lunes, 16 de abril de 2012

Pasemos de la simple religiosidad a la fe verdadera


¡Amor y paz!

A partir del segundo capítulo, el Evangelio de Juan se preocupa de los signos presentados por Cristo y de la actitud que provocan. Al de Caná, los discípulos respondieron con la fe (Jn 2, 1-12), pero ante el del Templo, los judíos hicieron manifestación de su incredulidad (Jn 2, 13-25). Juan destina los capítulos 3 y 4 al análisis de las reacciones diversas ante los signos mesiánicos propuestos por Cristo: un judío, Nicodemo; una semipagana, la samaritana, y un pagano, el centurión, vienen sucesivamente a dar cuenta de su actitud ante el Señor.

Al Evangelio de este día refiere, hasta el v. 12, la conversación de Nicodemo y de Jesús, y los vv. 13-15 parecen exponer las reflexiones del apóstol en torno al desarrollo de esta conversación. Esto es característico del método de Juan, quien, partiendo de un episodio cualquiera (aquí el diálogo de Nicodemo y de Jesús) introduce algunas afirmaciones misteriosas del Señor que él completa (vv. 13-15) y retoca para que sus lectores encuentren en ellas los temas principales de su Evangelio.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la 2ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 3,1-8.
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él". Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?". Jesús le respondió: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
Comentario

a) El problema fundamental del pasaje es el de la fe en Cristo.

Después de haber analizado los hechos y los gestos de Jesús, Nicodemo concluye que este último debe tener seguramente a Dios consigo y ser un rabino válido (vv. 1-2). Pero Jesús sale inmediatamente al paso a este silogismo: no basta con "ver" cómo se cumplen los signos (theoraô: cf. Jn 2, 23), hay que "ver" el Reino (oraô: cf. v. 3), cosa que no está al alcance de la ciencia..., a menos de que "se nazca de arriba).

Al oír por primera vez esta última expresión, Nicodemo formula una pregunta que refleja la ingenuidad de su fe (v. 4). Cristo emplea entonces una expresión paralela, pero más tradicional y más bíblica: "nacer del Espíritu". El Espíritu (v. 6) hace precisamente que el hombre cumpla una misión que por sí mismo, en su estado de "carne", no puede realizar (cf. Ez 36, 26-28; Sab 9, 16-18).

Cristo presenta la recepción del Espíritu como necesaria para ver el Reino como un nacimiento (imagen similar a la de Mt 18, 3; "hacerse como niños"). Se trata de hacerse pequeño ante Dios, de aceptar el depender de Él, de no empeñarse en salvarse por uno mismo (que es lo propio de la carne"). La expresión "nacer del Espíritu" designa, pues, un giro completo de la existencia que sitúa al hombre en dependencia de Dios en la fe.

Nicodemo hubiera debido comprender esto, ya que el Antiguo Testamento preparaba las mentes para asimilar esta idea. Ahora bien: una vez más da señales de su asombro (v. 9) y Cristo, cansado ya de tanta cerrazón, no puede por menos que remitir al sabio a su conocimiento de las Escrituras (v. 10) y concluir que todo es cuestión de fe y que la fe, por lo demás, es un don de Dios brindado a quienes se abren a la iniciativa divina (versículos 11-12).

Ahora es cuando el evangelista introduce su propia conclusión (vv. 13-15): para creer en Cristo no basta solo con "ver" sus signos, hay que verle, sobre todo, en la cruz (v. 14; cf. Jn 12, 32) y en su gloria (v. 13). Su misterio de muerte y de resurrección es la fuente de la fe porque la humanidad muere ahí a sí misma y ahí renace enteramente transfigurada por la gloria del Espíritu.

b) El discurso de Cristo a Nicodemo podía servir de punto de partida para una iniciación de catecúmenos. Las condiciones para el ingreso en el Reino están claramente definidas en él, así como el objeto y las condiciones de la fe.

Este contexto catecuménico ha inspirado sin duda la introducción del tema del nacimiento bautismal en el agua (v. 5). A lo largo de su conversación con Nicodemo, Cristo no ha hablado de bautismo porque todavía no estaba instituido. Esta expresión hubiera provocado, por lo demás, un movimiento de rechazo sin posible retroceso. En cambio, después de la Ascensión ya pudo Juan precisar las condiciones requeridas para entrar en el Reino: hacerse semejante a un niño pequeño, creer y aceptar el bautismo.

Este nexo entre conversión, fe y bautismo será, por otra parte, una constante en la tradición primitiva (Mc 16, 15-16; Mt 28, 19; Act 2, 38; 8, 12, 36-37 según la Vulgata; cf. 1 Jn 5, 6-8).

Al hablar de "nacimiento en el agua y el Espíritu", el evangelista no pretende limitar la acción de Espíritu solo al bautismo: piensa también en el "nacimiento en el Espíritu" como una vida de conversión y de dependencia respecto a Dios. El agua hace referencia ciertamente al momento preciso del bautismo, pero la acción del Espíritu no se limita a ese momento: impregna y transfigura gradualmente toda la vida.

Tampoco basta un conocimiento perfecto de las Escrituras y de los signos realizados por Cristo; no basta para comprender el misterio de la personalidad de Cristo y a fortiori el del Padre y de su amor. Por eso Juan propone un itinerario preciso para pasar de un conocimiento externo a la fe, de una simple simpatía por la obra de Jesús a la adhesión al Padre y al don que ha hecho de su vida.

Todo cristiano tiene también la misión de proponer a quien quiera se presente a él un itinerario que le lleve de la simpatía o de la religiosidad a la verdadera fe. Pero ¿cuántos hombres no se habrán visto rechazados por una falta de fe en lugar de ser conducidos a Cristo? ¿Y cuántos otros, acogidos al principio, se quedan en una simple religiosidad sin recibir una verdadera educación de la fe?

Maertens-Frisque
Nueva guía de la asamblea cristiana IV
Marova Madrid 1969.Pág. 53