¡Amor y paz!
El actuar y la enseñanza
de Jesús enjuició y desenmascaró la mala forma de obrar de los líderes de su
tiempo. La vida transparente de Jesús y la coherencia entre su palabra y su
vida puso de manifiesto la hipocresía de los que tenían responsabilidad espiritual
en medio del pueblo.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la tercera semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 3,22-30.
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios". Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre". Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".
Comentario
Muchas obras buenas hizo
Jesús para liberarnos de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte.
Expulsó demonios; resucitó muertos; curó a muchos de diversos males; hizo
milagros; anunció el Evangelio; nos dio el perdón y la vida eterna mediante su
muerte y resurrección. Decir que todo lo que Él hizo era por estar poseído por
Satanás, príncipe de los demonios, y que por eso los echaba fuera, manifestaba
que trataban de echar por tierra la obra de salvación que Dios nos ha ofrecido
por medio de su Hijo. ¿No será, más bien, esa cerrazón a la obra de Jesús, una
manifestación del demonio en quienes levantan tales blasfemias? ¿Podrá Dios
perdonar a quien no sólo ha rechazado, sino que se ha cerrado para no aceptar
el único Camino que nos ha ofrecido para llegar a Él? Dios perdonará todos los
pecados, por muy graves que sean; pero antes hay que reconocerse pecador y
estar dispuesto a volver al buen camino. Cuando se hace a un lado el
arrepentimiento y se vive en la maldad pensando que somos buenos cuando
destruimos a los demás, entonces se hace imposible la llegada del amor y de la
vida al corazón de quien se piensa poderoso para salvarse a sí mismo al margen
del Evangelio y del camino que Dios nos manifestó en Cristo Jesús. Tal vez en
muchas ocasiones aquellos que traten de conservar su poder o sus tradiciones
emitan juicios temerosos, o levanten falsos contra quienes se nos han
adelantado en la auténtica respuesta al Evangelio, para perjudicarlos y evitar
el que sean escuchados y seguidos; sin embargo no es el poder ni el boato
humano el que salva, sino la fidelidad a Cristo y el Amor a Dios y al prójimo.
¿Acaso el que viva en el seguimiento de las huellas del Señor estará poseído
del demonio o de un espíritu inmundo?
La Eucaristía es el milagro más grande que el Señor nos ha dejado para que podamos vivir el momento de su Pascua, mediante la cual somos liberados de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte. Dios ha destruido el poder del maligno y nos quiere libres de todo aquello que nos llevaba por caminos de maldad. Por eso, al participar de la Eucaristía hacemos nuestra la victoria de Cristo. Nuestra vocación, a partir de nuestro encuentro con el Señor y de la renovación de la Alianza entre Él y nosotros, mira a convertirnos en un signo creíble de su amor, de su bondad y de su misericordia. Efectivamente, la salvación no es sólo recibir el perdón que nos viene de Dios, sino el ser renovados en Cristo y ser revestidos de Él, de tal forma que el Espíritu Santo lleve a su plenitud el proyecto de Dios sobre nosotros: Que seamos conforme a la imagen del Hijo de Dios para amarnos como hermanos, para escuchar al Señor que nos habla a través de su Palabra, pero también a través de nuestro prójimo, pues todos los que creemos en Cristo y vivimos unidos a Él somos un signo de Él en el mundo e instrumentos de su amor salvador para todos.
Dios nos llama para que
seamos portadores de su perdón y de su Gracia, pues Él nos quiere para siempre
en su Gloria. Mientras llega el día final, la Iglesia ha de esforzarse por
conducir a toda la humanidad a un encuentro de fe, de amor, y de fidelidad con
el Señor. Y en esta labor no hay exclusivismos. Todos los bautizados somos
responsables del Evangelio. Y Dios distribuye sus carismas en los diversos
miembros de la Iglesia para el perfeccionamiento de la misma. Nadie puede decir
que agota en sí mismo la manifestación del Espíritu de Dios, sino que todos,
entramados por el amor y por el mismo Espíritu, manifestamos, así unidos, la
perfección de Cristo entre nosotros. Por eso no apaguemos el Espíritu de Dios,
manifestado en cada uno de nuestros hermanos, antes al contrario vivamos en
unión y comunión de fe y de amor entre nosotros para que todos podamos llegar a
la plenitud en Cristo Jesús. Todo esto nos ha de llevar a una verdadera
humildad y a una auténtica fe manifestada en obras de amor, y jamás en la
opresión o rechazo de los demás, pensando que si no tienen la formación
adecuada ellos no pueden ser instrumentos del Señor, pues ante Dios lo único
que contará será el amor fiel, que, cuanto más ilustrado deberá también ser más
comprometido en el servicio y no en la humillación de los demás.
Roguémosle a nuestro Dios
y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de estar abiertos a la presencia del Espíritu Santo en
nosotros para que, como Iglesia, seamos todos portadores de la salvación y de
la santidad del Señor para todos los pueblos. Amén.
Homiliacatolica.com