados, los vicios, el orgullo, la falta de amor y caridad? En fin, es algo que cada quien debe examinar en un dialogo íntimo con el Señor. El premio por ejercer esa capacidad de renuncia es nada menos que la Vida eterna.  


Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario.


Dios los bendiga…


Evangelio según San Marcos 10,17-30.
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".  Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás  no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios". Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".  Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible". Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. 
Comentario


San Antonio Abad nació en Egipto en el año 251, y murió el 17 de enero del año 356, día en que celebramos su memoria litúrgica actualmente. Fue el iniciador de un amplio movimiento espiritual. Se le consideró el Abad, es decir, el padre de los ermitaños, que a partir de mediados del siglo III abandonan las ciudades, en número cada vez mayor, para retirarse al desierto, en Egipto o en cualquier otro lugar, buscando un estilo de vida que les permitiera vivir más radicalmente las exigencias del Evangelio.


Su primera biografía fue escrita por el obispo San Atanasio. En ella, nos cuenta que San Antonio quedó huérfano de padre y madre a los veinte años, heredando una gran fortuna. Poco después, al entrar a una iglesia, oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, y dáselo a los pobres y luego ven y sígueme". Salió de allí y vendió las 300 fanegadas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en herencia, y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliarios. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.


Pero luego oyó leer en un templo aquella frase del Señor: "No se preocupen por el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban. 

Aseguró en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana y repartió todo lo demás entre la gente más pobre, quedando en la más absoluta pobreza, confiado sólo en Dios. Se fue al desierto, donde vivía de su propio trabajo en completa soledad. Pero su fama de santidad fue creciendo y atrajo a muchos jóvenes a quienes orientó en este estilo de vida que se constituyó en una especie de protesta contra una sociedad opulenta que iba perdiendo los valores del Evangelio en medio de una cultura de la abundancia.


Así como San Antonio, muchos cristianos y cristianas a lo largo de la historia han respondido con mucha generosidad a las palabras que Jesús le dirigió a este hombre que nos presenta hoy el evangelio. Tal vez esta es una de las páginas más radicales de la Escritura. Las frases que Jesús dirige a sus discípulos después de que este hombre “se fue triste, porque era muy rico”, son de una contundencia implacable: “¡Qué difícil va a ser para los ricos entrar en el reino de Dios! (...) Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios”. Frases tan exigentes hicieron que los discípulos, asombrados se preguntaran: “¿Y quién podrá salvarse?” A lo que Jesús respondió “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él no hay nada imposible”.


Este Encuentro con la Palabra nos pude dejar una sensación de frustración. No sé cuántos, al oír el domingo estas palabras de Jesús, salgan de la Iglesia y vayan a vender todo lo que tienen para dárselo a los pobres. Supongo que no muchos. Pero no podemos perder de vista que para Dios no hay nada imposible. Así como San Antonio recibió la fuerza de Dios para dar este salto que cambió la historia del mundo antiguo, Dios puede mover nuestros corazones para descubrir la respuesta que podemos darle al Señor en una sociedad como la nuestra. Dejemos que él tome la iniciativa.


Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá